"... Lo escuché. No con los oídos, sino dentro de mí mismo. ¡Fue increíble! Esta voz era fuerte como una campana, decidida, masculina y al mismo tiempo llena de amor. En un segundo, pasé de ser ateo a creyente".
“Hermanos y hermanas, no debemos imaginar a María «como una inmóvil estatua de cera», sino que en ella podemos ver a una «hermana... con las sandalias gastadas... y con tanto cansancio» (…) Que la Madre celestial obtenga para todos consuelo y un futuro de serenidad y concordia”.