Me parece que algo que perdemos de vista con facilidad, en medio de un mundo que nos mantiene distraídos con toda su frenética actividad, es considerar nuestra salvación. Son tantos los que se dicen cristianos, pero su vida dista mucho de las enseñanzas de Cristo. Todos ellos están poniendo en peligro su vida eterna.
No basta con confesarse para comulgar, como lo hace una gran cantidad de hermanos. La salvación se obtiene siguiendo el camino del Evangelio todos los días, y no solo participando de las celebraciones litúrgicas. La reconciliación sacramental supone un profundo propósito de cambio, de evitar las ocasiones de pecado y, sobre todo, el haber tomado la decisión de cambiar la dirección de nuestra vida para que ésta realmente se dirija a Dios.
Si la gente reflexionara en lo que Dios nos ha prometido en el cielo, seguramente estarían siempre animados a conseguirlo costara lo que costara. Un lugar de delicia eterna en la que ya no hay final, no hay muerte ni enfermedad, no hay problemas ni nada que pueda perturbar nuestra paz. Un lugar maravilloso según nos lo ha descrito Jesús y san Pablo que tuvo la dicha de conocerlo en vida y que dice: “Ni ojo vio, ni oído escuchó lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”. Y por otro lado, si nos detuviéramos a pensar que pudiéramos perder este maravilloso lugar para vivir eternamente y en su lugar nuestra vida nos dirigiera al infierno, al lugar de sufrimiento eterno. Sufrimiento que no acabará jamás. Un lugar en el que todos se odian, en el que el demonio atormentará por toda la eternidad a aquellos que rechazaron, como él a Dios.
Hermanos, no basta ser bautizados e ir a misa, es necesario hacer un cambio en nuestra vida que se adecúe al Evangelio. Confesarse para comulgar sin haber tomado la decisión de cambiar de vida, es arriesgarnos a la condenación eterna y perder la vida del cielo.
Detente un momento y reflexiona: no vivirás en esta tierra. Vas a morir. No sabes cuándo. Puede ser hoy mismo (un accidente). ¡Cambia tu vida! ¡Arrepiéntete de tus pecados! Acepta a Jesús como Señor de tu vida y pide que sea, de ahora en adelante el Espíritu Santo quien la dirija. Jesús nos espera en el cielo, no te lo vayas a perder por placeres pasajeros, dinero que no da la felicidad y poder que solo corrompe el alma. Reflexiona y dale tu vida a Cristo.