
por Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel
Hechos
Que hay fracturas al interior de nuestra Iglesia, es inocultable. Por ejemplo, a algunos les gusta mucho la Misa en latín, aunque no lo entiendan, pues se imaginan que Dios escucha mejor las oraciones en ese idioma, siendo que Jesús no hablaba latín, sino arameo.
Unos insisten más en la oración, en las devociones y en las celebraciones litúrgicas, y otros en el compromiso social de la fe. Unos querían más a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, y no tanto a Francisco. Ahora quisieran jalar al Papa León XIV a su propia preferencia, dizque para poner orden donde Francisco, según ellos, causó una revolución. Los cuatro Papas, así como los anteriores, nos llevaron a Jesús y a vivir como verdaderos discípulos, aunque cada uno a su estilo. Eso es totalmente normal.
Juan Bautista y Jesús llevan una vida muy diferente; sin embargo, no se atacan, sino que se aprecian y se exaltan mutuamente. Los apóstoles Pedro y Juan son muy distintos, pero siempre andan juntos. Pedro y Pablo tienen sus diferencias y discuten, pero no se excluyen uno a otro. Los cuatro evangelistas describen cada uno a su manera la vida y el mensaje de Jesús, pero si comparamos a Marcos con Juan, poco se parecen, y a algunos les gusta más uno que otro. Dios nos hizo diferentes, no idénticos. Las diferencias en el estilo de seguir a Jesús son normales y no se pueden ni se deben evitar, pues, bien articuladas, son una riqueza.
Desde los primeros siglos, aparecieron sectas y cismas que aún perduran, como entre Oriente y Occidente, entre católicos y protestantes, y entre mismos católicos. Siempre, pero sobre todo desde el Concilio Vaticano II, los Papas y nosotros trabajamos por hacer realidad el deseo de Jesús, que permanezcamos unidos. Las diferencias son queridas por Dios; no las divisiones. Jesús no quiere uniformidad, sino unidad. Quiere que permanezcamos unidos, como hay unidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que también son diferentes.
Iluminación
El Papa León XIV, desde el inicio de su ministerio como sucesor de Pedro, expresó:
"Quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.
En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.
¡Esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio".
Acciones
Quienes tenemos estilos diferentes de ser Iglesia de Jesús, respetémonos y apreciémonos unos a otros, valorando en los demás también la acción del Espíritu Santo, para que todos, cada quien según su camino eclesial, colaboremos en la mejoría de nuestro mundo.