La periodista belgo-estadounidense Marguerite Peeters, asesora del Pontificio Consejo para la Cultura, es una investigadora especializada desde los años noventa en organizaciones internacionales, autora de más de 300 informes -sustentados en entrevistas con expertos en gobernanza mundial- sobre el cambio global y cultural de la posmodernidad.
Tras su paso por una jornada de la Universidad Católica de Valencia (UCV) ofreció esta entrevista al portal de la Casa de estudios española, donde analiza el contenido de esta hoja de ruta de la ONU.
¿Por qué nace la Agenda 2030? ¿Quiénes han impulsado sus 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS)?
Es muy importante conocer la historia de cómo han ido penetrando en la agenda global de la ONU las ideas impulsadas por ciertas minorías. En primer lugar, recordando que este programa de acciones globales fue aprobado en 2015 como marco de cooperación internacional hasta el próximo 2030, y que estuvo precedido por los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Todos los conceptos clave de la Agenda 2030 han sido introducidos progresivamente desde los sesenta en el lenguaje de las organizaciones internacionales a través de fundaciones, oenegés, lobbies y otros grupos de presión. Es decir, ese programa de objetivos no proviene de Estados soberanos, sino de agentes no gubernamentales.
¿Qué actores externos han influido de manera sustantiva en las propuestas de la Agenda 2030 en torno a la sostenibilidad, por ejemplo?
El concepto de “sostenibilidad” fue introducido primero por el Club de Roma en 1972, y el de “desarrollo sostenible” en 1980, con la publicación de la Estrategia Mundial para la Conservación elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Habría que destacar también a la ex primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland, que en 1987 lideró la redacción de un documento llamado Nuestro futuro común -conocido como Informe Brundtland-, elaborado por una comisión independiente.
De hecho, los Estados miembros de la ONU no empezaron a utilizar la expresión “desarrollo sostenible” hasta 1990. Antes de eso, como he explicado, se trataba de ideas surgidas en entidades foráneas a cualquier gobierno.
¿Y en lo que a la ideología de género se refiere? La presencia de sus dogmas parece bastante clara.
No podemos extendernos ahora sobre la historia del concepto de “género”. Baste señalar que fue creado por el psicólogo John Money en 1955. La agenda de género como acción política, que es lo que nos concierne, nace después, con el feminismo de segunda ola y el movimiento homosexual de los años setenta. Representantes de esos dos movimientos participan en conferencias de la ONU y el concepto de “género” entra así en el lenguaje político. Desde ese momento, promueven la celebración de congresos mundiales sobre la mujer dentro de Naciones Unidas hasta que en 1975 se celebra el primero en México.
No obstante, las feministas de segunda ola no extendieron de manera generalizada la ideología de género: son una minoría de estas activistas las que lo hicieron, presionando con gran fuerza a la Secretaría General de la ONU, hasta que ésta comenzó a introducir el concepto de “género” en sus conferencias y asambleas. Como consecuencia de ello, los gobiernos empezaron a utilizarlo también.
La idea de la superpoblación mundial y la promoción del aborto también se encuentran entre los puntos clave de la Agenda 2030.
Así es. La agenda de salud reproductiva, en concreto, proviene de la Federación Internacional de Planificación Familiar (IPPF). El concepto de “salud reproductiva” es posterior al de “planificación familiar”, que la ONU vinculó a los derechos humanos tras las presiones ejercidas en 1993 por la IPPF y el multimillonario John Rockefeller, a través de la Fundación Rockefeller, durante la primera Conferencia Mundial de Derechos Humanos celebrada después de 1945.
El título de uno de sus libros afirma que, además de política, los asuntos de género son también una cuestión cultural. ¿Qué sociedad quieren crear quienes defienden esa clase de ideas?
La ideología de género se ha convertido en norma, en imposición. En el pasado, la moral determinaba las normas; ahora lo hace una agenda global. La meta es producir una nueva cultura global, acabando con aquella que se basaba en el respeto a la familia fundada en el matrimonio como unión entre hombre y mujer, y a su condición de célula básica de la sociedad.
Detrás de la presión de los lobbies feministas radicales y de los lobbies feministas de género está la voluntad de cambiar las políticas gubernamentales a todos los niveles, incluidas las educativas.
Quizás las más importantes para lograr esos objetivos a largo plazo, ¿no?
La Unesco, de hecho, afirma en su guía sobre educación sexual integral que tiene una misión global; o lo que es lo mismo, que van a presionar a los diferentes países para que apliquen las normas educativas que ellos promulgan.
Al analizar esa guía, se ve claramente que la estrategia es utilizar a los niños y a los jóvenes para cambiar la sociedad e instaurar esa nueva cultura global. Empiezan a deconstruirlos estereotipos de género desde edades muy tempranas y lo siguen haciendo en cada etapa de su desarrollo. Cuando llegan a la adolescencia deben ser ya agentes del cambio, activistas militantes. Es horripilante. Sobre todo, porque el proceso ya está en marcha.
Se evita el control democrático a la aplicación de esas políticas, porque no existe un debate parlamentario sobre si las queremos o no. La Unesco se dirige directamente a los ministerios de educación de las diversas naciones y les dice que existe un consenso global sobre la igualdad de género, por ejemplo, y que deben alinearse con él. Si el gobierno en cuestión es de izquierdas, estará de acuerdo e implementará esas políticas sin someterlo siquiera a debate.
¿Qué sentido tiene que las feministas actuales hayan incorporado a su corpus ideológico las teorías de género, cuando éstas afirman que ser mujer depende de un sentimiento subjetivo, que incluso puede cambiar de un día para otro?
Ninguno. En cierto modo, estamos presenciando el fin del feminismo, pues ahora vivimos como individuos sexualmente indiferenciados. El feminismo ha quedado atrás, sobrepasado. Esto muestra que el progreso del mal siempre es a peor.
Como decía antes, las raíces de la ideología de género están en el feminismo de segunda ola y el movimiento homosexual de los setenta. Ambas doctrinas parten básicamente del mismo concepto del ser humano: el hombre y la mujer, la masculinidad y la feminidad, la vocación esponsal de ambos, el rol de la mujer, la autoridad del padre... son constructos sociales contrarios a la igualdad de derechos de mujeres y homosexuales. Por ello, hay que deconstruir nuestra naturaleza.
El auge de esas ideologías se ha producido con la complicidad de las universidades. ¿Son culpables de la situación actual?
Son extremamente culpables. En ese sentido, deseo felicitar a la UCV por atreverse a celebrar un congreso de análisis crítico sobre la Agenda 2030. La inmensa mayoría de universidades se han alineado con ella y con las ideologías que subyacen a la misma. Han interiorizado el lenguaje de esos movimientos radicales, siguiendo como ovejas esas ideas.
Para las universidades católicas es una tarea urgente. Deben tomársela muy en serio y crear líneas de investigación, realizar cursos... lo que sea necesario para desafiar a esta agenda global.
A través de una carta, el Comité Organizador Local de la JMJ 2023 de Lisboa, ha expuesto su “compromiso” con la construcción de un evento “que aplique los objetivos propuestos por la encíclica Laudato Si’ y la Agenda 2030. ¿Qué le parece esa declaración?
Es una señal más, entre muchas otras, de que existe un problema de falta de claridad dentro de la Iglesia en cuanto a la distinción entre la Doctrina Social de la Iglesia y la ética de Naciones Unidas. Es un asunto que se ha estado gestando desde hace años.
En el informe La nueva ética global: desafíos para la Iglesia afirma usted que los cristianos están llamados a discernir “los signos de la acción del Espíritu Santo en la nueva cultura y a evangelizarla, ofreciendo así una alternativa a la deconstrucción postmoderna”. ¿Cómo cree que debería ser esa alternativa?
Tenemos todas las respuestas necesarias en las grandes enseñanzas de Juan Pablo II. Debemos volver a la encíclica Mulieris dignitatem, por ejemplo. Es muy triste que el enorme legado de ese pontífice, trabajando en tándem con el por entonces cardenal Joseph Ratzinger, no se haya difundido por todas partes, enseñado, implementado...
Se trata de elegir entre la realidad, la verdad y lo bueno, y sus opuestos. Lo que esos ideólogos proponen es algo inexistente y, por tanto, el reto es despertar la razón, la conciencia y el corazón de las personas para que vuelvan a ser quienes son realmente. Es una empresa muy difícil, porque la gente está hoy muy rota, pero a través del amor y de la caridad se puede llevar a cabo.
Fuente: UCV.es