"Más allá de la transmisión de conocimientos…". Estas palabras suelen figurar con una cierta frecuencia en documentos educativos de toda índole.
Presuponen que la enseñanza no es solo transmitir conocimientos, lo que, sin duda, es cierto, pero en el fondo esto es una forma de entender la educación como un método que sirve, ante todo, para acompañar al alumno en su recorrido escolar. El profesor quedaría en un segundo plano y el alumno sería el verdadero protagonista, lo que suele desembocar, aunque no se busque esa finalidad, en una pérdida de autoridad del docente. Un libro de reciente aparición El suicidio de Occidente.
La renuncia a la transmisión de saber (Ed. Encuentro), escrito por la profesora Alicia Delibes Liniers, nos habla precisamente de esa batalla contra el conocimiento, que caracteriza a la pedagogía actual, la llamada "enseñanza comprensiva".
La autora, que conoce la obra de destacados filósofos franceses del siglo XX, bien podría haber titulado su libro La derrota del conocimiento, parafraseando el conocido título de Alain Finkielkrauft, La derrota del pensamiento. Y es que la derrota del pensamiento no deja de ser una derrota del conocimiento, pues hoy el conocimiento parece haberse tornado inútil, haciendo alusión ahora a un conocido libro de Jean François Revel, aquel gran periodista cuyo centenario conmemoramos en el presente año.
Mi experiencia docente y las conversaciones con profesores de todos los niveles me han servido para corroborar mucho de lo expuesto en el libro de la profesora Delibes. Es una obra amena y documentada en la que se hace una breve historia de los planes educativos en España, se presenta la evolución del sistema educativo en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, y sobre todo se pasa revista a las ideas de quienes forjaron la enseñanza comprensiva, cuyo principal precursor fue Rousseau. De esta manera, se impuso la instrucción sobre la educación.
Durante la Revolución francesa, la concepción educativa liberal del científico y político Condorcet fue abolida por Robespierre, que consagró a Rousseau como el modelo único en educación y propagó el mito del hombre bondadoso, libre y feliz.
El igualitarismo rousseauniano triunfó a principios del siglo XX en tierras estadounidenses con John Dewey, un gran enemigo de la meritocracia y un defensor de la idea de que el niño aprende por sí mismo.
Los laboristas británicos, a partir de su triunfo electoral en 1945, abolieron las Grammar Schools, consideradas elitistas, y difundieron las Comprehensive Schools. Años después, Margaret Thatcher y Tony Blair tomaron medidas para intentar recuperar una escuela basada en el conocimiento y el mérito, pero la mentalidad igualitarista en educación ya estaba arraigada en la sociedad, y no solamente en la británica, sino en el conjunto de Occidente.
La consagración del igualitarismo educativo llegó con el mayo francés de 1968, calificado de psicodrama por Raymond Aron. Pero lo cierto es que fue una revolución contracultural llamada a influir en la sociedad y en la educación. A partir de entonces, empieza la posmodernidad y el relativismo cultural. Es, como dice la profesora Delibes, una labor de desculturización. No es que se rechace la cultura en bloque, pero se niega la existencia de una cultura universal. Solo importa mi cultura, es decir lo identitario. La civilización occidental no solo es una más entre otras, sino que empieza a ser odiada en el propio Occidente.
El wokismo tiene, entre otras, sus raíces en mayo del 68. Desde el momento en que todas estas ideologías influyen en la educación, comienza lo que la autora califica de “suicidio de Occidente” que, en este caso, consiste en la renuncia a la transmisión del saber. La deconstrucción posmoderna es un camino a la destrucción. Las leyes educativas del igualitarismo educativo anuncian no solo el fin de la era del saber sino también el de la abstracción, las ideas y los conceptos. Tal y como podrían atestiguar muchos docentes en activo, los ejemplos han sustituido a los conceptos.
El libro de Alicia Delibes es una vigorosa denuncia del rechazo a la transmisión del conocimiento.
Tengo la experiencia de haberme encontrado hace años con algún docente que me aseguraba con convicción que el profesor Google podía resolver todos los problemas de información a los alumnos, pero lo más curioso es que la persona que me dijo eso estaba en el equipo directivo de un colegio privado. Es un ejemplo de que la mentalidad de rechazo al conocimiento está más extendida de lo que podría creerse.
Personalmente, el libro me deja un poso un tanto amargo. Sin embargo, mi experiencia docente me impide caer en el pesimismo. No es tanto, aunque pueda parecer lo contrario, un problema de partidos, de leyes o de ideologías.
Los gobiernos van y vienen, al igual que las leyes educativas. Es un problema de mentalidades que no solo afectan a España sino al conjunto de los países occidentales. He visto a profesores transmitiendo conocimientos y a alumnos, aunque fuera una minoría, recibiéndolos con sumo interés. Mientras haya personas así, la escuela de los saberes y del conocimiento no se extinguirá.