por Danilo Picart
2 Enero de 2014Alrededor de una enorme mesa y con algunas cosas para comer, Rosa Moreno Vidal espera a los miembros de la comunidad de rehabilitación Despertar a la Vida de la capilla San José, en la comuna de Maipú (Santiago de Chile). Allí comparten sus experiencias con el alcohol y otras adicciones. Con Humberto, su marido, son los monitores. Ambos con un traumático pasado, pero que han logrado sobrellevar con amor y apoyados en Dios, cuenta Rosa a Portaluz.
Trabajo infantil: Fractura de la niñez
Rosa fue criada en el seno de una familia marcadamente machista, con una madre sometida, dedicada a las labores domésticas y un padre maltratador. Esto sería determinante para el infierno que vivió en su adolescencia. “Mi padre era enfermo alcohólico pero nunca lo reconoció, aunque tomaba todos los fines de semana. Trabajaba en curtiembres (proceso que convierte las pieles de los animales en cuero) y le pagaban semanalmente. En esos tiempos, en vez de llegar a la casa, se pasaba a la casa de las «señoritas bonitas»”.
Hace sesenta años, el trabajo infantil era común en los sectores vulnerables de la sociedad chilena y Rosa a los ocho, siendo la mayor de sus dos hermanas, ya se ganaba la vida limpiando baños de casas en barrios de mayores ingresos. Luego, por obligación del padre, vendía periódicos en las calles de Santiago. “Nos levantábamos a las 4 de la mañana a buscar los diarios y nos repartíamos los diarios y suplementos. Allí yo le robaba dinero a mi papá, porque no me gustaba ver a mi mamita lavando ropa ajena... la rabia que me daba en ese tiempo era que él trabajaba y se iba a botar el dinero en otros lados y luego llegaba golpeando a mi madre. Yo siempre estaba en el medio para que no la golpeara y a mí me llegaban también los combos, los botellazos”.
El embarazo y un matrimonio ahogado en alcohol
Como ocurría con estos niños, criados en la indefensión, truncó los estudios en la educación básica y comenzó a trabajar en una fábrica de calzado. Luego a sus 14 años, inició un romance con Adrián, quien fue su primer amor. “A él lo amaba y luego de tener un romance, quedé embarazada de mi primera hija, Rosa Adriana. Cuando le dije esta noticia, me argumentó que no estaba preparado para asumir como padre. Le dije que esto era de ambos y que su actitud era machista”.
Finalmente se casaron por el temor al “qué dirán” de la familia. No imaginaba que la espiral de violencia conocida en su infancia se profundizaría en el matrimonio. “Mi marido tenía tres vicios: El alcohol, los amigos y las mujeres”.
Pero no sólo su esposo bebía... pronto fue ella quien, en un suerte de rebeldía, comenzó también a beber. “Donde lo veía tanto tomar, yo me dije que iba a tomar con él para que tomara menos. Pero resultó ser que el remedio era más trágico que la enfermedad”.
Luego nació Cristian, el segundo hijo de Rosa. Soñó que la llegada de este hijo podría haber sido signo de luz para el matrimonio, pero las oscilantes relaciones con su marido sepultaban el proyecto de familia, instalándose la desesperanza en Rosa. “Cuando estás enamorada y miras con los ojos de la persona, le crees todo, aunque te esté pegando, te esté engañando, tú sigues enamorada. A él podía verlo con otra mujer y él me decía que mientras otras eran las «capillas», yo era la «catedral»”.
Y Rosa continuó evadiendo su dolor con licor, transformándose en esclava del vicio. “Cuando se acababa, seguía comprando más... lo más dramático que viví fue cuando el alcohol se apoderó de mí. En el sentido que ya no me importaban mis dos hijos. Para mí era más placentero estar dormida en el alcohol, que soportar las peleas”. Como señal de esta auto aniquilación su brazo izquierdo luce lleno de cicatrices, pues intentó matarse en varias oportunidades. Distinta suerte corrió Adrián quien falleció a consecuencia de los excesos de su adicción en agosto de 1978.
Con dos hijos y viuda, los días hábiles Rosa se dedicaba a trabajar, pero vivía esperando el fin de semana para embriagarse. “Así a los tres años de viuda conocí a otra persona y como fruto de esa relación nació William”. Pero esa convivencia estaba condenada, argumenta, y después de convivir cuatro años, “me arranqué de mi casa, porque sabía que todo seguiría la misma cadena del alcohol y de la droga. Recuerdo que probé incluso el Desbutal, una droga que te lleva a creer que hablas con una persona, pero en realidad estás ante un poste de luz”.
El abrazo del Señor
Refugiada en la casa de sus padres, sabía que había tocado fondo y se dirigió a un centro de rehabilitación perteneciente a la Pastoral Nacional de Alcohol y otras adicciones del Episcopado chileno. Pero el impacto al cambio llegaría para ella una tarde de domingo del año 1986, cuando vivió un encuentro íntimo con Cristo. “Decidí ir a una capilla que se llama San Esteban. Mi intención era buscar trabajo, salir adelante, porque no quería volver atrás. Al llegar sabía que existía Dios, pero no estaba interesada en vivir una misa, no tenía interés en nada... sin embargo terminé sintiendo que toda la misa era para mí. El Evangelio, las lecturas, y una canción que hasta hoy la recuerdo. El Señor me entregó en esa Eucaristía todo lo que en mucho tiempo había estado esperando.”
La canción a la que alude habla de una persona que vagó por mucho tiempo sin saber a dónde ir. Por esta razón Rosa dice que la sintió propia. “Sentí que esa era una canción mía. Y el Señor me abrazó con su inmenso amor, pues me hizo sentir de que no era basura”.
En Dios y con verdad brota la vida
Entre risas, comenta que el romance con Humberto, su actual esposo, se dio durante el tiempo que estaba en rehabilitación. “Dios me puso al Humberto, porque él necesitaba y yo también necesitaba una persona que hubiere sufrido... de tal manera que quisiera cambiar”. Finalmente se casaron en enero de 1988 y fruto de aquella relación, nació Cinthia, la hija menor.
Desde la verdad retomaron los fragmentos de su historia y sostenidos por Dios construyeron una familia cuyo testimonio hoy resuena en otros. Desde entonces, acompañan a decenas de adictos en recuperación. Anualmente Rosa participa junto a otros monitores en instancias de formación y sagradamente se reúne todos los viernes alrededor de un pequeño altar, donde reluce la imagen de la Sagrada Familia y una pequeña vela. Cada rostro que ha visto ha sido fuente de inspiración para sus oraciones y al concluir nuestro encuentro lo destaca... “rezo por las personas que permanecen dormidas y que no quieren despertar, no quieren despertar a la vida”.