por Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel
Hechos
Navidad, tiempo precioso de contemplación y celebración del misterio que cambió la historia; tiempo de familia y de amistad; tiempo en que anhelamos paz y armonía; tiempo de invierno, de frío, en que todo se seca, pero como un proceso para la esperada primavera.
Sin embargo, para muchos es tiempo de vacaciones, de fiestas, de regalos, de excesos, de compras irrefrenables, y nada de Jesús, nada de ir a las celebraciones litúrgicas, nada de "posadas" tradicionales, nada de conversión en la vida. ¡Una Navidad sin Cristo! ¡Una Navidad con un espíritu totalmente contrario del Evangelio!
Iluminación
El Papa León XIV, en su exhortación Dilexi te, sobre el amor hacia los pobres, nos orienta nuevamente sobre lo que implica la Encarnación del Hijo del Padre. Dice:
"Para compartir los límites y las fragilidades de nuestra naturaleza humana, Él mismo se hizo pobre, nació en carne como nosotros, lo hemos conocido en la pequeñez de un niño colocado en un pesebre y en la extrema humillación de la cruz, allí compartió nuestra pobreza radical, que es la muerte.
Toda la historia veterotestamentaria de la predilección de Dios por los pobres y el deseo divino de escuchar su grito encuentra en Jesús de Nazaret su plena realización. En su encarnación, Él «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano» (Flp 2,7), de esa forma nos trajo la salvación. Se trata de una pobreza radical, fundada sobre su misión de revelar el verdadero rostro del amor divino (cf. Jn 1,18; 1 Jn 4,9). Por tanto, con una de sus admirables síntesis, san Pablo puede afirmar: «Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Co 8,9).
En efecto, el Evangelio muestra que esta pobreza incidió en cada aspecto de su vida. Desde su llegada al mundo, Jesús experimentó las dificultades relativas al rechazo. El evangelista Lucas, narrando la llegada a Belén de José y María, ya próxima a dar a luz, observa con amargura: «No había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2,7). Jesús nació en condiciones humildes; recién nacido fue colocado en un pesebre y, muy pronto, para salvarlo de la muerte, sus padres huyeron a Egipto (cf. Mt 2,13-15). Al inicio de la vida pública, fue expulsado de Nazaret después de haber anunciado que en Él se cumple el año de gracia del que se alegran los pobres (cf. Lc 4,14-30). No hubo un lugar acogedor ni siquiera a la hora de su muerte, ya que lo condujeron fuera de Jerusalén para crucificarlo (cf. Mc 15,22). En esta condición se puede resumir claramente la pobreza de Jesús. Se trata de la misma exclusión que caracteriza la definición de los pobres: ellos son los excluidos de la sociedad. Jesús es la revelación de este privilegio de los pobres. Él se presenta al mundo no sólo como Mesías pobre sino como Mesías de los pobres y para los pobres.
Entonces es claro que de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad. Muchas veces me pregunto por qué, aun cuando las Sagradas Escrituras son tan precisas a propósito de los pobres, muchos continúan pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones".
Acciones
Revisemos sinceramente lo que Dios nos dice por medio del Papa y que nuestra Navidad sea fiel al ejemplo de Jesús.
