Guilherme Gomes dos Santos.
Guilherme Gomes dos Santos. Unsplash

Ama a Dios y podrás amar virtuosamente a ti y al prójimo

Néstor Mora Núñez por Néstor Mora Núñez

8 Septiembre de 2025

Pero muchos ni a sí mismos se conocen, puesto que el conocerse a sí mismo, conforme debe conocerse el hombre, no es de todos los hombres; es cosa de pocos. Luego ¿Cómo amará al prójimo como a sí mismo el que se desconoce a sí mismo? (San Agustín. Comentario al Salmo 118,8,2)

Esta frase nos muestra la jerarquía del amor, estableciendo un orden esencial: Dios, uno mismo y al prójimo. El amor a Dios es la clave para desbloquear el amor a uno mismo y, después, el amor al prójimo.

No podemos amar verdaderamente a alguien a quien no conocemos. El amor a Dios no es una emoción sentimental vacía o una mera obligación religiosa, sino una respuesta a una interacción personal y creciente con Él. Este conocimiento de Dios se adquiere a través de la oración, la lectura de las Escrituras, la contemplación de su obra, la reflexión y la experiencia de Su presencia en nuestras vidas. Cuanto más conocemos a Dios, más comprendemos su amor incondicional, su misericordia y su deseo de nuestra felicidad.

El amor a sí mismo no surge del egoísmo o la vanidad, sino de la humildad y del amor a Dios. Cuando amamos a Dios, reconocemos que somos creados a su imagen y semejanza, y que somos inherentemente valiosos y dignos de amor. Este amor propio, basado en la dignidad que nos confiere nuestra relación con Dios, nos permite amar al prójimo de manera genuina y desinteresada.

El amor a Dios es la base, seguido del amor propio y luego el amor al prójimo. Un amor desordenado, donde el egoísmo o el amor al prójimo se anteponen al amor a Dios, está destinado al fracaso. El amor propio no es egoísmo, sino un reconocimiento de llevar en nosotros la imagen y semejanza de Dios. Es un amor que nos impulsa a amar a Dios, no al egoísmo. Este amor propio virtuoso, a su vez, nos capacita para amar a los demás de manera más efectiva. El amor al prójimo sin una base en el amor a Dios es superficial e incompleto. El amor divino nos da la fuerza, la motivación y la guía para amar incluso a aquellos que son difíciles de amar. Esta frase también nos invita a una conversión continua, a un crecimiento en nuestra relación con Dios. A medida que profundizamos en nuestro amor a Dios, nuestro amor propio se fortalece y nuestra capacidad de amar al prójimo se expande. Al amar a Dios, aprendemos a amar como Él ama: incondicionalmente, con misericordia y con un deseo profundo de bien para el otro.

En el contexto de la evangelización digital, esta frase nos desafía a ser auténticos testigos del amor de Dios. No podemos simplemente hablar de amor-caridad y quedarnos en voluntarismos superficiales; debemos vivirlo en nuestras relaciones en línea y fuera de línea. Nuestro amor a Dios, nuestro amor propio y nuestro amor al prójimo deben ser evidentes en nuestras palabras, acciones y actitudes.

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