por Portaluz. Luis Santamaría del Río
20 Enero de 2023
El legado del papa Benedicto XVI será inolvidable en la Iglesia católica, sin lugar a dudas. Tras su fallecimiento el pasado 31 de diciembre, ha sido inmensa la cantidad de comentarios, tanto favorables como críticos, a la trayectoria de quien entre 2005 y 2013 -presidiendo en la caridad a los católicos de todo el mundo- ocupó la cátedra de San Pedro; y que luego, tras renunciar al papado, dedicó sus últimos años a la oración y al estudio.
Si algo es indudable en la trayectoria de Joseph Ratzinger/ Benedicto XVI, es el peso intelectual que ha tenido en la Iglesia como teólogo. Incluso si no hubiese accedido al pontificado, su nombre ya habría permanecido imborrable en la historia por sus aportaciones, primero como profesor universitario y obispo en Alemania (y, además, perito en el Concilio Vaticano II), y más tarde como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, de esta forma, uno de los más estrechos colaboradores de san Juan Pablo II.
Son abundantes sus escritos -no en vano su Opera Omnia o recopilación total de sus publicaciones, aún en curso, abarcará 16 gruesos volúmenes-, y muchos, por tanto, los temas que abordó en su reflexión. Entre ellos, uno de los más destacados es el de la relación entre la fe y la razón. Un asunto en el que, además, entró en diálogo con algunos de los más importantes pensadores contemporáneos, como su compatriota Jürgen Habermas.
Razón sin religión: adiós a la libertad
En el escrito que cierra el libro Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo, el todavía cardenal Ratzinger reflexionaba y exhortaba a repensar los conceptos de libertad y de progreso que se han impuesto a partir de la Ilustración. En este contexto, llamaba a “abandonar también el sueño ilusorio de la absoluta autonomía de la razón y de que ésta se baste a sí misma”. En efecto, el erudito teólogo alemán afirmaba que “la razón humana necesita apoyarse en las grandes tradiciones religiosas de la humanidad”.
Mirando a la historia, Joseph Ratzinger escribía, frente a las consignas ateas que se han difundido desde un discurso dominante en el mundo moderno, que “donde se niega a Dios, no se edifica la libertad, sino que se la priva de su fundamento y de esta manera se la distorsiona. Donde se rechazan por completo las tradiciones religiosas más puras y profundas, el hombre se separa de su verdad, vive en contra de ella y no consigue ser libre”.
De esta forma, pensaba que la religión no sólo es positiva, sino necesaria para un recto comportamiento humano. “La ética filosófica no puede ser tampoco absolutamente autónoma. No puede renunciar a la idea de Dios y no puede renunciar a una idea de la verdad del ser que tenga carácter ético”. Y concluía diciendo: “Si no hay verdad acerca del hombre, el hombre no tiene tampoco libertad. Sólo la verdad hace libres”.
Religión sin razón: mortalmente peligrosa
Sin embargo, en el mismo texto Joseph Ratzinger planteaba qué pasa cuando miramos el binomio razón-religión desde el otro lado. Si la razón humana no puede funcionar bien si margina a la religión, tampoco ésta es humana si se vive de espaldas a la razón. Sin eufemismos afirmaba que “la patología de la religión es la enfermedad más peligrosa de la mente humana”. Podríamos decir que aplicaba así el principio clásico de que “corruptio optimi pessima”, asegurando el potencial destructivo de algo tan sublime como la vivencia religiosa cuando ésta se desvirtúa.
Esa patología o enfermedad no sólo se da cuando la propia religión actúa al margen de toda racionalidad. Puede darse, según Ratzinger, en sociedades y culturas que se enfrenten al hecho religioso. Así lo explica: “esa patología de las religiones existe también allí donde se rechaza la religión como tal y donde se atribuye rango absoluto a los bienes relativos: los sistemas ateos de la Edad Moderna son los ejemplos más aterradores de una pasión religiosa alienada en cuanto a su esencia íntima, y esto significa también que son una enfermedad mortalmente peligrosa para la mente humana”.
La violencia, inaceptable
Aunque alguien pudiere sorprenderse por el tono de estas afirmaciones en un pensador tan sereno y tranquilo como Joseph Ratzinger, es importante señalar que en muchos otros textos aborda el asunto de las “patologías de la religión”, al argumentar sobre la situación del hecho religioso en el mundo actual.
Una referencia importante la encontramos en su célebre discurso de Ratisbona, del año 2006 (sus palabras en el encuentro con el mundo de la cultura en esta universidad alemana, que fueron tan polémicas por su referencia al islam, que aclaró convenientemente después ante los malentendidos). Ya hablaba como pontífice. En aquella ocasión se refirió a “las patologías que amenazan a la religión y a la razón, patologías que irrumpen por necesidad cuando la razón se reduce hasta el punto de que ya no le interesan las cuestiones de la religión y de la ética”.
En su discurso, Benedicto XVI citaba al emperador bizantino Manuel II Paleólogo, que en el siglo XIV dialogaba con un persa sobre el cristianismo y el islam, y los interlocutores hablaban de la violencia en un contexto religioso, señalando que “la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato”. Como síntesis de esta interesante reflexión medieval, el Papa afirmó que “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”.
Peligros en las religiones... y en el cristianismo
Retrocediendo en el tiempo, observamos cómo en una conferencia que impartió el cardenal Ratzinger en el año 2000, durante un congreso teológico en Madrid, reconocía que “la crítica marxista de la religión no carecía totalmente de base”, ya que “hay formas religiosas degeneradas y enfermas, que no elevan al hombre, sino que lo alienan”. Afirmaba que “las religiones, a las que hay que reconocer una grandeza moral y que están en camino hacia la verdad, pueden enfermar en ciertos trechos del camino”. Y ponía algunos ejemplos concretos de patologías en el hinduismo y el islam.
Pero, dando un paso más allá, Joseph Ratzinger admitía que “naturalmente hay también, como todos nosotros bien sabemos, formas enfermas de lo cristiano”. Y citaba como ejemplo, el “baño de sangre” de las Cruzadas en la Edad Media. “Esto significa que la religión exige discernimiento, discernimiento entre las formas de las religiones y discernimiento en el interior de la religión misma, según la medida de su propio nivel”, concluía.
Cuando la religiosidad se vuelve demoníaca y destructiva
Podrían citarse muchos textos de Benedicto XVI en la misma línea y entre ellos destaca una reflexión muy interesante en el libro La infancia de Jesús, volumen de su célebre trilogía sobre Jesucristo.
Puede parecer extraño, a primera vista, que aborde el tema de las patologías de la religión en una obra que contempla principalmente los relatos evangélicos en torno a la Navidad. En concreto, habla sobre ello cuando presenta la figura misteriosa de los magos que -según el evangelio de Mateo-, procedentes de Oriente, llegaron a adorar al Niño Jesús. “¿Qué clase de hombres eran?”, se pregunta Benedicto XVI. Podían ser sabios y sacerdotes persas. Pero el término “magos” se usaba también para designar a “los dotados de saberes y poderes sobrenaturales, y también a los brujos”, sin olvidar que San Pablo se refirió una vez a un mago como “hijo del diablo, enemigo de toda justicia” (Hch 13, 10), advierte el fallecido pontífice.
Y luego, en su análisis, advierte: “los diversos significados del término 'mago' que encontramos aquí hacen ver también la ambivalencia de la dimensión religiosa en cuanto tal. La religiosidad puede ser un camino hacia el verdadero conocimiento, un camino hacia Jesucristo. Pero cuando ante la presencia de Cristo no se abre a él, y se pone contra el único Dios y Salvador, se vuelve demoníaca y destructiva”.
Fe y razón... y “curación”
Un buen resumen de lo expuesto sobre las “patologías de la religión” vistas por Ratzinger, lo hace el agustino Domingo Natal Álvarez, cuando escribe que, según el pensamiento de Benedicto XVI, “la razón libra a la religión de patologías como la superstición, maniqueísmo, magias y astrología”. Mientras que, por otro lado, “la religión libra a la razón de escepticismos, relativismos, fetichismos, fundamentalismos y monolitismos y otros engaños”. Una relación fecunda e imprescindible, como ya dejó claro san Juan Pablo II en su carta encíclica Fides et ratio (1998).
El ser humano no puede vivir al margen de la razón... ni al margen, tampoco, de la religión. Por lo tanto, ante este diagnóstico, Ratzinger dejó claro el tratamiento adecuado: una interrelación dinámica y abierta al diálogo, sin posturas inamovibles, pero sin -¡atención!- caer en el relativismo. Porque, como señala el profesor de Teología Pablo Blanco, “la religión sin razón se vuelve fundamentalista, ciega y ajena a toda ética y a cualquier derecho, hasta llegar a los mismos extremos del terrorismo en nombre de Dios. La razón sin religión también se pierde y desorienta, hasta alcanzar de igual modo la muerte y las ideologías totalitarias”.
¿Cuál es la situación? Para Joseph Ratzinger estaba claro que “los cristianos estamos hoy llamados no a poner límites a la razón y a oponernos a ella, sino a negarnos a que se reduzca al ámbito del hacer y a luchar para poder percibir lo que es bueno y a Aquel que es bueno, y lo que es santo y a Aquel que es santo. Sólo así se libra una auténtica batalla en favor del hombre y contra la deshumanización”, según leemos en su libro Europa. Raíces, identidad y misión (2004).
En aquella obra continuaba diciendo: “Sólo una razón que esté abierta también a Dios, sólo una razón que no relegue la moral al ámbito de lo subjetivo o que no la reduzca al mero cálculo, puede oponerse a instrumentalizar la idea de Dios y las patologías de la religión, y puede ofrecer curación”.