En tiempos de Jesús, la situación de una mujer que había perdido a su marido no era envidiable. Al fin y al cabo, en aquella época no existía un sistema regular de asistencia social. Si una mujer no volvía a casarse, su familia inmediata -sobre todo sus hijos- se hacían cargo de su cuidado.

 

Pero, ¿y si no los tenía? Entonces surgía un grave problema. La familia extensa no siempre apoyaba suficientemente a la viuda, y ésta, condenada a la gracia y el disfavor de sus parientes, sufría a menudo privaciones.

 

La historia de la viuda pobre que echó sus últimos céntimos en el tesoro del templo no es una figura estilística. En efecto, la pobreza afligía a muchas viudas en Israel, y aunque la Ley dada por Dios al pueblo elegido ordenaba cuidar de los huérfanos y las viudas, en la práctica, para mantenerse y sobrevivir, tenían que salvarse mendigando y vivían en condiciones muy difíciles.

 

Jesús se conmueve y se compadece

 

En este contexto, es un poco más fácil comprender el drama de la mujer de Naín -una aldea situada a unos 40 km de Cafarnaún- que, siendo viuda, perdió a su único hijo. Jesús, al entrar en aquella ciudad con sus discípulos y una gran multitud que le acompañaba, se encontró con un cortejo fúnebre a las puertas. Acababan de llevarse a un muerto, hijo único de una madre viuda (Lc 7,12).

 

San Lucas, comentando esta situación en su Evangelio, señala que la destinataria adecuada del milagro de resurrección que realiza Jesús es la viuda, rota de dolor. Es por su sufrimiento y por la dramática situación vital en la que se encuentra por lo que Él decide devolver la vida a su hijo.

 

A este respecto, es significativa la palabra griega (splagchnizomai) que el evangelista utiliza para describir el modo en que Jesús reaccionó al ver el sufrimiento de la mujer. Se trata de un verbo que suele traducirse como "conmoverse" o "compadecerse".

 

Sin embargo, hay que subrayar que su forma sustantiva, de la que deriva, significa las vísceras del cuerpo humano: las tripas.

 

Nuestro sufrimiento en el corazón de Dios

 

No se trata, pues, de una simple emoción, sino de una profunda conmoción interior: una especie de compasión tan fuerte que el dolor de la mujer que sufre se convierte en el dolor de Jesús, penetra hasta lo más profundo de su naturaleza humana y suscita una respuesta empática: un acto de amor compasivo y sanador.

 

Además, no se trata de un acto único y puntual. Del mismo modo, Dios responde a nuestro sufrimiento. Nunca contempla pasiva y desapasionadamente los dramas que vivimos. Tampoco divide los sufrimientos en grandes y pequeños. Cada una de nuestras tragedias personales -aunque sea incomparable con la de la viuda de Naín- es también Su tragedia.

 

Porque penetra en Sus "entrañas" -en las profundidades del corazón de Dios- y allí encuentra su respuesta. Esta respuesta nos llega en diferentes momentos y de diferentes maneras - siempre la mejor para nosotros.

 

El joven de Naín resucitó el día de su entierro, Lázaro cuatro días después de su muerte. Hay diferentes resurrecciones y diferentes caminos por los que llegan las respuestas de Dios. Lo importante es que confiemos y no perdamos la esperanza.

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