Benedicto XVI: Testigo de la Esperanza, servidor de la Verdad

31 de diciembre de 2022

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Fue un 16 de abril, hace más de 95 años, cuando vio la luz el pequeño de la familia Ratzinger, al sur de Alemania. Ese día era Sábado Santo, y este detalle marcó su vida, según dice él mismo, por ser aún Semana Santa, pero a las puertas de la Resurrección, cosa que, como escribe en su autobiografía: “cuanto más lo pienso, tanto más me parece la característica esencial de nuestra existencia humana: esperar todavía la Pascua y no estar aún en la luz plena, pero encaminarnos confiadamente hacia ella”.

 

Sábado ha sido también el día de su nuevo nacimiento -así llamaban los primeros cristianos a este paso hacia la vida eterna- que nos deja dolor en el corazón, pero a la vez gratitud y esperanza.

 

Si miramos su vida, han sido 95 años transidos de esos dones de la Gracia: un hijo de Dios lleno de esperanza y anhelo, de estudio y cátedra universitaria; a la vez de labor pastoral, de iniciativas académicas junto a un servicio a la Iglesia desde misiones y tareas cada vez de mayor responsabilidad. Sí, su camino fue humilde pero grande a la vez. Humilde porque se sabía criatura, pero grande a la vez porque se sabía amado por un Dios que “mira la humillación de su esclava”. Esta vivencia es radical en él y lo aborda en su libro La infancia de Jesús: “El hombre es un ser relacional. Si se trastoca la primera y fundamental relación del hombre – la relación con Dios- entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden”.

 

Cuantos hemos tenido la gracia de verlo o saludarlo, más incluso quienes han conversado con él, hemos podido percibir en su mirada y en sus gestos ese orden que procede del amor de Dios; pues a la par de saberse criatura amada, lo proyecta en los demás y el prójimo puede percibirlo en la atención especial que brindó a cada persona. 

 

En los inicios de su camino, era un sencillo seminarista que se formó y estudió en la posguerra mientras profundizaba en la belleza de la liturgia, dejándose seducir por la fuerza de San Agustín. Desde entonces supo siempre buscar un equilibrio entre las inquietudes intelectuales y su vocación académica -una de las más prometedoras de entonces-, con la vida profunda de creyente y de sacerdote orante. En todo trasparentaba su ser un celebrante lleno de celo por la salvación de las almas. Todo ello forjado en su tiempo de novel sacerdote que se entregó al servicio pastoral de los fieles en una pequeña parroquia de la Bavaria natal, mientras aprovechaba también cada minuto para investigar y escribir sus tesis. Vivió a plenitud la vocación académica desde cátedras universitarias de Teología en varias Universidades alemanas; y en medio de esa carrera ascendente, no buscada, experimentó un profundo dolor ante la pérdida de sus padres.

 

Nuestro querido Benedicto XVI se esmeró por generar diálogo a su alrededor con personas diversas y de toda postura de pensamiento.  Fue así como creó y mantuvo amistades duraderas y lazos de cercanía, según cuentan sus discípulos directos. Pero también asume con valentía y conciencia coherente con la fe, los desafíos académicos que le permitan profundizar y crecer en los talentos intelectuales que sabe Dios le ha dado, no para su bien sino para el de la Iglesia. Es así humilde cuando le piden asumir la tarea de pastorear como Obispo la Arquidiócesis de München y Freising, en Baviera. Misión en que entregó tanta solicitud, enseñanzas y disponibilidad que pocos años después fue despedido con múltiples expresiones de cariño por el pueblo bávaro cuando hubo de trasladarse a la Santa Sede y liderar el dicasterio Doctrina de la Fe, por reiterada solicitud de San Juan Pablo II.

 

Desde el Vaticano continuó dedicándose al estudio y a la teología, con el beneplácito de San Juan Pablo II, quien conocía su obra más famosa: Introducción al Cristianismo, que tanto bien ha hecho por plantear las cuestiones de la fe de una manera novedosa y a la vez ortodoxa. Fueron años de trabajar juntos: el corazón santo del Papa polaco, potenciado por la sabiduría ordenada y fiel del prefecto alemán. Años muy fructíferos los de la primera etapa en la Santa Sede, pero a la vez sacrificados, de ocultamiento e incomprensiones. También de enfermedades, hasta el punto de solicitar en repetidas ocasiones la renuncia, siempre relegada. Quizás San Juan Pablo II lo preparaba en la dimensión humana para continuar su tarea.

 

Su elección como Papa Benedicto XVI, “humilde obrero de la viña del Señor”, sería para él un paso trascendente en su misión, la de siempre, como “colaborador de la verdad”. Sólo que esta vez como Vicario de Cristo para la Iglesia Universal, misión que ha sido fecunda en el testimonio de la verdad, y sólo desde la verdad. Sólo por su confianza en Dios aceptó la cátedra de Pedro -cuando lo que deseaba era retirarse a descansar con su hermano a Baviera-, pues sabía que sería impulsado y sostenido por una fuerza más grande que él; fuerza que le hizo asumir con valentía la verdad de las miserias de algunos de sus hijos y enseñó a otros a encararlo así, desde la verdad.

 

La unión con Dios en equilibrio con sus tareas pastorales, le dieron la fuerza para acometer con toda la energía de un hombre de 78 años, la misión de guiar la barca de Pedro. Asimismo, la luz del día de su nacimiento se hizo más patente en la nueva vida que libremente asumió tras su renuncia: en la que, como fiel colaborador de la verdad, y en íntima relación con Cristo, su gran amor, ha esperado confiado y entregado hasta el culmen: la Pascua eterna.  

 

De forma humilde, como siempre quiso vivir, nos deja ahora para acompañarnos de otra manera. Su vida entre dos sábados ha discurrido así: transida de esa luz y de una actitud de confiada espera, como ha sabido transmitir a muchos, a través del contacto personal o de sus obras.

 

¡Gracias Papa Benedicto XVI por tu ejemplo, por estos 95 años viviendo de esperanza, de amor y de fe, sobre todo de amor! Oramos por ti.

 

 

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