El relato de su historia vital, que la colombiana Gloria Ocampos Aguilar comparte en Portaluz, inicia de forma dramática. Estremece verla emocionarse al recordar que tenía apenas dos años cuando su madre la abandonó: "Recuerdo bien ese momento en que mi mamá se fue con todas las cosas, llevándose también a mi hermana y me dejó en una habitación. Cuando mi papá llegó yo estaba ahí sola".
Sobrevivir cada día era una aventura llena de riesgos porque el padre de Gloria era adicto a las drogas y la dejaba sola buena parte del día y de la noche. "Me llevaba al jardín, no me recogía, y entonces yo tenía que dormir con los hijos de la señora del jardín", confidencia. No mejoraba la realidad cuando él estaba en casa pues solía juntarse allí con amigos de parranda, embrutecidos en el alcohol y las drogas. "Una vez mi papá me dejó con un señor cuidándome y ese señor intentó abusarme, pero gracias a Dios apareció mi papá y no pasó nada", recuerda.
En esa vorágine de violencias su sentido de supervivencia era exigido al máximo afectando la salud emocional de la pequeña. Gloria fue tornándose una niña rebelde que no respetaba límites o autoridad de nadie. Sin querer ya hacerse cargo de ella el padre y los abuelos la pusieron de vuelta en manos de su madre, quien tenía un nuevo esposo y tres hijos. Gloria recién cumplía los 8 años.
Pintando Caminos
Gloria en el comedor de la Fundación Pintando Caminos
La vida no mejoró para la niña pues a la pobreza se sumaban las constantes agresiones físicas de su madre y del padrastro. Pero tuvo un respiro, dice, cuando tiempo después comenzó a visitar una sede de la Fundación Pintando Caminos en su barrio… "Era como un comedor comunitario donde los niños de escasos recursos iban. Principalmente era un jardín y después se convirtió en un comedor comunitario para los 'hermanitos' en Ciudad Bolívar (n. del ed.: barrio de Bogotá)".
En la Fundación fue la primera vez que le hablaron de Dios, "la primera vez que me amaron", dice, con ojos húmedos. "Tenía como 10 añitos, no tenía conciencia de lo espiritual y allí le bailé a la Guadalupana; seguramente la Virgencita desde ahí me adoptó como a su hija".
Entregarse a la voluntad de Dios
Gloria en una experiencia misionera en la región colombiana del Chocó
Al paso de los años, siendo ya una adolescente de 13 años, al igual que su padre, también ella comenzó a ser esclava del alcohol y las drogas. Su progenitor vivía por entonces en la calle y la noche del 24 de diciembre lo atropellaron. "Duró en coma hasta el 30 de diciembre y falleció; entonces para mí obviamente esa pérdida fue muy dura, lloré mucho, me perdí otra vez en el trago, en las drogas", reconoce.
Pero la semilla de la fe que plantaron en su alma los guías de "Pintando Caminos" la mantenía a flote. Continuaba asistiendo al colegio y lograba buenas calificaciones. Al terminar el colegio y sin saber qué hacer decidió realizar un voluntariado en la misma fundación y allí, olvidándose de sí misma, dando lo mejor de su alma para ayudar a otras niñas y niños carentes, Gloria descubrió su vocación como maestra.
El obtener un título profesional de Magíster en Educación fue un triunfo por sobre una vida de miserias, que agradece a Dios. Enfrentó y se liberó de las adicciones centrando su vida en Cristo. Así, tras la pandemia lo único que deseaba era acudir a la Eucaristía. Lo hizo y luego ocurrió un siguiente hecho sanador en su vida cuando conoció el Movimiento Lazos de Amor Mariano junto a quienes descubrió el poderoso amor de la Virgen y el Santísimo Sacramento.
"Me refugié en el Santísimo, iba muchas horas a orar; le lloraba al Santísimo y bueno, Dios ahí empezó a enamorarme. Dios me ha dado todo lo que quería y hasta más; yo nunca pensé ser profesional y menos trabajar con niños. Hoy en mi oración sólo le pido que haga en mi vida lo que Él desee".