Abigail y su esposo, Cristián

Consecuencias de estancarse en el dolor

Abandonó la sub-cultura Gótica y prácticas esotéricas al conocer la historia de la mujer Samaritana

18 de octubre de 2013

Luego de la muerte de su abuelo se estancó en el dolor y la tristeza. Así, la estética Gótica y las prácticas esotéricas atraparon la mente de Abigail.

Compartir en:



“Desde pequeña fui criada en la tradición católica, pero llegó un momento en que me rebelé contra Dios”. Así de categórica es Abigail Cofré, quien vivió sumergida en la tristeza tras la muerte de su abuelo cuando tenía 13 años.
 
Originaria de la ciudad de Rancagua, Chile, aún mantiene fresca las enseñanzas católicas de su abuela. “Ella usaba un velo para ir a misa. Siempre le llevaba flores a la Virgen María y hacía todas las cosas de la capilla”. Pese a que su madre estuvo presente en todo momento, considera que sus mayores referentes fueron sus abuelos, porque “me ponían las reglas. Veía en ellos un matrimonio bien constituido”.
 
Oscuridad tras la muerte del abuelo

Sin embargo, es el fallecimiento de su abuelo en las vacaciones de febrero en 1996, cuando su fe se desmorona. “No quise saber nada más de Dios, porque era la primera pérdida que había tenido. Tenía pena porque no lo iba a ver nunca más, me quería morir, intenté suicidarme en varias oportunidades. Es allí cuando me hice parte de un grupo en el colegio que eran Góticos (pulse para ver). Como a mí me gusta la poesía, empecé a escribir poemas deprimentes y me teñí el pelo negro”.
 
Abigail reconoce que deambuló en la subcultura Gótica más de seis años participando de diversas comunidades que compartían su afición por “esa estética siniestra”. A tal punto llegó su afán de abstraerse de la realidad, señala, que estudiaba en los cementerios, pues, “era la única parte donde podía encontrar silencio”.
 
Ávida de nuevas experiencias, Abigail explora también en el ocultismo. “En ese tiempo, jugaba a la Ouija, veía el tarot, lecturas sobre el aura, pero dejé todas esas cosas. Ahora me pregunto ¿para qué hice esas cosas, si mi destino o lo que me ocurra en cinco minutos más será así por voluntad de Dios y no mía?”.
 
Una abuela proactiva

Recuerda que un día, a petición de su abuela, un sacerdote llamado Guillermo González fue a su hogar con el mero objeto de hacerle un par de cuestionamientos. El padre me dijo “«Abigail… ¿hasta cuándo vas a estar deprimida?, ¿hasta cuándo llorarás? el Dios que adoramos es el Dios de la vida. Es el resucitado, quien hace nueva todas las cosas. Pídele que transforme tu vida. Así como transformó el agua en vino, que te transforme a ti». En ese momento, reaccioné, pero incrédula”.
 
Aquel cuestionamiento volvió a suscitarse tiempo después, cuando su abuela le exigió acompañarla a misa. “Un día escuché la lectura de la mujer Samaritana y entendí lo que me dijo el sacerdote que visitó nuestra casa. Jesús no vino a buscar a los buenos, sino a los que estaban alejados. A los que estaban perdidos, que no había venido solamente por la buena gente, sino por aquellos que no querían saber de Dios. Y que el Señor sufría por eso y que Él había muerto por mí y por cada uno de nosotros”.
 
Asegura que reflexionó por varios minutos las frases de esa lectura… “Eran palabras actuales, llenas de vida. No eran cosas que habían pasado hace más de dos mil años. Y le hice un compromiso al Señor. Le dije que quería ser la niña de sus ojos, no quería vivir en la infancia eterna”.
 
De la oscuridad a la luz

Conmovida y con deseos de reestructurar su vida, ingresó a un grupo de confirmación para recibir el sacramento, a sus 20 años. “Saber que tengo una misión en el mundo. Que el Señor sabía cuándo iba a nacer, dónde me iba a criar, qué es lo que iba a vivir antes de mucho, me hizo reflexionar. La muerte es la continuación de la vida, pero abrazada a Cristo. Moriré, es lo único que tengo seguro en la vida, pero me encontraré con Dios, con mi abuelo, y con todos los que quiero ver”.
 
Cuando repasa las grandes experiencias de su vida, Abigail concluye que la muerte no tiene la última palabra y deposita toda su esperanza en el Señor. “Porque uno, como ser humano siempre busca algo en qué creer. Confías en un par de cartas, en unos dibujos raros, en una taza de café, o porque estás alucinado con drogas ves rayas en la gente. Creí que era experta para con esas artes fabricar mi propia suerte, pero no es así”.
 
Hoy, a pocos meses de jurar como abogada, ya trabaja como procuradora. Además abrirá un nuevo campo ocupacional, como relatora de talleres laborales a trabajadores en la ciudad de Rancagua. Hasta hace algunos meses era una activa representante juvenil en su comunidad pastoral, y junto a su esposo, Cristián, tuvo el privilegio de viajar al encuentro con el Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud de Rio de Janeiro.
 
Su principal cercanía con Dios se plasma por medio de una oración del corazón que descubrió en el librito “El Peregrino Ruso” y que confiesa repite como oración constante cincuenta veces cada día. ¿Puedes decirla?, le preguntamos, al finalizar. “¡Por supuesto!”, responde feliz, al tiempo que reza… «Jesucristo, hijo de David, ten compasión de mi».

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda