por Equipo Portaluz
5 Septiembre de 2013Paul Ponce domina con facilidad sombreros, pelotas y varios objetos. Viaja por toda Europa derrochando talento y fe. Tanto es así que en 2005 actuó para el Papa Benedicto XVI en la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia. Sin embargo, para lucirse en los mejores escenarios, su vida tuvo que sucumbir ante el mejor espectador que estuvo presente en las gradas de su show: Cristo.
Su itinerante familia viajaba todas las temporadas a distintos espectáculos. Es por eso que no es de sorprenderse que haya nacido en Argentina, fuera bautizado en Lima, hiciera su Primera Comunión en Londres, se confirmara en Bahamas y contrajera matrimonio en Montserrat, España.
Paul pertenece a la sexta generación de una familia circense y declara abiertamente que hasta los 19 años, “pensaba que la felicidad estaba en viajar, en tener muchas novias en cada ciudad, ganarme mucho dinero, ser reconocido en el mundo artístico, trabajar en lugares prestigiosos, actuar en los grandes espectáculos de Nueva York o para la Familia Real en Inglaterra, pero me pregunté «¿ahora qué?». Siempre faltaba algo más, tenía sed de más”.
La confirmación a los veintiuno y la oración frente a un crucifijo
Al cumplir los 21 años de edad no le interesaba mucho Dios. “No frecuentábamos casi la iglesia, ni íbamos a Misa, porque siempre trabajábamos los domingos. En total asistíamos cinco o seis veces al año”. Su frágil postura cambia cuando se asienta en Bahamas y su familia le sorprende llevándolo a un lugar donde hiciera su confirmación. “Mi padre me decía «si algún día te quieres casar por la Iglesia, tendrás que estar confirmado». Entonces comencé a frecuentar un grupo del movimiento apostólico Regnum Christi, y por seis meses me preparé para recibir el sacramento, junto con chicos de 14 años”.
Recuerda que el sacerdote le desafió y le dijo «si te pones las pilas, te podrás confirmar en octubre». “Al principio me planteaba el sacramento como un requisito burocrático. Volvía al espectáculo con mis amigos y tenía otra clase de vida, no estaba bien moralmente, a tal punto que andaba incómodo. Ser no coherente con lo que se me decía por las mañanas, junto a mis compañeros, y vivir de otra manera por la noche, no me dejaba en paz”.
Pero como la gota que golpea contra el cristal las catequesis de cada sábado, fueron haciendo su parte y provocando que resonaran preguntas en su corazón, fortaleciendo su fe. “Cuanto más sabía de Dios, más quedaba sorprendido del tesoro que siempre había tenido y que no me había dedicado a conocer. Le pedía a Él ser coherente. No quería ser fiel solamente en lo fácil, sino en lo difícil. Y con el tiempo aprendí a ser el mismo frente al Señor y a mis amigos, vivir fielmente la fe”.
Sin estridencias, Paul hace memoria del encuentro íntimo que tuvo con la figura de Cristo crucificado. “Entré a solas a la iglesia a rezar, fijé mis ojos en el crucifijo y al mirarlo me pregunté «¿por qué tanto dolor y sufrimiento?». Desde ese momento empecé a ver que Dios me había inundado de gracias, de dones en mi vida, y que yo estaba muy lejos de responderle. Lo más increíble de todo, fue que entre más intentaba aprender hacer el bien hacia Dios y los demás, más felicidad y plenitud sentía”.
Amado aprende a amar
Aprendió así que sus sueños de fama eran nada comparadas con el llamado apostólico que le hizo Cristo. “Decidí parar un año entero de trabajar en el mundo artístico para ser misionero de la Iglesia. Dios había hecho mucho por mí, y yo quería intentar hacer algo por Él. Al final del año me di cuenta que ese año había sido el mejor de toda mi vida, porque aprendí dónde se encontraba la felicidad, que es buscar al Señor y el bien de los demás”.
Pero faltaba aún una mujer en su vida y como no la encontraba, hizo lo que ya sabía daba resultados... “Le oré a Dios pidiendo luz para que llegara la persona que él decidiera. Es así como pasaron exactamente diez años desde que empecé hacer esta oración matinal. Luego, conocí a Leia mi esposa”.
Desde la génesis de su compromiso, decidieron consagrar su amor a la Sagrada Familia de Nazareth y vivir su noviazgo en la castidad. “Era una relación tan pura y hermosa, que pudimos vivir en fidelidad y respeto todos los días. Nuestro matrimonio fue el 13 de mayo de 2005. Juntos perseveramos en esto, estando en gracia de Dios y con los medios que nos propone la Iglesia”, concluye.