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"La cárcel fue el cielo porque allí conocí a Jesús"

Era un millonario empresario que no le faltaba nada. Pero la muerte de su esposa derrumbó sus ideales. Cuando estaba sin fortuna y condenado por tráfico de drogas, Dios le habló inesperadamente. Hoy devuelve la mano entregando esperanza a quienes sueñan con la libertad.

por Equipo Portaluz

12 Septiembre de 2013

Un hombre canoso y de barba, está sentado con una guitarra entre sus brazos. Comienza a cantar y su voz, con letras que expresan anhelos de libertad, acompaña las horas de los internos en la cárcel de Aranjuez (España). El improvisado cantante es Raúl Oreste, un ex banquero argentino quien visita periódicamente a sus antiguos compañeros de prisión.

Raúl era un hombre exitoso y autocomplaciente por el éxito. Cegado por lo que consideraba sus logros, no había en su vida espacio para Dios.... “Era el director de un importante banco; fui presidente de una compañía muy grande en mi país. Tenía empresas y me creía autosuficiente. El ego y la soberbia me hicieron incluso preguntar: «¿Para qué quiero a Dios si tengo dos hijas y una mujer preciosa?»”.

La distancia con Dios se radicaliza cuando es despojado de la mujer que amaba. Le resultaba intolerable, imposible, asumir la pérdida de su amor. “En 1993 muere mi esposa de cáncer y no encontraba consuelo alguno. Decidí dejar el banco y las empresas. Necesitaba ahogar el dolor y lo hice lanzándome a la noche. Había perdido las ganas de vivir y creía que evadiendo, con la droga y cuanta mujer se cruzara en mi vida, sería suficiente para recobrar la felicidad perdida. Quería que la noche acabara a las cinco o seis de la mañana porque así dormía durante todo el día y, como era el jefe, aparecía por la oficina cuando quería”.

El tráfico de drogas lo llevó a la cárcel en España

Así, transcurrieron seis años, en que Raúl creyó tener el mundo a sus pies. Se despreocupó de sus hijas y disfrutó de la bohemia. Una noche, coincidió con unos antiguos conocidos que lo invitaron a participar de un particular negocio. “Les pregunté a ellos cómo lo hacían para prosperar tanto, y me contestaron que traficaban drogas. Estoy convencido de que el diablo ya me había tomado de su mano y comencé a colaborarles. Estados Unidos, España, Italia, los países nórdicos, eran algunos de los destinos. Fue entonces cuando me traicionaron y me encontré entre muros, rejas y alambre de púa”.

Un conflicto que solamente Dios pudo arreglar

Lo condenaron por nueve años. Primero estuvo en la penitenciaría de Soto del Real y luego en la de Aranjuez, ambas en la provincia de Madrid, España. Pero fue precisamente allí, humillado, despojado de poder, bienes y afectos que sabría lo que es una conversión... “Recuerdo el momento exacto. Fue durante una pelea muy grave en la que participé. De repente propiné un puñetazo a otro preso y cayó al suelo inconsciente. Creí que había matado a ese hombre. Me marché al patio aturdido, secándome las lágrimas que caían de mi rostro. No lloraba porque me dolía alguna zona de mi cuerpo, sino porque no había podido detener al animal que llevaba adentro. Es así como apareció Jesús y me llamó por mi nombre”.

Esa noche, recuerda, no pudo dormir. “Pasé horas escribiendo. Le escribí a la Virgen María, porque a mí me apresaron un 13 de mayo, el Día de la Virgen de Fátima. Ella fue la que urgió a Jesús para que actuara en mí, estoy seguro. Me había enfermado de dolor por la muerte de mi mujer y tenía una grieta en el corazón que solo Él podía cerrar, porque es el cirujano del alma”.

Poco a poco, explica que Cristo le rompió las cadenas y lo liberó. De tal manera que fue apodado el loco de la biblia. “Leía la biblia día y noche. En total, sumando todas las veces, la leí 5.238 días. La cárcel para mí fue el cielo porque allí conocí a Jesús. Me operó y extirpó todo lo que estaba haciéndome daño”.

Al cabo de cuatro años Raúl obtuvo la prisión preventiva, empezó a estudiar Psicología y escribió dos libros. Uno llamado El parto en la cárcel y otro, Una luz al final del túnel. “Fue muy difícil porque, aunque hubo conversiones preciosas, presencié muertes, suicidios y mucha desesperación. Pero eso me vivificó. Fui como el hijo pródigo, que comía las bellotas de los cerdos para poder subsistir”.

Llega la libertad y el inicio de un camino de perdón

Hoy vive en Dios, seguro de su fe. “Estando entre muros, rejas y alambres de púas, cuando no puedes estar con tus hijos, familiares o amigos; en ese sufrimiento es donde a Jesús le gusta operar, porque sabe que la persona está quebrada, que está proclive a que Él entre”.

El camino del perdón aún debe cimentarlo con sus hijas, quienes se enfermaron espiritualmente tras la muerte de su madre. “Estoy retomando esa relación que estaba deteriorada. Mis hijas tienen heridas muy grandes que necesitan tiempo para sanar. Al principio hablaba con mis hijas desde la cárcel. Pero la relación se resintió porque empezaron a sufrir las consecuencias de la situación. Perdí casi un millón de dólares en propiedades y todo mi dinero, y ellas lo padecieron”.

Hoy Raúl trabaja en Cáritas-España y visita la cárcel periódicamente para ayudar a los presos y mostrarles que Dios es más grande que los errores. “No borraría nada porque el final fue precioso. Si no hubiera entrado en la cárcel, ¿dónde me hubiera encontrado el Señor? Quizá en otro sitio, pero no habría sido lo mismo. En la cárcel fui feliz a pesar de todo y a pesar del dolor y, aunque no tengo nada de lo que tenía antes, ahora soy más feliz. ¿Cómo no creer en Dios si Él me cambió, me quitó el dolor, me libró del fracaso, convirtió los odios y la desesperanza en ilusión y amor?”.

Fuente: Revista Misión, edición impresa, junio 2012, España.