por Portaluz
1 Abril de 2021"Victoria en Jesús" es un conocido himno evangélico que los padres de Grant Hartley le cantaban como canción de cuna. La letra -destaca- hace explícita la conexión bíblica entre el bautismo y la crucifixión: "¡Me buscó y me compró con su sangre redentora! / ¡Me sumergió en la victoria bajo el diluvio purificador!". Aunque también otros himnos que cantaban en su iglesia Bautista del sur de los Estados Unidos se hacían eco del tema -"¿Estás lavado en la sangre del Cordero?", preguntaba uno, mientras que otro describía cómo la sangre de Jesús "lava mis pecados" y "me hace entero de nuevo"-, esta era la metáfora gráfica que se le ofrecía para explicar la fe cristiana evangélica que estructuraba su vida.
“Mis padres se aseguraron de que asistiera regularmente al culto semanal desde antes de nacer, y antes de saber mucho más, sabía que Jesucristo murió en la cruz por mis pecados, que 'me compró con su sangre redentora. Hice mía esta fe cuando tenía 8 años. Intensamente consciente de mi culpa y mi pecado y del perdón que me había ofrecido Dios en Jesús -y, sinceramente, con miedo al infierno- me armé de valor para responder a una llamada al altar. Arrodillado con mi pastor en la entrada de la iglesia, me sometí a la autoridad de Jesús sobre mi vida. Unas semanas después, me bautizaron. Supe entonces, como sé ahora, que la sangre de Cristo me limpia´”.
Pero cuando unos años después descubrió que “era gay”, volvió a sentirse “sucio”, dice Grant. Recuerda cuanto rezaba pidiendo a Dios que solo fuera una cosa de momento. Guardaba en secreto y con miedo este asunto, preguntándose si Dios estaría enojado con él por esto. “Fue una prueba de fuego, y pronto me quedó claro que tanto la heterosexualidad como el ateísmo eran algo imposible para mí”.
En estas turbulencias era consciente de que “Dios hacía todo lo posible por reiterarme su amor”, señala. Cuando se involucró en un ministerio universitario evangélico en la universidad, profundizó en su vínculo con Dios. “Para mi gran sorpresa, descubrí que mi condición de gay, el aspecto de mi vida del que más me avergonzaba, era el lugar preciso donde Dios más quería encontrarse conmigo”.
Poco a poco Grant comenzó a centrar su espíritu en fortalecer el vínculo con Dios y al mismo tiempo, crecía su anhelo por ser coherente con la ética sexual que surge del Evangelio. “A través de muchas reflexiones en oración y de la lectura de las Escrituras, había llegado a reconocer las enseñanzas de la Iglesia sobre la inmoralidad de las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y, en consecuencia, me había decidido a buscar el celibato de por vida. Pero me desanimaba la hipocresía que veía: tanta gente dispuesta a demonizar a las minorías sexuales mientras miraban hacia otro lado cuando se trataba de los pecados sexuales de los heterosexuales. Sentí en mis entrañas que la ética sexual debía interpelar a todos -heterosexuales y no heterosexuales, solteros y casados- y busqué algún hilo conductor que diera sentido a todas las enseñanzas bíblicas sobre la moral sexual”.
La etapa siguiente de su camino fue tomar conciencia de cómo habían moldeado sus creencias, la interpretación de la Biblia transmitida por la Iglesia Bautista del Sur, el contexto en el cual nació y se desarrolló. Además, dice, como joven gay se sentía “fuera de lugar o no bienvenido” en su Iglesia; no era simple enfrentar este asunto y ante los conflictos decidió por un tiempo no cuestionar, confiar en la tradición y la autoridad de esa iglesia. “Pero poco a poco empecé a sentir que el propio evangelismo ya no encajaba y cómo los valores del Evangelio parecían estar más plenamente encarnados en la Iglesia Católica. La estética también jugó un papel importante: La larga e ilustre tradición del arte católico y la Santa Misa conectaron conmigo de una manera única...”
Como ocurre con tantos conversos -comenta Grant- el testimonio de los católicos fieles me iluminó el camino. “Gerard Manley Hopkins puso palabras a una combinación de dolor y esperanza que siempre me había parecido inexpresable. Henri Nouwen me habló del anhelo más profundo de mi corazón: ser amado por Dios. El libro Gay y católico, de Eve Tushnet, fue un soplo de aire fresco. Leí "Brideshead Revisited" de Evelyn Waugh, "Orthodoxy" de G. K. Chesterton y "Silence" de Shusaku Endo. La biografía de Paul Elie sobre cuatro católicos estadounidenses, The Life You Save May Be Your Own, puede haber sido el punto de inflexión; Dorothy Day, en particular, me mostró cómo podía ser la fe firme y la búsqueda radical de la justicia”.
"Investiga", le aconsejó una vez un amigo católico mientras tomaban un café. "Encuentra una tradición de la Iglesia (católica) que te hable; ese podría ser tu camino". Unos meses después de decidirse a estudiar Teología, encontró su camino en una parroquia local y se permitió todo el tiempo necesario para descubrir el llamado de Dios.
“Durante las primeras semanas en que asistí a misa, lloraba de regreso a casa, abrumado por la perspectiva de un cambio tan drástico. Llegar a la Iglesia católica no fue tanto una salida radical de todo lo que había conocido antes; sino un nuevo capítulo que me permitió abrazarlo y construirlo. La Iglesia acepta mi bautismo, y doy gracias a Dios por la tradición en la que me he criado. Entraré oficialmente en la Iglesia en Semana Santa. Cuando la hostia pase por mis labios, recordaré las alentadoras palabras del Papa Francisco en "Evangelii Gaudium", según las cuales la Eucaristía 'no es un premio para los perfectos, sino una poderosa medicina y un alimento para los débiles'. Aunque los católicos tienden a cantar sobre la sangre de Cristo en términos eucarísticos, más que bautismales, probablemente también tararee el estribillo de 'Victoria en Jesús', recordando que su sangre realmente me limpia”
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Fuente: America Magazine