por Portaluz
29 Octubre de 2022
Florence es madre de una niña a la que cría sola. Ha experimentado dos grandes sufrimientos en su vida: el del corazón durante su separación y el del cuerpo tras un accidente. Sin embargo, fue a través de estas pruebas que comprendería realmente el amor de Dios por ella.
Te ofrecemos su testimonio registrado por el portal francés Découvrir Dieu en el siguiente video o bien a continuación en la transcripción al español de su relato realizada por nuestro periódico digital.
"Mi nombre es Florence. Vengo de una familia cristiana, católica pero no practicante. Por ello fui bautizada de niña, hice mi primera comunión y luego no oí hablar de Dios durante años.
Pero era una profesional joven que se hacía preguntas, curiosa, que tenía amigos, que conocía a varias personas y me interesaba mucho el poder sanar a otros. Quería ser médico, quería ser pediatra, pero no funcionó, no tuve éxito.
Tiempo después conocí en mi vida cotidiana a gente que se interesaba por la sanación, gente que estaba metida en la Nueva Era, que proponía cosas: magnetizadores, sanadores, gente que practicaba reiki... cosas relacionadas con el ocultismo, (no tenía ni idea de lo que era), me resultaron absolutamente atractivas. Me dije: en realidad hay alternativas. Mi padre tenía cáncer en ese momento y pensé: «¡Vaya! también podemos ayudar a las personas que sufren más allá de la medicina». Así que me involucré en todo eso. Pero, pronto dejé de estar contenta. Sentí que no era justo pues la gente no mejoraba y además había que pagar, tuve que pagar...
Luego la vida continuó. Trabajaba, tenía una vida familiar, conocí a un hombre, tuve una niña y siempre estaba en esta búsqueda de entender, de buscar. Entonces de improviso llegó la crisis. En concreto la separación. Nada funcionaba. Era un gran sufrimiento, un gran dolor, una prueba de vida, estar sola con una niña pequeña. Y entonces me dirigí a Dios diciéndole: «Si existes, haz algo».
Y simplemente me puse a rezar el Padre Nuestro, esta oración, esta sencilla oración que recordaba de mi infancia. En ese momento experimenté algo muy fuerte y hermoso: sentí realmente mucho amor. Empecé a llorar, se me saltaron las lágrimas... Fue muy potente, fue muy fuerte: me sentí realizada, no sabía qué estaba pasando, no sabía cómo analizarlo. No lo entendí demasiado bien, pero en cualquier caso pude ver que había ocurrido algo muy fuerte. Creí en Jesús, creí en Dios... es el momento de mi conversión y puedo decir que realmente conocí al Señor; de hecho, conocí y experimenté a Dios en ese momento.
Entonces mi vida cambió porque, de repente, me acerqué a la Iglesia: conocí a hermanos, conocí a hermanas. Escuchaba hablar de Jesús, me acerqué a Jesús, comprendí mejor quién era Él. También empecé a leer un poco los Evangelios y conocí en mi parroquia una comunidad. Tenía una vida de oración, todo iba bien, aunque la vida fuera difícil siendo madre soltera con una niña. Así que no fue fácil. Luego la vida siguió, haciendo un trabajo tras otro; de hecho, era realmente una carrera, una lucha constante... realmente agotador.
Yo era deportista, me gustaba mucho la montaña. Un domingo, en septiembre de 2017, me fui de excursión con un amigo y todo cambió estrictamente hablando, porque me caí siete metros desde una pared de roca. Fue un gran golpe, una gran caída.
Me habían roto el corazón, pero esta vez era el cuerpo porque toda mi columna vertebral estaba afectada. Así que hubo múltiples fracturas. Fue el comienzo de algo físicamente muy doloroso. Pero tenía confianza, Dios estaba presente, rezaba interiormente todo el tiempo y estaba en paz.
Pero no sabía del viaje, el calvario... la duración del viaje que me esperaba en el hospital, en los cuidados, la rehabilitación, las cirugías, las intervenciones... Sí, la rehabilitación total, de hecho, ya que no podía moverme en absoluto: una incapacidad total en una cama durante meses, años. Así pasé, así, durante dos años tumbada recuperando fuerzas, poco a poco, gracias también al personal de enfermería.
Mi relación con Dios se transformó completamente en ese momento, porque era libre, tenía tiempo. Así podía acercarme aún más a Él y simplemente dejarle hacer; porque yo tenía la idea, a priori, de que había que estar en una determinada posición, en una determinada postura para acercarse a Dios, que había que hacer determinadas cosas, de una determinada manera. Y allí, de hecho, postrada en la cama todo el día, no tenía la posibilidad de arrodillarme, la posibilidad de sentarme. Así que, de hecho, me dejé hacer: fue Dios quien se unió a mí, en mi cama. Y, a diario, esta intimidad crecía, esta intimidad con el Señor crecía.
Pude volver a la iglesia, pude asistir a misa de nuevo y un día encontré en la iglesia un pequeño volante que me invitaba a participar de una reunión, a la que me sentí motivada. Mis padres me llevaron allí (porque todavía no podía moverme) y ocurrió algo maravilloso. Mi padre dio un salto de fe y comenzó a rezar por mí. Entonces volví a experimentar el amor de Dios, el poder de Dios: Dios realmente bajó. Experimenté, sentí dentro de mí y en todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies, esta presencia de amor y una fuerza, al mismo tiempo, que me visitó. Sabía que Dios estaba restaurando las cosas. No sabía cómo iba a hacerlo, pero, en cualquier caso, eso era lo que estaba haciendo.
Ocurrió que tras llegar casi acostada y apenas pudiendo sentarme, Dios me restauró, me dio fuerza. De hecho, también me dio movilidad, flexibilidad en todo mi cuerpo que estaba rígido como una tabla, como un robot (yo parecía un robot en ese momento). ¡Y ahí lo tienes, la flexibilidad ha vuelto!
Desde entonces Él continúa así, regularmente, haciéndome flexible. Estoy muy agradecida a Dios por todo lo que ha hecho por mí. Lo que he descubierto es que Él ha sanado mi corazón roto, mi corazón de madre soltera y también curó mis huesos rotos.
Así que realmente te animo a vivir esta experiencia de buscarlo con todo tu corazón, porque Dios siempre responde: a quien lo busca, se le manifiesta todo el tiempo."