Esto podría ocurrir en casi cualquier país occidental impregnado por la ideología de género y el populismo liberal de sus líderes: Padres cuyos hijos dicen sentirse mujeres, hijas que dicen sentirse hombres; seguido de la exigencia de acudir a “tratamientos” que apliquen una transformación de sus cuerpos.
Desde hace una década en la esfera pública del debate social y legislativo en decenas de países occidentales se ha instaurado como verdad que el sexo biológico no es determinante para el reconocimiento legal como hombre o mujer de un ser humano. La ideología de género ha logrado establecer en leyes que el factor a ser considerado legalmente debe ser la propia voluntad del sujeto para definirse como hombre o mujer.
El sesgo liberal de esa ideología, bien difundida en los medios de comunicación, ha posibilitado que primero una avalancha de jóvenes, luego adolescentes y de forma más reciente, infantes menores de 10 años, declaren su derecho al cambio de género. Así los padres se ven emplazados por hijos que dicen sentirse mujeres o hijas que dicen sentirse hombres; seguido de la exigencia de acudir a “tratamientos” que apliquen una transformación de sus cuerpos. Y en meses recientes, muchos arguyen que basta la libre decisión de cada persona para que sea cambiado su sexo registral legal.
El arma que esgrimen los grupos de influencia para que las leyes permitan todo lo anterior es brutal. Afirman que es necesaria esta ingeniería social a través de las leyes, para evitar el suicidio de niñas, niños, jóvenes y adultos llamados “trans”.
Baste citar como ejemplo reciente la campaña, #SpeakingUpSpeaksVolumes alentada por la Red de Salud Primaria del Noroeste de Melbourne (Canadá). En ella se aconseja a las escuelas evitar palabras como "mamá", "papá", "novio" y "novia" para ayudar a reducir -afirman- las tasas de suicidio de los jóvenes LGBTQI+. También piden introducir baños unisex, equipos de juego que incorporen a las personas trans (permite que un hombre que ha obtenido el reconocimiento legal como mujer pueda integrar un equipo femenino de atletismo por ejemplo), entre otras medidas.
El argumento clave es entonces evitar el supuesto y potencial "suicidio". El sitio web de la campaña -citando encuestas- afirma que "las personas LGBTIQ+ de entre 16 y 27 años tienen 5 veces más probabilidades de intentar suicidarse" y "las personas transgénero de 18 años o más tienen casi 11 veces más probabilidades".
Es indudable que ante esta propaganda, los padres de estos hijos e hijas que se denominan trans, sientan un gran temor y estén más disponibles a todo lo que se les recomiende, con tal de evitar ese riesgo de suicidio. Así se ha incrementado la oferta clínica de tratamientos farmacológicos para púberes que cambian sus características, llevándolos luego a cirugías que modifican sus genitales y otros rasgos de sus cuerpos.
La mentira sale a la luz
Pero ¿es cierto esto del riesgo de suicidio? ¿Dónde están las pruebas de que los fármacos y la cirugía son las mejores opciones? Un estudio preliminar del National Institute of Health and Care Excellence (NICE) del Reino Unido ha descubierto que los datos científicos que apoyan esta opinión son del todo insuficientes.
En relación con las consecuencias para estas personas de la imagen corporal y su impacto psicosocial, el NICE advierte que los resultados "son de muy baja certeza". "Los estudios que encontraron diferencias en los resultados podrían representar cambios que tienen un valor clínico cuestionable, o bien los propios estudios no son fiables y los cambios podrían deberse a factores de confusión, prejuicios o al azar", denuncian.
Otro estudio del NICE se preguntaba cuál es la eficacia clínica de las hormonas de afirmación del género en comparación con una combinación de apoyo psicológico, transición social al género deseado o ninguna intervención. Teniendo en cuenta la presión de los partidarios de la transexualidad en el Reino Unido, la respuesta fue asombrosamente negativa.
El objetivo de emplear hormonas de afirmación del género es inducir el desarrollo de las características sexuales físicas congruentes con la expresión de género del individuo, al tiempo que se pretende mejorar los resultados de salud mental y calidad de vida. Sin embargo, el estudio del NICE descubrió con certeza que el impacto de esos tratamientos contra la disforia de género, contra la depresión, contra la ansiedad, contra la calidad de vida, contra el riesgo de suicidio y contra las autolesiones era "muy baja". ¿Por qué? Según el NICE, en su revisión de la literatura los estudios analizados eran defectuosos. Todos eran estudios observacionales no controlados, que están sujetos a sesgos y confusiones; tenían un seguimiento relativamente corto; la mayoría de ellos no informaban de las comorbilidades (salud física o mental); la mayoría de los estudios estaban mal informados y utilizaban una variedad confusa de herramientas y métodos de puntuación.
El estudio concluyó que "cualquier beneficio potencial de las hormonas de afirmación del género debe sopesarse con un perfil de seguridad a largo plazo en gran medida desconocido para estos tratamientos en niños y adolescentes con disforia de género."
Un debate abierto
Los informes del NICE respaldan un escepticismo constante entre los expertos sobre el valor de tratar la disforia de género con fármacos que alteran el cuerpo. A modo de ejemplo, Carl Heneghan, editor jefe de la revista BMJ Evidence Based Medicine, y profesor de la Universidad de Oxford, publicó en 2019 una crítica mordaz a las "pruebas". Dijo:
(Es) limitada porque los tamaños de muestra son pequeños; los métodos retrospectivos, y la pérdida de un número considerable de pacientes en el período de seguimiento. La mayoría de los estudios también carecen de un grupo de control (solo dos estudios utilizaron controles). Las intervenciones tienen regímenes de tratamiento heterogéneos que complican las comparaciones entre estudios. Además, la adherencia a las intervenciones no se informa o es inconsistente. Los resultados subjetivos, que son muy frecuentes en los estudios, también son propensos al sesgo debido a la falta de ciego.
Los niños con disforia de género están sufriendo, es real. Pero la cuestión es qué deben hacer los padres al respecto. Simplemente no es cierto que la medicina transgénero sea la única forma de ayudarlos.
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