Necesidad de un “moderno padre de la patria”

06 de mayo de 2022

Compartir en:

 

 

Si miramos y valoramos nuestra historia, siempre podemos aprender y dejarnos remover por personas que se la jugaron por Chile, sobre todo en momentos como los que vivimos ahora.

 

Fue un gran conocedor del Chile de su tiempo y, sobre todo, de su gente. Lo puso de manifiesto no sólo en los brillantes libros y reflexiones que escribió, sino sobre todo en sus gestos, continuos, constantes y llenos de humanidad, en que se acercaba a cada persona para hacerse cargo de su miseria, fuera material o espiritual, de ahí su apuesta por la educación. No se contentó con hablar de justicia y de solidaridad, sino que las vivió, y lo hizo de una manera tan alegre y atractiva que atrajo a cientos de personas que le imitaron dando lo mejor de sí mismas. Y su acción, gota a gota, transformó su patria y su tiempo, y puede seguir haciéndolo hoy, si nos dejamos mover por su ejemplo y por lo que movía su corazón.

 

Con razón le han llamado moderno padre de la patria, pues “recreó” el corazón de Chile desde lo más profundo: la mirada fraterna y el compromiso solidario. En efecto, él vivió lo que no debemos olvidar: el mundo no cambia sólo cambiando estructuras, sino renovando corazones.

 

Sí, Alberto Hurtado, más tarde San Alberto Hurtado, revolucionó el Chile de mitad del siglo XX porque creía en el amor verdadero. La entrega y la caridad que desde niño aprendió de su madre, Ana Cruchaga, le permitió palpar en carne propia el inmenso amor de Dios por él. Y al saberse amado tan profundamente, se sentía urgido a llevar ese amor a quienes le rodeaban, es decir, a los prójimos o cercanos, en quienes aprendió a descubrir no sólo a hermanos suyos de humanidad y de fe, sino más aún, aprendió a ver en ellos al mismo Cristo, según dijo Jesús: “lo que hagan a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hacen”. Gran lección de fraternidad.

 

Niño, joven, seminarista, sacerdote, formador, movilizador de jóvenes en pro del bien de su patria, fundador del Hogar de Cristo y de la Asociación Sindical Chilena; en todas estas etapas y dimensiones, ardió en el corazón de Alberto ese amor en pro del bien y para remediar el mal, curando, ayudando, dando esperanza, invitando a otros a hacer el bien. Para ello arrostró cansancios, dificultades, cruces, incomprensiones, pues sabía que el sacrificio es la mayor prueba del amor, a pesar de lo cual, siempre estaba “contento, Señor, contento”. Ese fuego que ardía en su corazón lo concretaba en su gran criterio de discernimiento moral y de acción: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”.

 

¿Su fe? Así la entendía: “El cristianismo no es sólo ley de santidad, sino también de salud espiritual y mental... No es un conjunto de prohibiciones, sino una gran afirmación: Amar. …La mejor manera de llenar la vida: llenarla de amor, y al hacerlo así no estamos sino cumpliendo el precepto del Maestro: que os améis unos a otros” (Conferencia ¿Cómo llenar mi vida?, 1946).

 

Su gigantesca actividad caritativa brotaba de la misma fuente de amor que vivieron los santos de todas las épocas. En efecto, él fue santo precisamente porque, en respuesta al amor que recibía de Dios, se comprometió a amarle sobre todas las cosas y en todos sus prójimos, criaturas a imagen y semejanza de Dios, sobre todo a los más necesitados. Entendía que “Un cristiano sin una preocupación intensa de amar es como un agricultor despreocupado de la tierra, un marinero desinteresado del mar, un músico que no se cuida de la armonía” (Discurso a jóvenes de la Acción Católica, 1943). Armonía en su vida que le hizo testigo creíble, y por eso arrastró entonces y su ejemplo debe seguir arrastrando hoy.

 

Sin dicotomías, supo vivir el amor a Dios y a Su obra maestra: el ser humano. Por eso su vida fue “un disparo a la eternidad”, sembrando el bien a su paso por la tierra, porque la eternidad se labra ya en esta vida. El cielo es solidario.

 

San Alberto nos sigue enseñando hoy una lección de fraternidad y solidaridad muy aterrizada porque supo mirar al cielo y vivir desde ahí su amor y esperanza. Su lección es actual hoy, de ahí la invitación a plantearnos: ¿Qué harías en su lugar, en el lugar de este moderno padre de la patria?

 

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda