
por Pablo Maillet A.
Fue el primer monje benedictino ordenado en Chile. Su padre era luterano y su madre católica, de una familia de ascendencia alemana, como muchos, radicados en el sur de Chile.
Nació en la ciudad de Osorno, el 10 de abril de 1929. Fue el mayor de 4 hermanos: Marianne, Elisabeth y Brigitte. Ingresó al Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad de Las Condes, en Chile, el 31 de marzo de 1951, a los 21 años, poco antes de cumplir 22. Fue ordenado sacerdote seis años después de su ingreso, el 27 de julio de 1957 en la Archiabadía Benedictina de Beuron en Alemania. Escogió el nombre de Mauro, en honor al primer discípulo de San Benito.
Atravesó la segunda mitad del siglo XX y el primer cuarto del siglo XXI como un testigo de la fe. Ingresó a la vida monástica en la década de los 50. La agitación de los 60, las minifaldas, la onda disco, Michael Jackson y la década de los 80, la Guerra Fría y la Caída del Muro, la aparición de Internet en los 90 y ahora las Redes Sociales fueron, todos, fenómenos que presenció, orante, desde el Monasterio. Más allá de algún familiar o amigo que le traía alguna noticia, o de lo que se enteraba cuando se prendía alguna radio o televisión en el Monasterio para ver algún evento de relativa relevancia para los monjes. Era toda su conexión con el mundo exterior durante 74 años de vida enclaustrada. Esto, que podría ser una atrocidad, o una vida "terrible" para muchas personas, incluso para algunos católicos, no lo era para el Padre Mauro Matthei. Siempre sonriente, alegre y agradecido cuando recibía una breve visita al finalizar la Eucaristía Dominical. Este tipo de vida nos hace preguntarnos ¿qué necesita el ser humano para ser feliz? No tuvo vehículo, ni casa propia. Tampoco un trabajo "estable", pues las funciones monásticas varían. Tuvo amigos, visitas, conversaciones espirituales, y también muy humanas, le interesaban todos los temas que a cada visitante le interesaban, porque miraba detrás de aquello el corazón de cada uno, los ecos de Cristo en esa alma.
"Si conocieras el don de Dios" (Jn 4, 10), es una frase que refleja perfectamente la rica vida que tuvo este monje y sacerdote benedictino chileno. Su vida fue un testimonio de la vida eterna: perderse esta vida para ganar la otra. Pese a haber vivido 74 años enclaustrado, fue un padre y director espiritual de decenas de personas, de movimientos laicales, confesor incesante de colegios y agrupaciones eclesiales. Consejero sabio, cercano, amistoso y alegre. Siempre alegre. Estudioso y erudito, pero al mismo tiempo sencillo.
Antes de ingresar en la Orden Benedictina recibió una educación escolar laica y humanista; luego, abrazó sus estudios superiores de Pedagogía en la Universidad de Chile, también de identidad laica. Todo aquello fue forjando en él, previo a su vocación, una sintonía con la espiritualidad benedictina. Cuando San Benito fundaba monasterios, en los mismos montes donde antes hubo templos paganos, sus monjes le decían: "tiremos abajo estos templos paganos", a lo que San Benito respondía: "Pero dejen los pilares (los cimientos) sólo saquen los ídolos". También este modo de evangelización, de unir lo que Dios mismo ha sembrado incluso en quienes no conocen a Dios, como una obra de Dios, hizo que San Benito sea considerado patriarca de la cultura Occidental, transmisor de la cultura clásica greco-romana en Europa, y haya permitido su tránsito a la naciente cristiandad medieval. El Padre Mauro Matthei osb, en alguna medida, como buen benedictino, dio un testimonio semejante gestando múltiples iniciativas que se llevaban a cabo en el monasterio y culminaban con sus integrantes en los oficios divinos, grupos de oración, de Lectio Divina, de formación en el Magisterio de la Iglesia, entre otros. Uno de sus grupos favoritos era el "Fides et Ratio", que se realizó por 10 años, al que acudían académicos de diversas universidades chilenas.
Su celo apostólico traspasaba los muros, no sólo del Monasterio benedictino de Las Condes, sino de Chile. Apoyó iniciativas como la congregación de monasterios benedictinos del Cono Sur, y participó de iniciativas con monasterios benedictinos de Europa, siempre buscando la relación fraterna no sólo de los monasterios de esta región, sino de toda forma de vida monástica. Lo mismo hizo en su patria amada. En Chile, apoyó desde sus inicios al Monasterio benedictino de Lliu-Lliu, y a los Monasterio benedictinos femeninos de Rengo y Rautén.
Como sacerdote ejerció con intensidad su ministerio. Acudía con prontitud a realizar bendiciones a hogares, realizaba bautizos y miraba con mucho amor asistir a matrimonios católicos, porque tenía una gran esperanza en la familia cristiana como fuente de nueva fuerza evangelizadora. En el ámbito intelectual transitaba por la patrística y la Historia de la Iglesia, de la que fue profesor en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en el Seminario Pontificio. Estudió la historia de la espiritualidad benedictina, rescatando figuras como Hildegarda de Bingen, escribiendo la historia del Monasterio Benedictino de las Condes, cuya obra título bellamente "Benedictus montes amabat". Pero también estuvo siempre preocupado por animar la santidad del laicado. Estudios como "Acerca de la santidad en la Historia de Chile" mostraban su celo pastoral e intelectual por motivar a la santidad. Otro tanto fue su interés sobre el martirio, con artículos como "Coloquios místicos sobre el sacerdocio en persecución" entre otros, que reflejan también su amor por la Iglesia.
Colaboró y alentó iniciativas culturales de laicos, como la Revista Humanitas, de la cual fue miembro del Consejo Editorial por varios años, también con iniciativas apostólicas como el Movimiento Apostólico Manquehue, movimiento de laicos nacido en Chile a finales de los años 70, y tanta otras. Pero también dejó una huella de espiritualidad en la web escribiendo semana tras semana, durante dos años, su columna de opinión "Crónicas de un Obsoleto" en el periódico digital católico Portaluz.
En sus últimos años mostró interés en la presencia del demonio, en las oraciones de liberación y en las acciones que el cristiano debe evitar para no caer bajo el influjo del demonio. Porque creía firmemente en que la batalla del Maligno contra Cristo pervive hasta el fin de los tiempos en el corazón humano. Esta enseñanza, elemento fundamental de la vida espiritual de un monje, para el Padre Mauro había que tomarla en serio y mirar estos fenómenos como signos del triunfo de Cristo sobre el Demonio.
Durante sus últimos años la salud de Padre Mauro comenzó a debilitarse debido a su avanzada edad. Su vida, en su empeño por alcanzar la santidad nos revela la belleza insondable de Dios, quien, finalmente, decidió llamarlo de este mundo a su presencia el sábado 2 de agosto, día de la Virgen María.