por Alfonso Aguiló Pastrana es Ingeniero de caminos (U
6 Abril de 2019El gnosticismo es un conjunto de corrientes de pensamiento que tuvieron bastante difusión en los primeros siglos de la era cristiana. Proponían una salvación mediante la “gnosis”, un conocimiento introspectivo de lo divino, superior a la fe, que lleva a cada persona a salvarse a sí misma. Eran creencias dualistas (el bien frente al mal, el espíritu frente a la materia), con sentido de élite y un cierto menosprecio hacia quienes no compartían sus elevados conocimientos.
Son ideas antiguas, pero muy pegadas al corazón humano, y quizá por eso arraigan también hoy en el sentir de muchas personas. Se manifiestan en un exceso de seguridad, en rotundidades que llevan a analizar y clasificar a los demás en vez de interesarse realmente por ellos. Se alimentan de un subjetivismo narcisista en el que importa, sobre todo, una serie de ideas que se imponen de tal modo que se juzga a los demás según la capacidad que tengan de comprenderlas.
Son actitudes bien corrientes, como ha señalado el Papa Francisco en Gaudete et exultate, en las que todos podemos caer cuando, con nuestras explicaciones, pretendemos simplificar lo que no suele ser tan simple. Es una suficiencia altiva que absolutiza nuestras propias teorías, que pretende someter a los demás a nuestros razonamientos. Una actitud que se presenta con una armonía y una fascinación engañosas, que lo abarcan todo con una lógica fría y dominante.
Esa mentalidad exalta la propia visión de las cosas, que considera sin duda la mejor. Así, quizá sin advertirlo, se alimenta a sí misma y se ciega cada vez más. Parece tener siempre respuesta segura a todas las preguntas. Tiende a usar la reflexión siempre en beneficio propio, al servicio de sus intereses.
También tiende, por su propia naturaleza, a querer domesticar el misterio de la vida de los demás. Y quizá es ahí donde mejor se manifiesta su error. No se puede definir de modo demasiado simple dónde está el bien y el mal, el acierto o el error, porque ambas cosas están misteriosamente unidas en la vida de cada uno y no podemos ignorarlo con nuestras dudosas certezas. Aun cuando veamos a alguien como un auténtico desastre, derrotado por innumerables vicios o defectos, siempre podemos aprender algo de él, siempre podremos encontrar enseñanzas en cualquier vida humana.
Hemos de admitir que llegamos a comprender y explicar solo muy pobremente la verdad de las cosas. Debemos aceptar que hay muy diferentes maneras lícitas de interpretar los diversos aspectos de la vida, y que no debemos aspirar a una supervisión estricta de la vida de los demás.
La realidad nos supera infinitamente, y casi siempre nos reserva sorpresas. No siempre podemos decidir en qué circunstancia nos encontraremos a cada momento, qué ideas y qué encuentros nos conmoverán, cambiarán nuestras vidas. Quien quiere forzar todo a sus esquemas mentales, será siempre poco amigo de la pluralidad, del espíritu abierto, del deseo de enriquecerse con lo que piensan los demás.
Nuestra comprensión no debe ser un sistema cerrado. Debemos ser capaces de plantearnos dudas e interrogantes. Ser capaces de que las preguntas que nos hacen los demás, sus angustias, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones, nos ayuden a preguntarnos, a cuestionarnos un poco a nosotros mismos. No podemos acostumbrarnos a considerarnos mejores que la «masa ignorante». Debemos estar prevenidos ante la tentación de desarrollar un cierto sentimiento de superioridad, estar vigilantes ante la tentación de convertir nuestra experiencia y nuestras convicciones en algo que nos aleja de la misericordia, de la comprensión, de la sabiduría humilde, del respeto y de la contemplación del misterio de la vida de cada persona.