Adrien Candiard: El discurso apocalíptico de Jesús nos revela que el pecado tiene consecuencias destructoras

03 de marzo de 2023

El fraile dominico Adrien Candiard acaba de publicar Quelques mots avant l'apocalypse (Unas palabras antes del Apocalipsis), en el que nos invita a releer los textos apocalípticos de Jesús para encontrar el verdadero sentido de las amenazas que hoy se ciernen sobre la humanidad.

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Nacido en París el año 1982 y miembro desde 2006 de los frailes dominicos, el hermano Adrien Candiard, académico del Instituto Dominicano de Estudios Orientales de El Cairo, es hoy considerado por diversas casas editoriales como un referente en temas de espiritualidad. Completó sus estudios de Historia y Ciencias Políticas, se graduó en Teología, cursó árabe y Estudios Islámicos en la American University of Cairo y desde 2012 reside en la comunidad de los dominicos en esa misma ciudad capital de Egipto.

 

Acaba de publicar Quelques mots avant l'apocalypse (Unas palabras antes del Apocalipsis), en el que nos invita a releer los textos apocalípticos de Jesús para encontrar el verdadero sentido de las amenazas que hoy se ciernen sobre la humanidad. Entrevistado sobre esta obra por el portal canadiense Le Verbe, Candiard advierte sobre el Apocalipsis: “Afortunadamente, la cosa no acaba ahí. Esencialmente, en sus discursos apocalípticos, Jesús nos dice que en estas catástrofes está en juego algo más importante: el nacimiento, la gestación del Reino de Dios. Este nacimiento es el nuestro, como hijos e hijas de Dios”.

 

 

En su discurso en la COP27, el Secretario General de la ONU, António Guterres, afirmó: "La humanidad tiene una elección: cooperar o perecer. O un pacto de solidaridad climática o un pacto de suicidio colectivo". ¿Qué opina de esta declaración?

Efectivamente, sin cooperación internacional no está claro adónde vamos. Sin embargo, añadiría que incluso con cooperación internacional, no es seguro que lleguemos muy lejos. Resulta absolutamente necesaria, pero no se puede garantizar que sea suficiente, porque podemos ver que la causa del cambio climático es, en primer lugar, nuestro consumo, nuestro deseo de disfrutar de todos los recursos existentes. Y este es un pecado presente en el corazón humano desde hace mucho tiempo. Imaginar simplemente que con una regulación internacional adecuada pondremos fin a este pecado y a sus consecuencias destructivas es probablemente un poco ingenuo.

 

¿Le preocupa la situación actual?

Le responderé de tres maneras diferentes. En primer lugar, en términos de temperamento, soy bastante optimista. Tengo 40 años. Duermo bien. No me atormenta en absoluto la ansiedad. Es una cuestión de carácter. Eso es lo primero.

Lo segundo es que, racionalmente, por supuesto, estoy preocupado. Veo las amenazas. Tenemos desafíos.

La tercera respuesta es a nivel espiritual. Sí, estoy preocupado porque el pecado es una realidad. El mal es una realidad. Es completamente absurdo y no concuerda en absoluto con la doctrina cristiana decir que el mal no existe y por tanto es nada. Lo que tenemos ante nosotros es la consecuencia del pecado del hombre. Pero también creo que, a pesar de la realidad de este mal, la victoria de Dios sobre él es una realidad. Debemos creer que el mal no tendrá la última palabra.

 

Usted habla del pecado y del mal. Para usted, ¿estas realidades están en el corazón de la situación en la que se encuentra la humanidad?

Uno de los logros indispensables para la modernidad ha sido renunciar a utilizar a Dios como comodín de nuestra ignorancia y, en particular, dejar de atribuir a la voluntad divina la causa de todas las catástrofes naturales. Sin embargo, me parece que sería igual de perjudicial renunciar a utilizar categorías teológicas, porque me parece que nuestra situación se vuelve propiamente incomprensible si nos negamos a considerar que en el origen de la crisis climática y de la amenaza nuclear, dos amenazas principales para la propia supervivencia de la vida humana en la Tierra, está la actividad humana, sus deseos de apropiación, que son exactamente lo que llamamos pecado.

La voluntad de dominar y la voluntad de poseer son categorías que pueden parecer anticuadas, pero que sin embargo son bastante esclarecedoras. Intentar describir nuestra situación frente a esas amenazas sin utilizar esas categorías es cegarnos deliberadamente ante lo evidente. Además, supone el riesgo de negarse a buscar soluciones allí donde puedan encontrarse, ya que es el mal del corazón humano la fuente primaria de todos nuestros problemas. La solución no es la negociación actual, sino evidentemente la conversión del corazón para librarse del mal. Lo cual no es poca cosa, ¡estoy de acuerdo!

 

¿Cómo hablar del pecado a nuestra sociedad, que claramente ha pasado página?

Ha pasado página porque probablemente tiene una imagen completamente inexacta del pecado. Es decir, lo ve como algo bastante infantil: la simple transgresión de una prohibición, más o menos arbitraria, por otra parte. Por el contrario, lo que Jesús revela en el Evangelio sobre la naturaleza misma del pecado, la naturaleza misma del mal es que el mal es destructor. No está prohibido porque no agrade al buen Dios. Está prohibido por sus consecuencias. Lo que estamos viviendo hoy son precisamente esas consecuencias destructivas. No se trata tanto de rehabilitar una palabra como de mostrar la pertinencia de un concepto.

 

 

Usted nos invita a leer los discursos apocalípticos bíblicos, pero sobre todo los de Jesús. ¿Por qué motivo?

Porque en sus discursos apocalípticos, Jesús nos revela en primer lugar el sentido del mal y declara que el pecado tiene consecuencias destructoras. Esto no significa, seamos claros, no significa un retorno a una tradición según la cual las catástrofes serían un castigo por nuestros pecados. Se trata, evidentemente, de una lectura absolutamente catastrofista del Evangelio. Jesús nunca dice eso.

Por el contrario, las catástrofes son las consecuencias de nuestro pecado, cuyas dimensiones destructivas y dramáticas nos revelan los textos apocalípticos. Afortunadamente, la cosa no acaba ahí. Esencialmente, en sus discursos apocalípticos, Jesús nos dice que en estas catástrofes está en juego algo más importante: el nacimiento, la gestación del Reino de Dios. Este nacimiento es el nuestro, como hijos e hijas de Dios.

 

Los discursos apocalípticos de Jesús no son populares entre algunos cristianos. ¿A qué se debe?

Porque como reacción a esa modernidad de la que hablaba antes -que nos obliga a sacar a Dios de las explicaciones del mundo-, los cristianos tienden a reducir a Dios al ámbito de lo íntimo, de la relación personal con Dios, olvidando todo lo que la Biblia nos dice sobre la acción de Dios en la historia. La relación íntima con Dios cuenta, pero no es lo único. Dios no sólo susurra al oído de los creyentes. También actúa en la historia del mundo. Quizá necesitemos redescubrir el sentido de esta realidad.

 

¿Y cuál sería la acción de Dios en este momento?

La acción de Dios consiste en derrotar al mal, que tomará una forma definitiva y completa, pero que ya está en marcha. La primera forma en que Dios salva es revelándose a sí mismo. Revelar la realidad de su amor, lo que el corazón humano anhela. Esta forma de salvar, al revelar quién es, al revelar su amor infinito e incondicional por todos, puede tanto provocar alegría en quienes lo acogen como, al mismo tiempo, provocar -y siempre ha provocado- rechazo y violencia. Así ha sucedido desde la venida de Cristo, que es puesto en la cruz precisamente porque proclama el amor de Dios dado a todos sin condición.

Esta contradicción no ha desaparecido. El cristianismo no es una teoría de la historia que, por optimismo, imagina que todo irá siempre bien, que todo progresará a medida que la revelación se proclame en el mundo. Al contrario, cuanto más se recibe la revelación, más progresan al mismo tiempo el bien y el mal.

 

¿Tenemos que vivir con ello?

"Vivir con ello" podría significar un fatalismo un tanto resignado. Yo no creo en eso en absoluto. Hay que luchar contra el mal. No hay que acostumbrarse a él. En abstracto, el mal no parece tan malo. Sin embargo, cuando se trata de gente que muere, de sufrimiento, de crueldad, hay que hacer todo lo posible para luchar contra el mal. Por otra parte, en esta acción de lucha contra el mal, no debemos imaginar que nuestra acción asociativa y política bastará para erradicarlo. Precisamente, el reto de la acción humana es tener la humildad de actuar de todos modos. Igual esta acción puede hacer algún bien.

 

Usted utiliza los verbos "luchar" y "actuar". Entonces, ¿los cristianos, ante la crisis ecológica, están invitados a luchar y a actuar?

¡Por supuesto! Del mismo modo que la certeza de la vida eterna nunca ha llevado a los cristianos a perder interés por la vida en la tierra o a preconizar el suicidio colectivo. Hay que cuidar la creación, no porque sea una especie de dios eterno y nuestra única esperanza. No, nuestra única esperanza no es la creación, sino el Creador. Hemos de cuidarla tanto más pues esta creación es el terreno, el lugar de esta obra de gestación del Reino de Dios.

 

 

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