Catherine, la joven que por gracia de Dios recibió de la Virgen el don de la Medalla Milagrosa

Catherine, la joven que por gracia de Dios recibió de la Virgen el don de la Medalla Milagrosa

El 31 de diciembre, Catherine recibe la comunión. Alrededor de su cama, se recitan las oraciones de los agonizantes y se repite la invocación de la Medalla, «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti». Su último suspiro es tan suave que apenas se oye. Se terminaban las letanías de la Inmaculada Concepción...

por Portaluz

27 Noviembre de 2025

Entre las medallas que acuñan la devoción mariana, una de las más valoradas por los fieles es la medalla de la Inmaculada, conocida en el mundo entero con el nombre de: Medalla Milagrosa.

Tuvo su origen en las apariciones de la Santísima Virgen María el 27 de noviembre de 1830 a una novicia de las Hijas de la Caridad San Vicente de Paul, santa Catherine Labouré, en una capilla hoy situada sobre el n° 140 de la rue du Bac de París (Francia) que puedes conocer pulsando aquí.

"Haz acuñar una medalla con este modelo; todas las personas que la lleven recibirán grandes gracias, especialmente llevándola en el cuello. Las gracias serán abundantes para las personas que la lleven con confianza", pidió la Santísima Virgen María el 27 de noviembre de 1830, en París, a santa Catherine Labouré.

El don de la santidad abrazado por Catherine

enfant catherine

La hermana Catherine, cuyo nombre de pila era Zoé Labouré, nació el 2 de mayo de 1806 en Fain-les-Moutiers, un pequeño pueblo de Borgoña, Francia. Era la octava de los diez hijos de Pierre y Madeleine Labouré, propietarios de una granja.

La muerte de Madeleine, a los 46 años, sumió a la familia en el duelo. La pequeña Catherine, llorando, se sube a una silla para abrazar una estatua de la Virgen María que tenían en el hogar y le dice: «Ahora tú serás mi madre». Catherine hará su primera comunión el 25 de enero de 1818.

Siendo apenas una niña de 12 años, su padre le asigna la responsabilidad de llevar las tareas del hogar: las comidas de los trabajadores del campo, mantener el huerto, el gallinero, el palomar con 800 palomas, el ordeño de las vacas, la distribución del forraje; cada semana hacer el pan, lavar la ropa e ir al mercado. El objeto de sus cuidados más atentos es Auguste, su hermano pequeño, que había quedado inválido tras una caída. 

Entre tantas labores y aunque desde la Revolución en la Iglesia del pueblo no había sacerdote ni Santísimo Sacramento, Catherine buscaba tiempos a solas con Dios acudiendo todas las semanas a rezar en la capilla de la Virgen, que había sido restaurada por su familia, Labouré.

El fervor y la cruz

virgen de la medalla milagrosa

Catherine no se contenta con rezar. Visita a los enfermos, ayuda a los pobres. Siente que Dios la llama, pero no sabe dónde ni cómo. Y entonces, una noche, tiene un sueño misterioso: un anciano sacerdote entra en la iglesia para celebrar la misa; su mirada se detiene varias veces en la joven, que luego se marcha a visitar a un enfermo; cuando el mismo sacerdote la encuentra a la salida, le dice: «Hija mía, está bien cuidar a los enfermos. Un día, vendrás a mí. Dios tiene planes para ti. ¡No lo olvides!». Al despertar la joven estaba feliz, sintiéndose acogida en su anhelo por entregarse a Dios.

Pero a los 18 años, aún sometida por su padre a llevar los trabajos del campo y la casa, Catherine no sabía leer ni escribir, requisito mínimo para ingresar en alguna familia religiosa. Después de mucho insistir logró que su padre la matriculase en el internado de Châtillon-sur-Seine, dirigido por una prima suya. Un día, en que fue a visitar la casa de las Hijas de la Caridad, situada muy cerca del internado, su corazón dio un vuelco al ver en la pared de la sala de visitas el retrato del sacerdote que había hablado en su sueño. «Es nuestro padre San Vicente de Paúl», le explica una hermana. Para Catherine fue un signo de que un día ella sería parte de las Hijas de la Caridad.

Tras una breve estancia en el internado, donde la joven granjera se sentía incómoda con las señoritas más refinadas que le hacían bullying, regresó a la casa familiar.

El 2 de mayo de 1827, cuando alcanzó la mayoría de edad, la joven Catherine le confidencia a su padre la vocación que anhelaba vivir. Él se negó rotundamente e intentó forzarla a casarse, pero Catherine rechazó a todos los pretendientes. En la primavera de 1828, Pierre Labouré, enfadado, exilia a su hija a París, donde debía trabajar en el restaurante de su hermano.

La cruz del rechazo a poder vivir su vocación la soportó un año. Su padre acabó cediendo, Catherine regresa a Châtillon y, en enero de 1830, comienza su postulantado en las Hijas de la Caridad. Tres meses más tarde, parte hacia el Seminario de París. ¡El sueño se ha hecho realidad!

La humilde sierva favorecida por Dios

catherine laboure

Tres días después de su llegada a la Casa Madre de las Hijas de la Caridad, Catherine participa junto con las otras 110 novicias en el traslado solemne del cuerpo de San Vicente desde su capilla (140 rue du Bac) a la de los Sacerdotes de la Misión (95 rue de Sèvres).

Durante la semana siguiente, Catherine acude a menudo a rezar a la capilla de San Vicente y, cuando regresa a la rue du Bac, se detiene un momento a rezar ante un relicario del corazón del Fundador. Durante tres días seguidos, el corazón de San Vicente se le aparece como una imagen: primero blanco, signo de paz y unión; luego rojo, fuego de la caridad que debe encender los corazones en las dos congregaciones; y finalmente negro, presagio de las desgracias inminentes que se abatirán sobre Francia.

Catherine recibe la promesa de que ambas familias no perecerán. Confía estas visiones al padre Aladel, lazarista. Él se muestra escéptico, pero cuando llegan los días revolucionarios de julio con su cortejo de violencia, se siente un poco conmocionado...

Catherine también ve, durante todo el tiempo que dura su seminario, a Cristo presente en la hostia, «excepto cuando dudaba», dice ella. El 6 de junio, día de la Santísima Trinidad, la visión se vuelve oscura: «Nuestro Señor se me apareció como un rey, con la cruz en el pecho... De repente, todo se derrumbó». Catherine se lo confiesa de nuevo al padre Aladel. No hay respuesta.

Dios, la Virgen y una misión

virgen maria angel catharine

La noche del 18 de julio de 1830 Catherine se despierta en su celda y ve a un niño, lleno de luz, al pie de su cama, quien la invita a levantarse: «La Santísima Virgen te espera», le dice. Catherine se viste y sigue al niño, «que llevaba rayos de luz por dondequiera que pasaba». Al llegar a la capilla, Catherine se detuvo junto al sillón del sacerdote, situado en el coro, bajo el cuadro de Santa Ana (ubicación actual de la estatua de San José).

Entonces oye «como el susurro de un vestido de seda» y al pequeño guía que le dice: «Aquí está la Santísima Virgen». Ella duda en creerlo. Pero el niño repite con voz más fuerte: «Aquí está la Santísima Virgen». Catherine se lanza a los pies de la Santísima Virgen, sentada en un sillón, y apoya las manos sobre las rodillas de la Madre de Dios.

«Allí pasé un momento, el más dulce de mi vida. Me sería imposible describir lo que sentí. La Santísima Virgen me dijo cómo debía comportarme con mi confesor y muchas otras cosas», relata Catherina en sus Memorias.

La Santísima Virgen le señala con la mano el altar donde descansa el tabernáculo y dice: «Ven al pie del altar. Allí se derraman las gracias sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor».

Catherine recibe el anuncio de una difícil misión y la petición de fundar la Cofradía de los Hijos de María. Esta última será realizada por el padre Aladel el 2 de febrero de 1840.

El 27 de noviembre de 1830, a las 5 y media de la tarde, estando las novicias en oración, la Virgen Santísima se le aparece de nuevo a Catherine debajo del cuadro de San José (sitio donde está actualmente la Virgen del globo). Primero ve Catherine como dos cuadros vivientes que pasan en fundido encadenado y en los cuales la Virgen está de pie sobre medio globo terráqueo, aplastando sus pies una serpiente.

En el primer cuadro, lleva la Virgen en sus manos un pequeño globo dorado rematado por una cruz que levanta hacia el cielo. Oye Catherine:«Esta bola representa al mundo entero, a Francia y a cada persona en particular».

En el segundo, salen de sus manos abiertas, cuyos dedos llevan anillos de piedras preciosas, unos rayos de un brillo bellísimo. Al mismo tiempo Catherine oye una voz que dice: «Estos rayos son el símbolo de las gracias que María consigue para los hombres».

Después se forma un óvalo en torno a la aparición y Catherine ve como se inscribe en semicírculo una invocación, hasta entonces desconocida, escrita en letras de oro: «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti».

Se oye entonces una voz: «Haz acuñar una medalla con este modelo; todas las personas que la lleven recibirán grandes gracias, especialmente llevándola en el cuello. Las gracias serán abundantes para las personas que la lleven con confianza».

Después, se vuelve el cuadro y Catherine ve el reverso de la medalla: arriba, una cruz sobre la letra inicial de María, abajo, dos corazones, uno coronado de espinas, otro atravesado por una espada.

En el mes de diciembre de 1830, estando en oración, vuelve a oír Catherine un "frufrú", esta vez detrás del altar. El mismo cuadro de la medalla se presenta junto al tabernáculo, por detrás y escucha decir: «Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Virgen Santísima consigue para las personas que le piden...Ya no me verás más».

Caritativa en el servicio

medalla milagrosa

El 30 de enero de 1831 finaliza el seminario. Catherine es destinada a la comunidad del Hospicio de Enghien, en la comuna de Reuilly, un suburbio carente del sureste de París.

La hermana Catherine es asignada a la cocina, donde rápidamente recupera las habilidades que había adquirido en la granja y en el restaurante. Su único tormento: le gusta dar generosamente, pero la hermana que es la cocinera titular es tacaña. Su paciencia se pone a prueba. Dos años después, pasa a la lavandería: lavado, planchado, remiendo.

Luego, pasa al servicio de los ancianos. Ella los quiere y ellos la quieren a ella. Sólida y firme, sabe hacerse respetar. Es buena incluso con los más desagradables, se priva del sueño para asistirlos en su agonía y todos aquellos a los que cuida encuentran la paz. También está en la logia, donde acoge a los pobres a quienes tanto ama.

El 3 de mayo de 1835, Catherine profesa sus votos. Pero ese hermoso día se ve empañado por una sombra, ya que su hermana mayor, Marie Louise, ha abandonado la Compañía de las Hijas de la Caridad, destrozada por la injusticia de una calumnia. 

Catherine también se preocupa por los sirvientes y es un refugio para las hermanas recién llegadas, a quienes da sin reservas consejos llenos de profunda experiencia y práctica. Para ellas es un referente y un recurso siempre disponible.

Presente en todos los frentes, Catherine no escatima en fuerzas. Sin embargo, se la menosprecia, se la considera insignificante. Incluso se la tacha de tonta... Pero su lealtad es total, defiende la autoridad de su superiora, incluso cuando la tratan con severidad.

Humilde en su misión

 Catherine protege en el secreto lo vivido durante las apariciones que han dado origen a la devoción de la Medalla Milagrosa. Sin dejar traslucir su sentir, en 1832 recibe ella misma la medalla en su comunidad. Colmada más allá de toda expectativa por los milagros que acompañan las primeras reparticiones de este sacramental, no se deja embriagar por el éxito del que es instrumento. 

Aunque logra burlar la curiosidad, sabe defenderse de las habladurías. Al oír decir: «Esta hermana que dice haber visto a la Santísima Virgen seguramente solo ha visto un cuadro», Catherine responde con voz firme: «Querida, la hermana que ha visto a la Santísima Virgen la ha visto en carne y hueso, ¡como usted y como yo!».

Aferrada a Dios en medio de la tormenta

aparicion

Durante los días revolucionarios de junio de 1848, la batalla es encarnizada y mortífera. El este de París se cubre de barricadas. Las represalias son atroces. El hospicio de Reuilly atiende a los heridos de ambos bandos. En 1870, en el desastre de la guerra contra Prusia, París es sitiada. Catherine muestra una calma total. Cuelga la Medalla de la Virgen Milagrosa en las puertas y ventanas de la casa, convertida en hospital. 

La escasez se convierte en hambruna: se reservan los «dulces» para los enfermos y los heridos, las hermanas se ven reducidas a lo estrictamente necesario, algunos días un trozo de pan negro después de un trabajo agotador.  La guerra civil amenaza. Catherine está sombría: «¡Dios mío, ¡cuánta sangre, cuántas ruinas!», pero sigue confiando: «La Virgen velará, lo protegerá todo. No nos pasará nada malo». La insurrección se extiende por todo París. Los cadáveres se alinean en las aceras, pero entre las hermanas no hay víctimas... 

En la primavera de 1876, Catherine siente que se acerca el final. Lo comenta con calma: «Me voy al cielo», dice. A finales de diciembre, pide la unción de los enfermos, que recibe con total lucidez. «¿No tienes miedo de morir?», le preguntan. Catherine se sorprende: «¿Por qué temer ir a ver a Nuestro Señor, a su Madre y a San Vicente?».

El 31 de diciembre, Catherine recibe la comunión. Alrededor de su cama, se recitan las oraciones de los agonizantes y se repite la invocación de la Medalla, «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti». Su último suspiro es tan suave que apenas se oye. Se terminaban las letanías de la Inmaculada Concepción...

Desde la mañana del 1 de enero, el rumor provoca una procesión. Catherine atrae «como una santa». Sus miembros permanecen flexibles. Su funeral tiene lugar el 3 de enero, en la fiesta de Santa Genoveva.

En los días posteriores a su muerte, el 31 de diciembre de 1876, la multitud se agolpa ante el ataúd de la hermana Catherine. Una mujer pobre lleva, en una caja con ruedas, a su hijo de doce años, lisiado de nacimiento, al que quiere bajar a la cripta; ¡y entonces el niño se levanta sobre sus piernas!

El primer milagro de santa Catherine es para los pobres...