por Danilo Picart
1 Agosto de 2013Daniela Rubio está agotada. Es viernes por la tarde y acaba de terminar su turno de mesera en una cafetería de Santiago de Chile. Pero el cansancio poco importa, Montserrat, su hija de casi 3 años, la espera en el hogar que comparten con sus tres hermanos y padres. Ellos cuidan de la nieta, mientras Daniela distribuye su tiempo entre el trabajo y el estudio. Montserrat es hoy un estímulo para esforzarse por ingresar a la universidad. Tiene 17 años, vital, aún mantiene rasgos de niña y no rehúye reconocer que vivió la tentación de abortar.
El quiebre y sus causas
Recién estrenaba los 14 años y esta adolescente no seguía a la masa. Privilegiaba los estudios, no frecuentaba fiestas y tenía objetivos definidos. “Yo era puro colegio... estudiaba para egresar de cuarto medio, ser una profesional, comprarme mi casa, mi auto, y después, a los muchos años, pensaba que tendría hijos. Ni siquiera pensado en ser madre. Era más niña, pensaba en quién y cuánto me miraban”.
Residente con su familia en un céntrico condominio de la capital chilena, el parque interior, entre los edificios, fue testigo del romance con un muchacho que tenía sólo dos años más que ella. “Lo conocí en una fiesta organizada por el colegio. Fuimos amigos por un tiempo, después nos gustamos”.
Daniela, como miles de adolescentes en el mundo, vivía entonces sujeta a los múltiples factores de incidencia que facilitan el embarazo... La ausencia de un proceso que desde la familia y el colegio potenciara una educación para vivir su sexualidad como parte de su afectividad y más allá, de la totalidad de su ser persona, integrando la bondad de los valores cristianos de su familia. Esto, que parece evidente, no estaba presente en Daniela y sería la causa primordial que abrió la puerta para iniciarse sexualmente y quedar embarazada.
“Fue un shock, porque yo era la hija que iba a llegar primero a la universidad, que estudiaría la mejor carrera, la que tenía las mejores notas. Nunca me saqué malas calificaciones, entonces fue un cambio drástico. En especial a mi padre le dolió, porque pasé el límite de su confianza”, recuerda.
La tentación que susurra
Sintiéndose atrapada, sin respuestas, otros comenzaron a susurrar soluciones. “En este momento pensé en abortar. Algunas personas ofrecieron llevarme a una parte donde yo podía matar a mi hija. Me decían «todavía no está formado el feto, todavía no tiene brazos, no tiene nada»...”.
Daniela había crecido en el seno de una familia católica, pero donde no existían hábitos cotidianos de oración, de sacramentos u otros de devoción y crecimiento espiritual. Tampoco ella los tenía. Pero una certeza de fe en Dios, regalada más que cuidada por ella, latía firme en su alma. “Tenía cero cercanía, nunca había sido muy creyente, de rezar... pero me nació y comencé a estar muy aferrada a Dios, a rezar en las noches, para que me diera fuerzas”.
Dios escucha a los débiles
Es octubre de 2009 y la panza de Daniela comenzaba a notarse. Su aferrarse a Dios había traído el triunfo de la vida. También su innata sabiduría para buscar nuevos referentes. “Gracias a Dios, conocí a muchas personas que me ayudaron y salí adelante” reflexiona.
La puerta para acceder a una vida nueva terminaría de abrirse cuando Daniela acudió a la Fundación Chile Unido, para solicitar ayuda. “Me dieron consejos, me apoyaban, estaban siempre preocupadas, cada dos o tres días tenía un llamado de ellas, para saber cómo estaba, si necesitaba algo, todo. Fue una ayuda constante, psicológica, te apoyaban con pañales y cosas así”.
El 12 de abril de 2010 fue el día en que Montserrat, luego de sortear desde el silencio las diversas amenazas que habían puesto en riesgo su existencia, se presentó en los brazos de su madre, Daniela. A quienes viven experiencias similares esta joven mamá les pide que “sigan adelante, porque sus vidas no cambiarán, sino que se les va a agregar algo más. ¡El tener un hijo es lo más hermoso que uno puede vivir!”.