
por Andrea Tornielli
"¡Jamais plus la guerre, jamais plus la guerre!". Han pasado sesenta años desde que Pablo VI, Obispo de Roma, lanzó su grito por la paz en la sede de las Naciones Unidas. Era lunes 4 de octubre de 1965, el mundo que había salido veinte años antes de la terrible tragedia de la Segunda Guerra Mundial estaba dividido en dos bloques y acababa de comenzar una época de diálogo y deshielo, con los primeros intentos de acuerdo sobre el control de las armas nucleares.
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"Esperáis de Nosotros esta palabra", dijo el Papa Montini, "que no puede despojarse de gravedad y solemnidad: ¡no unos contra otros, ya no, nunca! Con este fin, sobre todo, nació la Organización de las Naciones Unidas: ¡contra la guerra y por la paz!". Y añadió: "Escuchad las claras palabras de un grande fallecido, de John Kennedy", que proclamó: "La humanidad debe acabar con la guerra, o la guerra acabará con la humanidad". La sentencia de Kennedy, revela todo su trágico realismo precisamente en la hora oscura que vive actualmente el mundo. La crisis del multilateralismo y de instituciones como la ONU está a la vista de todos. Aquella Tercera Guerra Mundial hecha pedazos que hace más de diez años comenzó a denunciar el Papa Francisco parece acercarse de manera siniestra. La humanidad parece haber perdido la memoria del pasado reciente, nos cubren millones de supuestas informaciones de la era digital que nos hacen sentir la generación más consciente, pero nos rodean las fake news, la propaganda de guerra, los intereses inconfesables de los fabricantes de armas y los mercaderes de la muerte.
La guerra fratricida en el corazón de la Europa cristiana desatada por la agresión de Rusia contra Ucrania, la guerra fratricida en el corazón de Tierra Santa desatada por el acto inhumano de terrorismo de Hamás y ahora perpetrada con violencia injustificada por el ejército israelí son sólo dos de los muchos conflictos que se libran en el mundo y que permanecen olvidados, fuera del radar. La tragedia de Gaza, la detención y asesinato de rehenes, la masacre de la población civil -decenas de miles de niños, mujeres, ancianos-, así como las numerosas víctimas civiles de la guerra de Ucrania representan una vergüenza, un agujero negro para la conciencia moral del mundo. El derecho internacional y el derecho humanitario se invocan y se manipulan según convenga al más fuerte. Frente a gobernantes que hablan de guerra, se preparan para la guerra, invierten enormes sumas en armamento, el grito del indefenso Pontífice bresciano resuena todavía hoy, con más dramática actualidad que hace sesenta años. Son palabras que sintonizan profundamente con el sentir de los pueblos, que siguen indignados ante las masacres cotidianas a las que asistimos y esperan que la diplomacia, la negociación, la creatividad negociadora, la capacidad de diálogo y la habilidad para recorrer nuevos caminos de paz, encuentren por fin a quienes los transitan en lugar de rendirse a la propaganda bélica más grosera.
Al proclamar la finalidad de las Naciones Unidas, Pablo VI quiso "recordar que la sangre de millones de hombres e innumerables sufrimientos inauditos, masacres inútiles y ruinas formidables sancionan el pacto que os une, con un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo: ¡nunca más la guerra, nunca más la guerra! La paz, la paz debe guiar los destinos de los pueblos y de toda la humanidad!". No lo olvidemos, sobre todo hoy.