¿Quién es el Espíritu Santo, que hace arder a los católicos por su Amor?

30 de mayo de 2020

Verdades de la fe enseñadas por Jesús en el Evangelio, acrisoladas en la enseñanza de la Iglesia y manifiestas en la oración, que aproxima, enseña, adora e invoca al Espíritu Santo, Dios amor.

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Hemeretoca Portaluz/ La doctrina de la Iglesia contenida en el “Catecismo”, señala que el Espíritu Santo es Dios, tercera persona en la Trinidad. Pero, ¿es esta fe, esta creencia, la misma de los evangelios y de tiempos cercanos a Jesucristo?

La Sagrada Escritura en el Antiguo Testamento y la Buena Nueva anunciada por Jesús, presente en los Evangelios, contiene las verdades reveladas sobre Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Abundantes referencias, sí. Pero la palabra Trinidad no está presente en la Sagrada Escritura. Era un concepto no explicitado en tiempos de Jesucristo… Como lo afirma el propio Catecismo de la Iglesia Católica en su número 250:
 

Es “durante los primeros siglos” que “la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano”.

Bajo la influencia de esta tradición cristiana aquilatada en sucesivos Concilios -que reflexiona lo señalado en la Sagrada Escritura respecto de Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo-, hoy se afirma que:

El Espíritu Santo, Dios el Padre, y Jesucristo, el Hijo, son la Trinidad: Dios. Sólo existe un Dios en tres personas distintas. Unidad que se sostiene pues la distinción de los tres sólo expresa la relación -amor divino- entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Pulse y lea Nrs. 253, 254 y 255 del Catecismo de la Iglesia Católica). ¡Todo un misterio!

La doctrina sobre la Trinidad se aquilató entonces después de Cristo… pero si la Iglesia enseña que el misterio de la Santísima Trinidad nos ha sido revelado por la Persona, palabras y acciones de Jesucristo…  ¿Cuál es la creencia acerca del Espíritu Santo que nos heredó Jesús?
 

El Espíritu Santo en Jesús

El vínculo entre Jesús y el Espíritu Santo que testifican los evangelios es explícito, indiscutible y obliga a los creyentes. Es él, tercera persona de la Trinidad, quien hace efectiva la plenitud de los tiempos en la Encarnación del Hijo de Dios (Lucas 1, 26-38). Y desde ese instante son decenas las referencias en los Evangelios, pues la misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo, Jesucristo (cf. Jn 16, 14-15). Dios unge a Jesús con el Espíritu Santo y con poder, elevándolo como Mesías, el Hijo amado del Padre, según testifica san Pedro en Hechos 10,38 y se signa en el Evangelio de Mateo 3,17.

Jesús en diversos pasajes referidos en los Evangelios -también los Apóstoles en sus cartas-, le llama especialmente "Paráclito" (consolador) y "Espíritu de Verdad". Dice que es quien «enseñará» y «recordará», el que «dará testimonio» de él (Jesucristo) y así «guiará hasta la verdad completa». Este «guiar hasta la verdad completa» señalado por Jesús, involucra que el Espíritu Santo debe ser por tanto la guía suprema del hombre y la luz del espíritu humano. Invocarlo al orar, rendirle adoración y alabanza en la celebración eucarística, confiar todo a él… es la lealtad que se espera de los bautizados. No por nada han sido incorporados al Cuerpo Místico de Cristo, que es su Iglesia, siendo bautizados “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Además de su nombre propio -Espíritu Santo-, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa(Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2 Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1 Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1 P 4, 14).
 
Dios Padre y el Hijo se donan en él a todos los bautizados
 

 
Luego de la partida de Jesucristo, es en Pentecostés –culmen de la revelación del amor de Dios a los hombres- cuando el Espíritu Santo, Dios, tercera persona de la Santísima Trinidad, se une íntimamente a su Iglesia.  

Cuando estaban todos los apóstoles y la Santísima Virgen María, reunidos en el Cenáculo, según se los había prometido el propio Jesús (Jn 14, 25-26), Dios se dona nuevamente en  Espíritu Santo haciendo explícito su amor todopoderoso en los dones y gracias que su omnipotente voluntad considere necesario.

Por ello -enseña san Juan Pablo II Papa- no aceptar “la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz”… es la blasfemia contra el Espíritu Santo que no será perdonada (Encíclica de san Juan Pablo II Papa Dominum et Vivificantem)

“La Iglesia, por tanto –concluye en la misma encíclica san Juan Pablo II- instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como aquél que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo en ellos la fuente de vida eterna”.
 
El testimonio de los apóstoles y san Pablo
 
Dicen los Apóstoles: "Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se postraron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hech 2, 1-4).
 

Enseña el converso san Pablo: "A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro fe, en el mismo Espíritu; a otros carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía, a otro, discernimiento de espíritus; a otro diversidad de lenguas; a otro don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad" (1Cor 12, 7-11).

Oración. "Por los Siete Dones del Espíritu Santo"
(Autor desconocido)

El Espíritu Santo es el beso del Padre y del Hijo: osculum Patris et Filii, escribe san Bernardo en “Sermones in Cantica”. «Espíritu» es «Soplo», «Hálito», «Aliento», «Aroma», «Fragancia», «Fruto», «Don» que procede del Éxtasis Santo. Espíritu Santo que es alabado e invocado en esta oración:
 

 Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor. Oh, Dios, que con la luz del Espíritu Santo iluminas los corazones de tus fieles, concédenos que guiados por el mismo Espíritu, disfrutemos de lo que es recto y nos gocemos con su consuelo celestial.

Ven, Espíritu Santo, por tu don Sabiduría, concédenos la gracia de apreciar y estimar los bienes del cielo y muéstranos los medios para alcanzarlos. (Gloria)
Ven, Espíritu Santo, por tu don de Entendimiento, ilumina nuestras mentes respecto a los misterios de la salvación, para que podamos comprenderlos perfectamente y abrazarlos con fervor. (Gloria)
Ven, Espíritu Santo, por tu don de Consejo, inclina nuestros corazones a actuar con rectitud y justicia para beneficio de nosotros mismos y de nuestros semejantes. (Gloria)
Ven, Espíritu Santo, por tu don de Fortaleza, fortalécenos con tu gracia contra los enemigos de nuestra alma, para que podamos obtener la corona de la victoria. (Gloria)
Ven, Espíritu Santo, por tu don de Ciencia, enséñanos a vivir según tu voluntad entre las cosas terrenas para así no perder las eternas. (Gloria)
Ven, Espíritu Santo, por tu don de Piedad, inspíranos a vivir sobria, justa, y piadosamente en esta vida, para alcanzar el cielo en la otra vida. (Gloria)
Ven, Espíritu Santo, por tu don de Temor de Dios, hiere nuestros cuerpos con tu temor para así trabajar por la salvación de nuestras almas. (Gloria)
 
Oración.
Oh Dios, que has unido las naciones en la confesión de tu nombre, concédenos que los que han renacido por el agua del bautismo, tengan la misma fe en sus corazones y la misma piedad en sus acciones.
Oh Dios, que enviaste el Espíritu Santo a los apóstoles, oye las oraciones de tus fieles para que gocen de la verdadera paz, quienes por tu gracia, han recibido el don de la verdadera fe. Te suplicamos, oh Dios, que tu Santo Espíritu encienda en nuestros corazones esa llama que Cristo trajo a la tierra y deseó ardientemente fuera encendida.
Inflama, oh Señor, nuestros corazones con el fuego del Espíritu Santo, para que te sirvamos castos de cuerpo y limpios de corazón. Enriquece, Señor, nuestros corazones derramando con plenitud tu Santo Espíritu por cuya sabiduría fuimos creados y por cuya providencia somos gobernados.
Te suplicamos, oh Dios Todopoderoso y Eterno, que tu Santo Espíritu nos defienda y habite en nuestras almas, para que al fin, seamos los templos de su gloria.
Te pedimos, Señor, que según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos lleve al conocimiento pleno de toda la verdad revelada. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.


 

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