
por Redacción
11 Julio de 2013Nuestro editor me “regaló” dijo, el privilegio de reportear un retiro que predicaría en Chile el sacerdote canadiense Ghislain Roy. Jamás imaginé que terminaría siendo parte del mismo reportaje...
Éste era el comienzo de una aventura, donde nos invitaron a despojar las cargas laborales y las preocupaciones cotidianas, para emprender un viaje hacia los orígenes de la espiritualidad católica. La convocatoria, liderada en Chile por “Retiros Luz” (iniciativa hermana de este periódico) reunió a más de cien personas, hombres y mujeres de distintas edades y realidades, anhelantes de salud. Todos viviendo juntos por tres días, en una casa de retiros situada en Malloco, localidad cercana a Santiago, la capital de Chile. Allí estaban, ante el Santísimo Sacramento expuesto, enfermos de las más variopintas enfermedades, otros atormentados por heridas psicológico-afectivas, tal vez más de alguno atormentado por el demonio, me habían advertido (soy algo escéptico).
Las charlas fueron breves y precisas., casi un preámbulo para el corazón de esta experiencia... Los cantos de alabanza, el rezo del rosario, ¡todos a confesarse!, las letanías y nuevos cantos de adoración, se sucedían. Algo en mí fue tocado cuando fui leyendo la pauta que nos preparaba al sacramento de la reconciliación, requisito indispensable para que luego el sacerdote Ghislain, pronunciase sobre cada uno -invocando a Jesucristo y al Espíritu Santo- la esperada oración de bendición y sanación. Nadie dejó de ser parte, tampoco yo.
Un grito llamando a la esperanza
El sábado, segundo día, trajo el regalo de una meditación en medio de la cual ocurriría un increíble acontecimiento.
“No podemos sentirnos en paz -dijo el sacerdote- cuando hay algunos que están angustiados, llenos de inseguridad, nerviosos e incómodos en sus puestos, incómodos en su alma, desde la más pequeña infancia. Y a pesar de tantos años, hasta ahora, no han llegado a ser ellos mismos, porque las heridas no están sanadas...”.
Es en este instante que escucho un sonido incongruente, gutural, de entre la asamblea que me eriza los pelos. Observo e identifico a su emisor que hecha espumas por la boca y tiene el rostro desencajado. Es un joven, no más de veinte años que ya me había sorprendido topármelo en un retiro de sanación. Bueno, al llegar se veía como muy sano y normal a cualquier otro de su edad. El sacerdote no se da por enterado y prosigue señalando la urgencia de contar con sacerdotes exorcistas en todas las diócesis. El convulsionado joven prorrumpe entonces en un llanto sordo al tiempo que cae reptilmente al suelo. ¿Qué es esto?, me pregunto. No alcanzo a divagar un segundo y escucho a un sereno padre Ghislain, quien estaba a unos siete metros del joven, dirigirse a él al tiempo que extendía su brazo cual si quisiere tocarle con su mano desde lejos: “Con autoridad, en el nombre de Jesús, contra todo espíritu que habite el corazón, por el poder del santo rosario, por el poder del Inmaculado Corazón de María, ato todo espíritu del mal y ¡te ordeno que guardes inmediatamente silencio!”.
Una paz inexplicable tocó indudablemente al chico quien ya no continuó con los estertores, ni sonidos que destrozarían la garganta de cualesquiera. Pero no sólo eso ocurre... esa paz que cruzó a través del sacerdote y golpeó al joven también me llegó a mí. Es como si pudiera percibir algo muy grande y bello... luego lo supe era como un soplo de Dios, sí.
Terminada la enseñanza del padre Ghislain casi todos salieron del salón donde nos encontramos. El joven atormentado con los ojos aún algo húmedos por el llanto, también sale del lugar. Es la primera vez que presenciaba una manifestación diabólica, aunque mi lado racional me inundaba de interrogantes. Más tarde, confirmé el dicho de que “el Señor escribe derecho sobre reglones torcidos” cuando vi que el mismo joven, antes aguijoneado por el demonio, portaba el cirio que en procesión anunciaba el ingreso del Santísimo Sacramento.
El ministerio de Liberación
Adoración Eucarística, sacramento de la reconciliación, continuar en adoración, recibir la oración de bendición del sacerdote y continuar adorando se sucedieron centrando todo nuestro ser. Nada más que el encuentro con Dios movía el alma. Y nuevamente fui mudo espectador de los dones que otros testificaban...
“Parece que Dios me está sanando”, dijo aquella chica con el rostro marcado por una sonrisa que me dejó también a mi riendo por dentro.
“Hace 38 años participé de mi último retiro”, confesaba emocionado un hombre de unos cincuenta años. “Nos hacían entrar al retiro -prosiguió- y con una vela en la mano, nos íbamos a confesar. Al salir, el padre nos encendía la vela, salíamos y era un renacer... ahora, después de que oraron por mí, empecé a sentir un calor. A quienes les hayan practicado un scanner, sabrán de lo que les hablo... uno siente un calor muy fuerte por dentro. Eso es lo que empecé a sentir en el pecho y en el cuello. Luego me levanté y sentí un renacer en mi alma. Me voy lleno, me voy en paz, con más fuerzas para enfrentar mi cáncer.”
Luego un empresario a quien conozco me impactó cuando le vi levantar su brazo derecho hacia el techo -casi jugando como un chiquillo- que hasta hace un par de horas y por mucho tiempo ya, lo tenía medio tullido. Y no se detuvieron los testigos de dones... fueron muchos más.
Finalizada la eucaristía vendría la partida y aunque llevaba el corazón lleno de alegría (quede 'limpiecito' después de confesarme) no podía dejar de escuchar y pesar aquellas palabras de P. Ghislain tan certeras...
“Muy a menudo escucharán a los sacerdotes o a los obispos decir, ´ ¿qué hay que hacer para la evangelización?´. Hace 25 años que yo escucho esto. Yo tengo una respuesta: Hagan lo que Jesús hizo en el Evangelio. Habló de Dios, expulsó a los malos espíritus y sanó a los enfermos. Después de esto no tendrán que hacerse de nuevo la pregunta”.