Nadie desea ser engañado, sobre todo en aquellos temas que más le interesan. Así lo explicaba Platón en unas palabras que puso en labios de Sócrates: «Nadie está dispuesto a ser engañado voluntariamente en lo que de sí mismo más le importa ni respecto de las cosas que más le importan, sino que teme sobre todo ser engañado en cuanto a eso [...] lo que menos admitiría cualquier hombre es ser engañado y estar engañado en el alma con respecto a la realidad y, sin darse cuenta, aloja allí la mentira y la retiene; y que esto es lo que es más detestado» (Platón, República 382ab). San Agustín complementaba esta idea con otra reflexión: había conocido a muchos hombres que engañaban a los demás, pero a ninguno que quería ser engañado... (cf. Sermón 306). Por eso nos duele tanto constatar que alguien nos ha engañado o, algo que también ocurre, que nos hemos engañado a nosotros mismos. Ante la mentira del otro, reaccionamos con cierta dureza, incluso con una pérdida de confianza: ¿cómo puedo seguir junto a una persona que me ha mentido? Pero luego constatamos que nosotros mismos podemos incurrir en la mentira y engañar a otros, incluso a familiares o amigos. Si no queremos ser engañados, hemos de ser coherentes y tomar un propósito firme para no engañar (ni dañar) a otros. Luego, cuando descubramos algún engaño, sentiremos alivio por habernos liberado de un error, pero también un poco de pena, si constatamos que alguien nos ha mentido. El mundo está lleno de engaños y mentiras, incluso sobre temas que para nosotros son de importancia vital. Hemos de aprender a desconfiar sanamente de “noticias” que llegan sin verdadero sustento, de personas que no desean nuestro bien y buscan enredarnos con falsedades, y de razonamientos mal organizados que nos lleven a un autoengaño. La tarea continua por evitar engaños permitirá que estemos más disponibles en la búsqueda de verdades; sobre todo, según el texto citado de Platón, respecto de aquellos temas que resultan fundamentales para llevar una vida auténticamente buena.