por Portaluz
31 Marzo de 2023"Mi vocación, cuando miro hacia atrás en mi vida, es un puro regalo de Dios. Ahora veo cómo Nuestro Señor me ha salvado, sobre todo de mí misma. Mis deseos me habrían llevado lejos de Dios si Él no hubiera intervenido".
Son las primeras palabras con las cuales inicia su testimonio la hermana Marie Vianney, religiosa de las dominicas de Nashville (Tennessee, Estados Unidos), una comunidad perteneciente a la Orden de Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán.
En su infancia caminar en la fe fue arduo, "sin sentido de pertenencia" dice, pues su padre era un anglicano de Canadá y su madre metodista, de Florida. Por años pasó de un sitio a otro, hasta que ella y sus hermanas fueron ingresadas como internas a un Instituto católico en Canadá. "Allí tuvimos la oportunidad de conocer y amar más profundamente a Nuestro Señor a través de la vida de las hermanas, las visitas a la capilla y una buena instrucción religiosa. Con el tiempo, mi madre, mis dos hermanas y yo fuimos recibidas en la Iglesia católica".
La Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo cuando se graduó de secundaria e ingresó a trabajar en una Base Aérea del Ejército, como secretaria de la Delegación de la Real Fuerza Aérea en Orlando, ya que era súbdita británica, ciudadana de un país aliado. "Casi al final de la guerra mi familia y yo nos trasladamos a Washington y allí trabajé en el Pentágono como secretaria en la División de Inteligencia del Jefe Adjunto del Estado Mayor Aéreo. Allí estaba de nuevo la emoción y las citas que ofrecía Washington en tiempos de guerra. Disfrutaba asistiendo a los conciertos del Watergate en el Potomac, cenando fuera y viendo los teletipos que llegaban de los frentes de guerra. Estuve en el patio interior el día que Eisenhower entró en el Pentágono con sus ayudantes rubicundos por su victoria europea; y observé con la multitud silenciosa cómo el cuerpo de Franklin D. Roosevelt regresaba en una larga cabalgata desde Warm Springs, Georgia".
Pero su labor en el Pentágono no satisfacía los anhelos del alma que ella abrigaba y cuando le comentó sobre esto a su madre, ella le bajó el perfil al asunto comentando que esas ideas las tenías de seguro sólo "por alguna desilusión amorosa". Sin embargo, confidencia, en su mente y en su corazón "se fortalecía la presencia de una PERSONA que era hermosa, gentil, y al mismo tiempo exigente, firme y fuerte..."
Cuando la familia se trasladó a Nashville en 1948, entró en contacto con las Hermanas Dominicas de Santa Cecilia, quizá influenciada porque en la década de 1860, su bisabuela había asistido a la escuela de Santa Cecilia. Cuando su madre supo de esto, volvió a la carga oponiéndose y le dijo: "No has tenido la oportunidad de asentarte en un lugar y hacer amigos... Has pasado demasiado tiempo trabajando... Simplemente no has conocido al hombre adecuado...". Y le repetía con insistencia lo mismo.
"Pero la llamada de Dios en mi vida se hacía insistente y mi deseo de entregarme completamente a Él hacía que la vida en casa fuera muy incómoda para mí y de paso para mis hermanas a las que mi madre les decía: «¡Dadle lo que quiera para que no entre en el convento!» Finalmente, después de tres años de esperar y rezar, y de ocuparme de las obligaciones económicas en el hogar, tomé la decisión de entrar en el convento a pesar de que mi madre lo desaprobaba. Fue la decisión correcta y me sentí en paz. Mi amor a Cristo se convirtió en mi primera prioridad".
Los primeros años de su formación e incluso tras su primera profesión de votos, la hermana Marie Vianney cargó la cruz de saber que su madre no aceptaba su decisión. Oró con insistencia por ella y hubo frutos. "El día de mi Profesión Perpetua, tras la hermosa ceremonia, mi madre me entregó emocionada una carta pidiéndome que la leyera enseguida”. En esta carta, que aún conserva, le decía que desde su nacimiento había rezado por ella a Dios pidiéndole que le diese un esposo "en todo bueno y hermoso". La carta finalizaba agradeciendo pues ahora "estaba devolviendo a Dios lo que había retenido durante tanto tiempo".
Sor Marie Vianney que profesó sus votos perpetuos en 1957, dice que con el paso de los años, las oraciones de su madre "para que tuviera un Esposo perfectamente hermoso se han cumplido y mi felicidad se ha multiplicado por cien. Estoy tan agradecida a Nuestro Señor por el privilegio de ser una Hermana Dominica de Santa Cecilia. Que sea digna del amor y los sacrificios de mis padres y de todos aquellos que me animaron en mi vocación".