La espiritualidad del exorcista. Cultivo de la humildad

03 de octubre de 2014

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El mundo de hoy pretende llevar al sacerdote a llenarse de muchas cosas, con lo que logra sacar a Dios del corazón. El corazón no se divide: o está lleno de Dios, o del mundo; por eso decía Jesús: "no se puede servir a dos amos" (Mt 6, 24).

Hoy vivimos con esta continua propuesta, que ya no vemos como mala sino como “JUSTA”, a todo nuestro trabajo, ¿y esto quiere decir que no podemos descansar? ¡NO! ¿Que no podemos tener un automóvil? ¡NO! ¿Que no podemos tener comodidades? ¡NO! Quiere decir simplemente que tenemos que estar desapegados de todo y de todos. Poder decir con san Pablo: “he aprendido a vivir en la abundancia y en la escasez" (Fil 4, 12-13), solo Dios basta.

Este es un trabajo arduo en le mundo de hoy para nosotros los sacerdotes diocesanos: es vivir en un paraíso buscando que éste se convierta en un desierto, que es desde donde nace la victoria, como en el caso de Cristo.

Para lograrla, es necesario ejercitarse continuamente, buscar los últimos lugares y rechazar los honores, como lo decía Jesús (Lc 14, 7-11); aceptar con agrado el desprecio de la gente (Mt 5, 11). Es convertirnos en un tubo vacío —valga la expresión—, por donde pueda bajar con facilidad la gracia de de Dios al corazón de los hombres.

Es así y sólo así como el demonio, en el momento de la lucha, encuentra un corazón como el de María: simple, atado a Dios, de quien esperó todo. Quien renuncia a su independencia para hacerse completamente dependiente de Dios, permite que el flujo amoroso del amor y el poder de Dios fluya por él como la sabia corre por el árbol (Jn 15, 5). Debemos mantener siempre en nuestro corazón que sin Él nada somos, nada tenemos y, sobre todo, nada podemos. Nuestra fuerza y poder viene de estar unido a él: el ser rama, no tronco.

Si algo no pude soportar el demonio es precisamente la humildad, pues ésta se opone a su naturaleza soberbia y prepotente.

San Pacomio escribía a uno de sus monjes:

“En cuanto al hombre que ha adquirido la humildad, se juzga solo a sí mismo, diciendo: 'Mis pecados sobrepasan los de los demás', no juzga a nadie, no condena a nadie. ¿Quién eres tú para juzgar a un siervo que no es tuyo?Al que está caído, en efecto, su Señor tiene el poder de hacerlo levantar (Rm 14, 4). Vigila sobre ti mismo, hijo mío, no condenes a ningún hombre, gusta de todas las virtudes y custódialas”.

Quien ha renunciado a si mismo para depender de Dios, en le momento de la lucha le permitirá al Poderoso, al que tiene poder para erradicar al maligno del corazón del hombre, actuar con gran poder y soberanía. Esto no se logrará si no nos ejercitamos en la humildad, en la total dependencia de Dios, renunciando a ser nosotros para volverle a dar al Único que ES, su lugar en toda nuestra vida.

Hermanos, creo no haber dicho nada que no sepamos; sirva todo esto sólo como guía de repaso para mantener el corazón encendido y la voluntad aferrada a alcanzar la santidad que Dios nos pide, no solo para erradicar al maligno de nuestros hermanos, sino para ser realmente imagen de aquel a quien, por la ordenación sacerdotal, personificamos entre nuestros hermanos y con cuyo poder actuamos en todo momento.


 

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