A un año de la pascua del hombre de Dios Joseph Ratzinger / Benedicto XVI

29 de diciembre de 2023

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Su vida se fue apagando suave y discretamente, como siempre quiso vivir, hasta que salió al encuentro de su amado Jesucristo, como cerrando su ciclo, el 31 de diciembre del 2022. Su legado sigue aún vigoroso y, en muchos casos, por descubrir.

 

Su vida se enmarcó entre dos sábados: el de su nacimiento y el de su muerte, o como decimos los cristianos, pasó a la casa del Padre. En efecto, fue un 16 de abril de 1927 cuando vio la luz el pequeño de la familia Ratzinger, al sur de Alemania. Ese día era Sábado Santo, y esto marcó su vida por ser aún Semana Santa; pero a las puertas de la Resurrección, cosa que, como escribe en su autobiografía… "cuanto más lo pienso, tanto más me parece la característica esencial de nuestra existencia humana: esperar todavía la Pascua y no estar aún en la luz plena, pero encaminarnos confiadamente hacia ella" (Mi vida). Sábado fue el día de su nuevo nacimiento a la vida eterna, cuyo aniversario ahora recordamos.

 

Realmente su vida se ha caracterizado por una actitud llena de esperanza y anhelo, de estudio y cátedra universitaria; a la vez de labor pastoral, de iniciativas académicas junto a un servicio a la Iglesia desde misiones y tareas de gran responsabilidad.

 

Su camino fue humilde pero grande a la vez. Humilde porque se sabía criatura, y grande porque se sabía amado por un Dios que "mira la humillación de su esclava". Esta vivencia, tan radical en él, la expresa así: "El hombre es un ser relacional -dice en La Infancia de Jesús-. Si se trastoca la primera y fundamental relación del hombre – la relación con Dios- entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden". Cuantos hemos tenido la gracia de verlo, saludarlo o conversar con él, hemos percibido en su mirada y en sus gestos la paz que procede del amor de Dios, de saberse amado y de proyectar ese amor en los demás con una atención especial que brinda a cada persona. 

 

En los inicios de su camino era un sencillo seminarista que se formó y estudió en la posguerra mientras profundizaba en la belleza de la liturgia, dejándose seducir por la fuerza de San Agustín. Desde entonces supo siempre buscar un equilibrio entre las inquietudes intelectuales y su carrera académica; una de las más prometedoras de entonces, con la vida profunda de creyente, de sacerdote orante y celebrante lleno de celo por la salvación de las almas. Pasando por el novel sacerdote que se inició en sus labores pastorales, en una pequeña parroquia aprendiendo de otro buen sacerdote, mientras aprovechaba cada minuto para investigar y escribir sus tesis. Fue también el profesor que postula a cátedras universitarias de Teología en varias Universidades alemanas, y que sufre, en medio de esa carrera ascendente, la pérdida de sus padres, lleno de dolor. Era un hombre que sabía generar diálogo a su alrededor con personas de todo tipo y postura de pensamiento; con quienes construye amistades de vida duraderas, como cuentan sus discípulos directos. Pero también es valiente al asumir desafíos académicos que le permitan profundizar y crecer en los talentos intelectuales que agradece como don de Dios; no para su bien, sino para el de la Iglesia. Humilde es ante la petición de ser pastor, Obispo de Munich, en Baviera. Misión a la cual se entregó con tanta solicitud, enseñanzas y testimonio de fe que -al despedirse del pueblo bávaro unos años después para ir a Roma a dirigir el Dicasterio Doctrina de la Fe, por solicitud de Juan Pablo II-, sus fieles le estarán muy agradecidos. En Roma continuó dedicándose al estudio y a la teología, con el beneplácito de Juan Pablo II, quien conocía su obra más famosa: Introducción al Cristianismo, que tanto bien ha hecho por plantear las cuestiones fundamentales de fe de una manera novedosa. Así, trabajaron juntos el corazón inteligente, ardoroso, del Papa polaco, potenciado por la inteligencia ordenada y fiel del prefecto alemán. Años muy fructíferos los de esa primera etapa en Roma, pero a la vez sacrificados, de ocultamiento y de incomprensiones. También de enfermedades, hasta el punto de solicitar en repetidas ocasiones la renuncia, siempre relegada. Quizás Juan Pablo II lo preparó en la dimensión humana para continuar la tarea.

 

La sorpresa de su elección como Papa Benedicto, "humilde obrero de la viña del Señor", fue para él un nuevo paso en su misión, la de siempre, como "colaborador de la verdad", sólo que esta vez desde el centro de la cristiandad. Fecunda y rica en el testimonio de la verdad, y sólo desde la verdad. Su unión con Dios en equilibrio con sus tareas pastorales, le dieron la fuerza para acometer con toda la energía de un hombre de 78 años, la misión de guiar la barca de Pedro.

 

Cuando lo que deseaba era retirarse a descansar con su hermano a Baviera, aceptó ser Papa pues sabía que sería impulsado y sostenido por una fuerza más grande que él, la del Espíritu Santo; que le hizo asumir con valentía las miserias de algunos de sus hijos y enseñar a encararlas desde la verdad.

 

La luz del día de su nacimiento se hizo más patente en la nueva vida que libremente asumió tras su renuncia; en la que, como fiel colaborador de la verdad, y en íntima relación con Cristo, su gran amor, ha esperado confiado y entregado hasta el culmen: la Pascua eterna.  

 

De forma humilde, como siempre quiso vivir, nos dejó para acompañarnos de otra manera. Su vida entre dos sábados ha discurrido así, transida de esa luz y de una actitud de confiada espera que ha sabido transmitir a muchos, a través del contacto personal o de sus obras.

 

Estas palabras suyas con las que termino lo retratan bien: "andando ese camino (de la conversión) somos capaces de ver la maravilla de la gracia y aprendemos que no hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia que ha aparecido en Cristo. El mundo no es un conjunto de penas y dolores, toda la angustia que existe en el mundo está amparada por una misericordia amorosa, está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios. Quien celebre así el Adviento, podrá hablar con derecho de la Navidad feliz y bienaventurada y llena de gracia" (Sobre el sentido del Adviento).

 

Navidad eterna de la que goza con Aquel por quien vivió, estudió, escribió, predicó, sufrió y amó. Gracias por siempre, Papa Benedito XVI.

 

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