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Buscar caminos viables para lograr la paz

20 de noviembre de 2024

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Mil días. Han pasado mil días desde el 24 de febrero de 2022, cuando el ejército de la Federación Rusa atacó e invadió Ucrania por orden del presidente Vladimir Putin. Mil días y un número indeterminado -pero muy alto- de muertos, civiles y militares, de víctimas inocentes como niños asesinados en las calles, en las escuelas, en sus casas. Mil días y cientos de miles de heridos y de traumatizados destinados a quedar discapacitados de por vida, de familias que se quedaron sin hogar. Mil días y un país martirizado y devastado. Nada puede justificar esta tragedia que podría haberse detenido antes, si todos hubieran apostado por lo que el Papa Francisco llamó los «esquemas de paz», en lugar de rendirse a la presunta inevitabilidad del conflicto. Una guerra que, como cualquier otra, va siempre acompañada de intereses, en primer lugar, el del único negocio que no conoce crisis y no la conoció ni siquiera durante la reciente pandemia, el global y transversal de quienes fabrican y venden armamento tanto en Oriente como en Occidente.

 

El triste cumplimiento de mil días desde el inicio de la agresión militar contra Ucrania debería plantear una única pregunta: ¿cómo poner fin a este conflicto? ¿Cómo lograr un alto el fuego y después una paz justa? ¿Cómo llevar a cabo negociaciones, esas «honestas tratativas» de las que hablaba recientemente el Sucesor de Pedro, que permitan alcanzar «compromisos honorables» y poner fin a una dramática espiral que corre el riesgo de arrastrarnos hacia el abismo de una guerra nuclear? No es posible esconderse detrás de un dedo. El encefalograma de la diplomacia se presenta plano, el único destello de esperanza parece encontrarse en aquel vinculado a las declaraciones electorales del nuevo presidente de los Estados Unidos de América. Pero la tregua, y después la paz negociada, son -o más bien deberían ser- un objetivo perseguido por todos y no pueden dejarse en manos de las promesas de un solo líder.

 

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo recuperar, en particular   Europa, un papel digno de su pasado y de aquellos líderes que, en la posguerra, construyeron una comunidad de naciones que garantizó décadas de paz y cooperación al Viejo Continente? El llamado Occidente, en lugar de centrarse únicamente en la alocada carrera armamentística y en las alianzas militares que ahora parecen obsoletas y herencia de la Guerra Fría, quizá debería tener en cuenta el creciente número de naciones que no se reconocen en este esquema.

 

Hay países que han mantenido e incluso intensificado relaciones de alto nivel con Rusia: ¿por qué no examinar a fondo las posibilidades de encontrar soluciones de paz comunes? ¿Por qué no desarrollar una acción diplomática y un diálogo constante a través de consultas no esporádicas, no burocráticas, sino intensas con estos países? Y si las cancillerías europeas tratan de emprender este camino, ¿se puede prever un mayor papel de las Iglesias, de los líderes religiosos? Además, más allá de los contactos oficiales, por otra parte, limitados a una pizca, cabría esperar de los países que apoyan financiera y militarmente a Ucrania una mayor iniciativa de análisis y propuesta: se necesitan urgentemente «think tanks» internacionales capaces de atreverse, de indicar vías de solución posibles y concretas, de proponer esquemas para una paz aceptable para todos. Para ello, como dijo el cardenal Parolin a los medios de comunicación vaticanos, son muy necesarios «estadistas con visión de futuro, capaces de gestos valientes de humildad, capaces de pensar en el bien de sus pueblos». También es necesario, nunca como en este día, que los pueblos alcen su voz para reclamar la paz.

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