por Danilo Picart
26 Diciembre de 2013Anochece en Perú y Omar Jesús Maytorena por fin puede darse un espacio para conversar con Portaluz. Sin perder un minuto y a través de la señal telefónica nos cuenta que en su familia existen heridas del alma, históricas, heridas “del vientre materno”, que han padecido de generación en generación. Él creció con un padre ausente. Confidencia que esta es una realidad de familia, porque también su abuelo... “vivió la vida sin ese amor vital. Eso se lo transmitió después a mi madre. Ella se casó y al año de matrimonio, estando embarazada de mí, con 3 meses de gestación, sufrió la pérdida de su esposo, mi padre, Guillermo, en un accidente de avión. Esto la desmoronó”.
Rechazo desde el vientre materno
Emocionado nos comparte que su madre, Sara, equivocó el rumbo en esa crisis. “Tomó un avión con una de mis tías, para volar desde México a Estados Unidos e ir a una clínica clandestina para abortarme en Los Ángeles. Pero entonces ocurrió el primer milagro de mi vida. Mi estaba en el lugar a minutos de abortarme mi madre voltea la vista y a su derecha, inexplicablemente, vio el Sagrado Corazón de Jesús. Su impacto fue tal que en un par de segundos se incorporó se vistió y escapó corriendo con mi tía de la clínica”.
Nos dice Omar que su madre siempre fue clara en afirmar que era imposible hallar en un lugar donde se cometían asesinatos un cuadro de la Misericordia de Jesús. “Sean las cosas así, Jesús me salvó de la muerte, mamá no me abortó, pero hubo un rechazo que se reflejó cuando yo tenía alrededor de siete años”.
La violencia y una fracturada relación que marcó la infancia
Había constantes tensiones en la relación de la madre con el hijo y en ella, recuerda Omar, se fue enquistando un “odio contra Dios, por haberse llevado a mi padre”. Cuando juntos partieron a Estados Unidos, nada cambió. Pero aún Omar recuerda que odiaba a su madre hasta el punto de no soportar que “ella me diera un abrazo, un beso, o me dijera «te amo». Esto, sumado al escaso afecto que salía de ella hacia mí, fue produciendo un rechazo que yo no entendía por qué se acrecentaba, como un odio inconsciente”.
Las drogas y su mentira
La escalada del conflicto fue tal que al poco tiempo regresaron a México y Omar fue entregado por su madre al cuidado de María, la abuela materna. La anciana mujer, siendo asidua a la Eucaristía, se preocupó de nutrir con la fe la vida de su nieto y “gracias a ella hice a los 8 años mi primera comunión, aunque lo viví más como un acto social”.
No teniendo figuras referenciales protectoras ni guía clara su carácter curioso le ponía en situaciones de riesgo. Poco tardó en enterarse que en las haciendas de sus tíos, se encontraban las plantaciones del tercer cartel más grande de narcotráfico en México. Con droga a destajo y disponible tenía sólo 10 años cuando comenzó a drogarse. Lo vivía al comienzo como un juego con sus primos. “Luego se tornó en una anestesia, una falsa salida, para evadir la realidad por el dolor, y de ahí, la marihuana no fue suficiente... después vino la cocaína y las pastillas. Hasta los 15 años fui un adicto en términos clínicos.”
Durante esta etapa, la violencia y el salvajismo se apoderaron de Omar, quedando registrado su encuentro con la muerte con estas palabras... “Fueron tres veces las que intenté asesinar a mi mamá. La última vez, cuando iba a cumplir mis 15 años. Hoy tiene una cicatriz donde está un rozón de la bala, donde gracias a Dios no pasó a más, pero llegué drogado a quererla matar”.
Salvado del suicidio
El deterioro espiritual que causaba el psicológico en Omar, no sólo se manifestaba en su agresión hacia la madre. También él era víctima de esta violencia irracional. Intentó suicidarse, dice, en dos ocasiones. En una de estas, el medio fue una sobredosis... “Quedé en coma tres días por una sobredosis de cocaína y cuando mi abuela me encuentra en un hospital, los médicos le dijeron que había solamente dos alternativas: salir muerto de esa clínica o quedar como un vegetal. Pero mi abuela, que era participante de la Renovación Carismática Católica, y una mujer de fe, llamó a un sacerdote y con otros laicos oraron sobre mí. Ella me contó que en menos de quince minutos, lo que la medicina no pudo hacer, lo hizo Cristo. Y en menos de 24 horas, salí caminando de ese hospital”.
La propia vida mirando a Dios
Esta intervención extraordinaria de Dios no lo dejó impávido y Omar inició su transformación. Lo tenía ante sus ojos... él era amado por Dios a través de su abuela. “Ella fue un instrumento de evangelización”, reconoce.
En 1985 su abuela María se las ingenió para lograr que invitaran al nieto a un retiro de
Jóvenes en la catedral Metropolitana de México y además -lo que era tarea más compleja-, lograr que asistiera. Sería determinante... “Allí, reflexionamos el amor de Dios, el pecado, la salvación, la vida nueva, el Espíritu Santo, los sacramentos y la Santísima Virgen María. Era un día sábado y estaba en frente al Santísimo Sacramento. Éramos unos 150 jóvenes. En un momento miré fijamente la custodia y le dije al Señor que si realmente él existía, si no era un invento de monjas o de curas, que por piedad se manifestara, porque yo estaba cansado, y necesitaba una vida, algo nuevo. Fue una experiencia hermosísima a través de la música, poco a poco el Señor tocó mi corazón. Durante un momento de canto, se acercaron tres jóvenes a orar por mí y experimenté el Amor de Dios”.
Omar nos dice que en ese momento de oración de liberación comenzó a ver como en unapelícula su vida. “Tome conciencia del daño que yo había provocado y entendí las razones por las que odiaba a mi madre. Pero luego en la Adoración recuerdo claro haber escuchado en mi corazón Alguien que me decía «Yo soy tu Padre»”. Desde ese instante el hombre nuevo iluminó el alma de Omar.
Un camino de perdón y reconciliación
Después de esta experiencia de Dios sólo deseaba ver a su madre para pedirle perdón. Sin embargo, dice que el escenario no era fácil. “Fue exactamente un mes donde ella me trataba mal si intentaba acercarme. No obstante, estando en casa de mi abuela, después de regresar de una Eucaristía, me encontré a mi madre esperándome en la sala principal hincada. Ella, una mujer muy alta, muy fuerte de carácter, de temperamento y soberbia, ¡la vi humillada!".
“Me dijo que ella quería vivir lo mismo que podía ver había cambiado mi vida. Entonces me acerqué, la abracé y escucho que me dice con voz temblorosa: «quiero que reces por mí, porque quiero cambiar». Es en este momento cuando pronuncio la oración más corta, pero la más eficaz que he expresado en mi vida e imponiéndole mis manos en su hombro, volteé al cielo y exclamé: «¡Señor Jesús, dame una mamá nueva!»”.
Han pasado 27 años desde esta experiencia de encuentro y triunfo del amor, que siempre está disponible para compartir en encuentros y retiros allí donde le inviten. “La Eucaristía, el rezo del Rosario, la liturgia de la horas -señala al finalizar...- renuevan siempre ese Pentecostés en mi corazón. Soy un cristiano bendecido”.