Fue en el camino de una larga peregrinación a Asís con su mujer cuando Mehdi Djaadi se permitió unos minutos para hablar con los periodistas de L’1visible de su vida, de su conversión del islam al catolicismo, de sus proyectos y de su situación actual. Mehdi Djaadi protagoniza actualmente el thriller francés Boîte noire, de Yann Gozlan, junto a Pierre Niney y André Dussolier.
Creció en una familia que hizo lo posible por conservar sus raíces, su cultura, sus valores, por transmitir a sus hijos la religión de sus padres, el Islam. Lo dieron todo para ofrecerles un futuro mejor, en Francia. “Mis padres se sacrificaron por nosotros... Formo parte de esta Francia nacida antes de Internet y soy hijo de un obrero de origen argelino. Mis padres forman parte de esta oleada de inmigración, que llegó a toda Francia y en particular a Saint-Étienne, donde nací”.
¿Tenías fe?
Tenía un historial de delincuencia y, sin embargo, la fe nunca estuvo lejos. Practiqué hasta los 14 o 15 años antes de tirarlo todo por la borda. Pero seguí siendo un buscador de Dios. En la escuela, las cosas no iban muy bien. Un día, con espíritu de provocación, fui a llamar a la puerta de un templo evangélico y todo comenzó. El Jesús que descubrí en los Evangelios me conmovió profundamente. Sentí que me hablaba personalmente.
¿Descubrió algo que la fe musulmana no le había dado?
Sí, salir del rito. Tenía un gran sentido del ritual, pero no había encontrado a Dios. El hecho de sentirme amado por Dios me conmovió profundamente. Este sentimiento de filiación con Dios me atrajo hacia él.
¿Su adhesión a la fe católica es fruto de un encuentro o de una maduración personal, de una profundización intelectual?
Ambos. En primer lugar, intelectualmente, en la gran tradición protestante de la lectura de la Biblia y el estudio de las Escrituras, y luego a través de un encuentro, cuando acompañé a un amigo a una abadía. No esperaba tener un encuentro tan profundo con Jesús. Al encontrarme ante el Santísimo Sacramento -el pan y el vino consagrados que son Jesús realmente presente-, fue como si, después de corresponder por escrito, nos encontráramos por fin cara a cara.
¿Su vocación por la escena nació de ese deseo de transmitir un mensaje o del estudiar la naturaleza humana?
El escenario me eligió a mí. Me apasiona el ser humano en todas sus dimensiones, en todo lo que vive: sus pasiones, su forma de enamorarse... Agudicé mi sentido de la observación, me entrené para imitar a la perfección a la gente que me rodea, sus acentos... Habiendo crecido en los años 90 y viniendo de un barrio obrero, me aprendí de memoria los espectáculos de Gad Elmaleh, Jamel Debbouze... ¡y Raymond Devos! Me dejé guiar por la literatura y mi amor por el cine. Me gustan tanto Scorsese y Goodfellas como Beignets de Tomates Verdes, La Guerre des boutons, Jean de Florette o Manon des sources. Durante mi periodo de delincuencia, usurpé identidades para abrir cuentas bancarias, ya estaba actuando. Cuando empujé la puerta de un conservatorio, me sentí como en casa.
Usted dirige ahora una adaptación de un libro de Jean Mercier, Monsieur le curé fait sa crise.
Siempre he tenido cuidado de no encasillarme. Después de Coming Out, cuando me pidieron que dirigiera la obra, dudé durante mucho tiempo y me tomé un tiempo para discernir. Fue Grégory Turpin quien tuvo la intuición de esta adaptación. Al final, coproducirlo y dirigirlo fue un regalo de Dios. Pude aportar mis diez años de observación de la Iglesia Católica, mis encuentros con tantos cristianos diferentes. Esta obra es una herramienta pedagógica, que cuestiona nuestra relación con el sacerdote, nuestra relación con los demás fieles.
¿Cree que los creyentes tienen un problema?
En cualquier caso, debemos redescubrir el sentido del reír en la iglesia, preservando lo sagrado. Recuperar este sentido del reír y comer juntos podría darnos un nuevo impulso.
¿Cuál es su "rutina" espiritual?
Intento rezar el Ángelus o las Completas, rezar a María cuando necesito que me consuele, pero diría que mi práctica es más libre que antes y más aleatoria, según los acontecimientos de mi vida. Con las pruebas de la vida, mi práctica religiosa se perfecciona. Ya no puedo prescindir de la confesión y de la Eucaristía, forma parte de mi ADN. Necesito hacer sagrados los momentos de silencio, para hablar de corazón a corazón con el Buen Dios también en la adoración eucarística. A diario, me pregunto qué haría Jesús en mi lugar. Trato de mantenerme alerta, de preguntarme cómo mantener una vida de oración activa, nunca aletargada. Permanecer atento a los demás.
¿Cuál es su visión de la misión diaria de cada cristiano?
El primer campo de misión está entre nosotros. Antes de llevar la luz al mundo, debemos brillar entre nosotros. Me entristece demasiado a menudo la falta de luz entre mis hermanos cristianos: al final de la misa, por ejemplo, donde demasiadas personas se quedan solas en la plaza, los ancianos, los solteros. Entonces iremos al encuentro del otro, sin olvidarnos de preguntarnos qué puede enseñarme el otro de sí mismo y qué puede aportarme. Me gustaría que los cristianos que vinieran a ver mi espectáculo trajeran consigo a sus amigos musulmanes, ateos o de otro tipo. Tenemos que salir del círculo. Si la Iglesia ahuyenta a la gente, es por el hueco entre el escaparate y la trastienda...
¿Cuál es tu visión del mundo, tus miedos, tus alegrías?
Temo el retraimiento, el mal comunitarismo y el fatalismo, ecologista o no. Si nos tomáramos en serio Laudato si' o Fratelli tutti, habría grandes signos de esperanza. Entre la comodidad y el valor, tendremos que elegir, dice el Papa Francisco. Veo una juventud llena de esperanza, fraternal y dispuesta a asumir estas cuestiones. Me aferro a eso. También creo que Francia puede convertirse en un modelo para el mundo. El Estado es laico, pero la sociedad no lo es. El corazón que late en Francia es profundamente espiritual. Hay un retorno de lo espiritual auténtico, ya no podemos fingir que no existe. Nuestra misión es sencilla: tenemos un destino común, por lo que debemos preservar nuestra casa común y promover la paz.
Fuente: L’1visible con traducción y adaptación de Portaluz.