¿Cómo reaccionar ante el auge de las sectas? Los 10 consejos de San Juan Pablo II

10 de noviembre de 2023

Karol Wojtyla fue electo Papa en un momento de especial difusión y éxito de las sectas en el mundo. Durante su Pontificado abordaría este fenómeno con audacia.

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Juan Pablo II, elegido sucesor de San Pedro en 1978 y fallecido en 2005, fue el Pontífice que condujo a la Iglesia católica en el cambio de siglo y de milenio, afrontando unos cambios vertiginosos en diversos ámbitos, y respondiendo a multitud de desafíos sociales, políticos, culturales, éticos y religiosos.

 

Fue proclamado santo en el año 2014 junto a otro gran Papa del mundo contemporáneo, Juan XXIII. De ellos, el Santo Padre Francisco dijo en la ceremonia de canonización que "fueron sacerdotes y obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios".

 

Uno de los temas que abordó en su magisterio el Papa Wojtyla fue el de las sectas. Aunque no son muy conocidas, sus enseñanzas sobre el fenómeno sectario sobrepasan el medio centenar en documentos, homilías, discursos y mensajes. Y, a pesar del tiempo transcurrido desde que fueran pronunciadas, sus palabras siguen teniendo plena validez. De ellas podemos extraer diez enseñanzas muy actuales para los católicos de hoy.

 

1. Fortalecer la formación religiosa continua

 

 

Se trata del tema más repetido en los escritos de Juan Pablo II sobre las sectas: es necesaria una mayor y mejor formación de la fe de los creyentes, tanto de los sacerdotes –lo veremos de nuevo en el punto 4– como de los religiosos y laicos. Porque lo propio de la acción de las sectas es que "seduce al pueblo con falsos espejismos, engaña con simplificaciones torcidas y siembra confusión, sobre todo en los más sencillos que han recibido escasa instrucción religiosa" (palabras a los obispos de Brasil el 13 de octubre de 1991).

 

El Pontífice polaco insiste en una catequesis integral que haga posible a los creyentes conocer el contenido de la fe católica y entenderla. Así, cuando en 1988 los obispos de Zaire se refieren "a la proliferación de las sectas y a su acción corrosiva", Juan Pablo II reconoce que "el hecho constituye para la Iglesia una seria interpelación, invitando a desarrollar la formación catequética de los fieles y de comunidades eclesiales ricas, puesto que los que son tentados por las sectas, buscan probablemente una respuesta simple o sincretista a sus interrogantes".

 

2. Cuidar la integridad de la experiencia de la fe

 

 

Otro de los elementos en los que más insiste es la necesidad de conjugar lo social y lo espiritual en la acción de la Iglesia. O, con otras palabras, "una relación adecuada entre evangelización y progreso social" (audiencia general en 1988). Porque cuando la insistencia de la misión de la Iglesia se ha puesto en los asuntos más humanos y terrenos, olvidando la dimensión espiritual del hombre, al final algunos fieles han buscado las fuentes de donde beber fuera de la Iglesia.

 

"El deseo de Dios y de una relación viva y significativa con Él se presenta hoy tan intenso, que favorecen, allí donde falta el auténtico e íntegro anuncio del Evangelio de Jesús, la difusión de formas de religiosidad sin Dios y de múltiples sectas" (exhortación Pastores dabo vobis, 6). Por ello es necesario buscar el equilibrio entre las dimensiones litúrgica, orante e intelectual de la fe, y sus implicaciones morales, sociales y políticas.

 

3. Promover una liturgia viva

 

 

La práctica religiosa, la participación de los fieles en la vida celebrativa de las comunidades, es fundamental. Por eso los "católicos no practicantes" son personas especialmente vulnerables ante el fenómeno sectario. Cuando se dirige a los obispos de Argentina en 1991, el Papa afirma que las sectas "actúan especialmente sobre estos bautizados insuficientemente evangelizados o alejados de la práctica sacramental".

 

Pero hay algo más: la liturgia debe ser, en realidad, una acción viva y consciente de la Iglesia, que se une a Cristo en su alabanza al Padre, en la unidad del Espíritu Santo. Si no se cuida una liturgia viva y participativa, se corre el riesgo de que pierda su sentido y se convierta en algo puramente externo y formal. Por eso, en 1993 Juan Pablo II les dice a los obispos estadounidenses que entre las razones del auge de las sectas puede encontrarse "el deseo de ir más allá de una religiosidad fría, racionalista".

 

4. Prestar atención a la piedad popular

 

 

El Papa repite que la religiosidad popular, arraigada en los pueblos y en el corazón de tantas personas es un valor que hay que cuidar, como elemento de identidad y con un contenido netamente religioso. Se trata, ciertamente, de un antídoto contra las sectas. Cuando en 1986 se reúne con indígenas en Colombia, Wojtyla recuerda que "la piedad popular debe ser instrumento de evangelización y de liberación cristiana integral".

 

Porque, continúa diciendo, "una religiosidad popular mal concebida tiene sus límites y está expuesta a peligros de deformación o desviaciones. En efecto, si esta piedad quedara reducida solamente a meras manifestaciones externas, sin llegar a la profundidad de la fe y a los compromisos de caridad, podría favorecer la entrada de las sectas e incluso llevar a la magia, al fatalismo o a la opresión, con grandes peligros para la misma comunidad eclesial".

 

5. Lograr un liderazgo con espíritu apostólico

 

 

En algunos momentos Juan Pablo II asocia la difusión de las sectas a una situación de escasez del clero y agentes pastorales. Es necesario contar con personas preparadas y comprometidas para la misión evangelizadora, y el liderazgo de las comunidades precisa de un testimonio de vida creíble.

 

Lo vemos claramente en una audiencia general del año 1988, en la que señala que "es urgente el problema de las vocaciones y de la formación de los jóvenes candidatos a los ministerios bajo la guía de maestros y educadores competentes. Problema tanto más urgente dado que la escasez de sacerdotes facilita indirectamente la penetración de las distintas sectas". Y a los obispos bolivianos les dice ese mismo año que el pueblo "necesita vuestras orientaciones para saber cómo actuar y defenderse frente a la actividad proselitista de las sectas".

 

6. Crecer en comunión y eclesialidad

 

 

En los documentos en los que aborda este tema, Juan Pablo II señala repetidas veces que las sectas rompen la "unidad católica" en los lugares en los que actúan. Por ejemplo, en el citado encuentro de 1988 con los obispos de Bolivia, les recuerda que las sectas "están sembrando confusión en el pueblo, y por desgracia pueden diluir muy pronto la coherencia y la unidad del mensaje evangélico".

 

La Iglesia debe ser un espacio de fraternidad y comunión, actitudes que se tienen que observar también en la unidad de los fieles con sus pastores legítimos (los obispos y el Papa) y el Magisterio y la disciplina eclesial. Como les dice a los obispos brasileños en 2003, "una Iglesia viva y unida en torno a sus pastores será la mejor defensa para afrontar la obra disgregadora que ciertas sectas están realizando en medio de vuestros fieles, sembrando entre ellos la confusión y desvirtuando el contenido del mensaje cristiano".

 

7. Cuidar la acogida, actitud clave en la Iglesia

 

 

Se trata de algo unido al punto anterior: las comunidades cristianas han de ser espacios de acogida, donde la persona se sienta conocida y querida, donde se superen las barreras y marginaciones de cualquier tipo, donde haya un estilo familiar en el que el creyente esté a gusto. En 1991, Juan Pablo II lanza esta exhortación a los obispos de Argentina: "ayudad a esos fieles a madurar en su conciencia de pertenecer a la Iglesia y a descubrirla como su familia, su casa, el lugar privilegiado de su encuentro con Dios".

 

Esto sucede de una forma especial con algunos colectivos más vulnerables. Al hablar específicamente sobre los emigrantes en 1990, el pontífice polaco recuerda que "la Iglesia debe ser imagen de la ternura del Redentor; por eso, debería ser evidente que la comunidad, a la que llega el emigrante, es una comunidad capaz de acoger y amar". Además de las parroquias a nivel local, los nuevos movimientos eclesiales pueden hacer un buen servicio en cuanto a la acogida.

 

8. Trabajar por un testimonio ecuménico

 

 

Ante la confusión sembrada por los grupos sectarios que se amparan en una apariencia o impronta cristiana, Juan Pablo II es tajante al decir que "es necesario distinguir con claridad las comunidades cristianas, con las cuales es posible establecer relaciones inspiradas en el espíritu del ecumenismo, de las sectas, cultos y otros movimientos pseudorreligiosos" (exhortación Ecclesia in America, 49).

 

Por otro lado, si las sectas son un desafío común a los cristianos divididos, también han de ser un hecho que urja a la búsqueda de la unidad perdida. Frente al fenómeno sectario, los cristianos han de dar testimonio de ese deseo de la comunión, en la fe y en las costumbres. Así, leemos en la encíclica Redemptoris missio que "es cada vez más urgente que ellos [los cristianos] colaboren y den testimonio unidos, en este tiempo en el que sectas cristianas y paracristianas siembran confusión con su acción. La expansión de estas sectas constituye una amenaza para la Iglesia católica y para todas las comunidades eclesiales con las que ella mantiene un diálogo. Donde sea posible y según las circunstancias locales, la respuesta de los cristianos deberá ser también ecuménica" (n. 50).

 

9. Respetar la libertad de conciencia

 

 

La Iglesia "censura el proselitismo de las sectas y, por esta misma razón, en su acción evangelizadora excluye el recurso a semejantes métodos. Al proponer el Evangelio de Cristo en toda su integridad, la actividad evangelizadora ha de respetar el santuario de la conciencia de cada individuo, en el que se desarrolla el diálogo decisivo, absolutamente personal, entre la gracia y la libertad del hombre" (exhortación Ecclesia in America, 73).

 

Por eso la acción pastoral de la Iglesia rechaza toda práctica de proselitismo, es decir, todo intento de convencer a la gente de abrazar la fe o incorporarse a la Iglesia que falte a la verdad o a la caridad. En este sentido, en una homilía pronunciada en Polonia en 1999, señala que ante la realidad de personas que "caen víctimas de las sectas y de deformaciones religiosas", es necesario "un auténtico testimonio de fe, que se manifieste en la vida de los discípulos laicos de Cristo". Testimonio y atracción, nunca proselitismo.

 

10. Empeñarse en la nueva evangelización, como síntesis

 

 

A nivel universal, y sobre todo en los lugares que ya han sido evangelizados; pero si han rechazado el anuncio del Evangelio, se precisa de una nueva evangelización que vuelva a presentar al hombre de hoy la novedad de Jesucristo. Según la fe cristiana, él es la respuesta a las necesidades e inquietudes de todo hombre, el único salvador de toda la humanidad.

 

Por eso Juan Pablo II insiste en 1988 a los obispos de Perú en que el fenómeno de las sectas "nos lleva a plantear y realizar una acción evangelizadora, para la cual se necesitan agentes de pastoral convenientemente formados e imbuidos de gran espíritu apostólico". Y en 1991 les dice a los obispos argentinos que deben "responder con un renovado dinamismo misionero" al desafío de las sectas. Esto, en el lenguaje del magisterio del papa Wojtyla, tiene un nombre concreto: "una labor de nueva evangelización fuerte y valiente" (homilía en Roma, 2004).

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