Esta ley "transforma el sentimiento en categoría jurídica y entroniza la voluntad de poder sin ningún límite objetivo", comentó el portavoz de la Conferencia Episcopal Española.
"Como hombres, compartimos un destino común, pero también diferimos a lo largo de un continuo de temperamentos, aptitudes y debilidades. Las mías no eran ni mejores ni peores. Así comenzó mi sanación".