
Si alguno tiene sano el olfato del alma, percibe el hedor de los pecados (Comentario al Salmo 37,9) .
Esta frase de San Agustín puede parecer evidente y clara, pero dice mucho más de lo que aparenta.
Lo primero, nos habla de un sentido que no tenemos muy desarrollado: "El olfato del alma". Actualmente el pecado parece que ha desaparecido de nuestro vocabulario. Nos cuesta mucho pensar en en que algo puede ser pecado. Es decir, hemos perdido la capacidad de oler el daño que nos hacemos a nosotros mismos cuando olvidamos la Voluntad de Dios o la adecuamos a nuestros gustos y apariencias. Señala el sentido del olfato como una facultad interna, espiritual y moral del ser humano. No se trata de un sentido físico, sino de la capacidad del alma para discernir, reconocer y reaccionar ante ciertas realidades. Es como una sensibilidad espiritual que permite al individuo captar lo que es bueno y lo que es malo en un nivel profundo.
Es frecuente ver el pecado por ofensa a Dios y olvidar que antes, es ofensa a nosotros mismos. Al describir el pecado con un "hedor", San Agustín le atribuye una cualidad desagradable, que es percibida por aquellos que tienen una conciencia limpia y una conexión sana con lo Divino. El hedor es algo que instintivamente rechazamos. Lo rechazamos, porque nuestra naturaleza nos señala peligro y dolor. Al asociarlo con el pecado, se enfatiza su carácter corruptor y perjudicial.
San Agustín sugiere que un alma "sana" es aquella que ha mantenido su pureza y su capacidad de discernimiento moral. Esta alma no se ha acostumbrado al mal, ni lo ha normalizado. Por el contrario, su sensibilidad le permite detectar la inmundicia del pecado, incluso cuando otros pueden ser ajenos a ella o justificarla. El pecado no es algo neutro o deseable, sino algo que, en esencia, es contrario a nuestra verdadera naturaleza y, por lo tanto, genera una reacción de aversión en un alma íntegra.
Otra cuestión interesante que nos comunica es la necesidad de purificación. Si el pecado tiene un hedor, esto también sugiere la necesidad de purificación y sanación para el alma que se ha contaminado o que ha perdido esa sensibilidad. La restauración del "olfato del alma" implica un proceso de arrepentimiento, confesión y búsqueda de la gracia divina.
Con esta poderosa imagen, San Agustín destaca la importancia de una conciencia moral despierta y una conexión espiritual profunda para reconocer la verdadera naturaleza del pecado y las implicaciones negativas que este conlleva para nosotros. Nos invita a reflexionar sobre nuestra propia sensibilidad moral. ¿Nuestro "olfato del alma" sigue siendo capaz de percibir el hedor del pecado, o nos hemos acostumbrado a él? Una pregunta que deberíamos hacernos de vez en cuando.