
La basílica de San Agustín en Roma está situada muy cerca de la concurrida Piazza Navona y en ella se encuentra la tumba de santa Mónica, que tantas lágrimas derramara por la conversión de su hijo. A esta iglesia acudió el cardenal agustino Robert Francis Prevost, prefecto del Dicasterio para los Obispos, el 28 de agosto de 2024, para celebrar la misa de la memoria litúrgica de aquel gran Padre de la Iglesia. Tiempo atrás, en la misma fecha de 2013, fue el papa Francisco quien celebró misa en esta bella basílica renacentista, que alberga, entre otras obras, de Rafael y Caravaggio. De este último es la poco convencional Virgen de los peregrinos o Virgen de Loreto. Para algunos, no despierta devoción, pero es una escena más viva que otras que resultan distantes pese a sus pretensiones de solemnidad.
Un hermoso escenario para encontrarse con san Agustín meditando las palabras de Francisco y del futuro León XIV. Sus homilías tienen una característica común: la llamada a ser un corazón inquieto. Espero que el nuevo pontificado suscite en mucho el propósito de leer -o releer- Las Confesiones de san Agustín. En esta obra descubriremos que el Agustín sabio, prestigioso y con una carrera brillante es la misma persona capaz de convivir con los siete pecados capitales. En las primeras líneas del libro surge precisamente el reconocimiento de una inquietud: "Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Las Confesiones, I, 1, 1). Aquí está la síntesis de una vida, una expresión con la que muchos cristianos podrían sentirse identificados. Francisco nos habla en concreto de tres inquietudes: la inquietud de la búsqueda espiritual, la inquietud del encuentro con Dios, y la inquietud del amor. Pero es con la primera inquietud con la que empieza todo un itinerario espiritual: "Agustín es un hombre «acreditado», tiene todo, pero en su corazón permanece la inquietud de la búsqueda del sentido profundo de la vida; su corazón no está dormido, diría que no está anestesiado por el éxito, por las cosas, por el poder. Agustín no se encierra en sí mismo, no se acomoda, sigue buscando la verdad, el sentido de la vida, continúa buscando el rostro de Dios. (...) Y de este modo descubre que Dios le esperaba; más aún, que jamás había dejado de buscarle Él primero".
El cardenal Prevost no podía dejar de referirse a esta homilía de Francisco al pronunciar la suya. La inquietud espiritual, paso necesario para otras inquietudes, es una sed de Dios porque sin Él notamos que algo nos falta. De hecho, la falta de fe es uno de los grandes dramas del mundo de hoy. Lo confirmaba León XIV en su primera homilía de la misa en la Capilla Sixtina. "La falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad". Pienso que el primero de estos dramas, la pérdida del sentido de la vida, lleva a todos los demás. Esa pérdida pretende apagar nuestras inquietudes más sanas y puede desencadenar un miedo irracional que acentúe nuestro vacío. Y otra vez me viene a la mente el recuerdo de Agustín, incansable buscador inquieto de la felicidad en esta vida y eterno decepcionado por las satisfacciones que no satisfacen: "Pero mi pecado era buscar en mí mismo y en las demás criaturas, no en Dios, el placer, la hermosura y la verdad, cayendo así en el dolor, la confusión y el error (Las Confesiones, 1,20)".
Francisco señalaba que la inquietud del corazón de Agustín le llevó al encuentro personal con Cristo, "un Dios cercano a nuestro corazón, más íntimo a nosotros que nosotros mismos" (Las Confesiones, III, 6). A partir de ahí surgirá la necesidad de conocerlo más y salir de sí mismo para darlo a conocer a los demás. Es "la inquietud del amor", en palabras de Francisco, que al final de su homilía añadía: "La inquietud del amor impulsa siempre a salir al encuentro del otro, sin esperar que sea el otro quien manifieste su necesidad".
La homilía del futuro León XIV en la basílica de San Agustín es, sobre todo, una invitación a cultivar en el corazón de los cristianos la inquietud espiritual que transformó la vida de Agustín, al que el cardenal Prevost señala como un maestro de vida espiritual para los hombres de hoy, y especialmente para los jóvenes, pues ante ellos se abren los caminos de la existencia. La inquietud nos llevará al encuentro con Cristo y esto nos cambiará la vida, pues sin Dios siempre nos faltará algo. En este sentido, el actual papa señalaba que "la necesidad del ser humano de buscar a Dios, de encontrar la verdadera fuente de la vida, del amor, nace en nuestros corazones, grita como una voz del silencio dentro de cada uno de nosotros, y nos hace sentir que, con Dios, podemos encontrar el sentido de la vida".
Al igual que en el evangelio (Jn 14,6), las expresiones "camino", "verdad" y "vida" están muy presentes en la vida y la obra de Agustín. Son expresiones de búsqueda, que expresan una inquietud y al mismo tiempo unas metas. Cabe intuir que, en su pontificado, León XIV nos invitará a cultivar la inquietud de Agustín de Hipona, una inquietud cuyo destino es el encuentro con Cristo. Pero no nos pongamos tristes si leemos aquello de "Tarde te amé" (Las Confesiones, 10, 27), pues Dios está por encima del tiempo.