El futuro de Ucrania depende en buena medida de los niños ucranianos. Salvar sus vidas, resguardar que se respeten sus derechos, es un desafío que han asumido héroes y heroínas dispuestos incluso a dar sus vidas por ellos.
En Ucrania desde el inicio de la invasión, las tropas rusas han asesinado a un total de 153 niños y dejado heridos a 245, según denuncia un reporte de la Oficina del Fiscal General, difundido este 1° de abril por el portal de noticias Ukrinform. Por su parte, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania declaró el pasado martes 22 de marzo que las fuerzas rusas secuestraron a 2.389 niños ucranianos transportándolos a Rusia a través de la frontera desde las provincias orientales de Donetsk y Lugansk.
Pero entre tantos signos de muerte hay historias de esperanza como la de 30 niños que fueron salvados del infierno gracias a la fe de Natalia Pesotska, su valiente educadora. Cuando Natalia se reúne con la periodista Iryna Druzhuk no está sola. Sus pequeños pupilos simplemente no se separan de ella. Los niños están constantemente acurrucados junto a la mujer.
Cuando caían los misiles rusos
La historia común comenzó el 24 de febrero, cuando Natalia se preparaba para ir a cumplir su turno en el Centro de Rehabilitación Social y Psicológica de Chernígov, donde trabaja desde hace más de 20 años. A minutos de salir desde su hogar, un conocido de Kyiv llamó por teléfono y le dijo que la guerra había comenzado. En un primer momento, aunque era consciente del peligro, su corazón se negaba a aceptarlo.
"Rápidamente vestí a mis dos hijos, salimos y abordamos un minibús. Había atascos en las calles. Columnas de vehículos militares avanzaban por la carretera. Nuestros muchachos sacaban cascos militares por las ventanas y gritaban «¡Guerra!» Se nos puso la piel de gallina. Ni siquiera pudimos avanzar dos paradas. Agarré a los niños por los brazos y corrimos hacia casa de mi hermana. Los dejé allí y me escapé a trabajar", recuerda Natalia.
Cuando terminó su turno, el transporte ya no funcionaba. Tuvo que pasar la noche en casa de su hermana. En la mañana del 1 de marzo, regresó al trabajo. En ese momento, no tenía idea de lo que estaba por vivir los siguientes 20 días, rescatando no solo a sus hijos sino también a otros 30 niños del centro de rehabilitación. El menor de ellos tiene tres años y medio. Según cuenta Natalia, estos niños han visto mucho dolor en su corta vida, por lo que ahora están más moderados y unidos. Algunos de ellos no conocen a sus padres, todos han comenzado sus vidas en condiciones terribles.
"Tan pronto como escuchamos las sirenas, bajamos al sótano, donde almacenamos zanahorias y remolachas… Pero también tenemos niños pequeños, y fue muy difícil despertarlos, vestirlos y bajarlos al sótano varias veces durante la noche. Durante tres días corrimos tan rápido que ya no teníamos fuerzas. Por lo tanto, solo llevamos los colchones de las camas y la ropa de cama al sótano. Los niños mayores estaban en un local y los más pequeños en otro", dice la educadora.
Lo peor comenzó cuando los misiles rusos impactaron en el Centro de Rehabilitación. "Estábamos sentados en el sótano cuando nos impactó un misil... Es imposible transmitir el horror cuando el yeso del techo comienza a caer... Luego, en el sótano, esperé que las tuberías, envueltas en lana de vidrio, no se nos cayeran encima. Porque entonces, ¿cómo podríamos sacar a los niños? Rezábamos a gritos oraciones a la Madre de Dios, el Padre Nuestro, y los niños repetían detrás de mí. Entonces algo impactó en una pared donde no estábamos sentados. La pared, donde estaban apoyados los niños permaneció intacta… La mitad del Centro ahora está destruido. Se rompieron puertas y ventanas, se arruinó el comedor… Y habíamos estado allí solo 20 minutos antes del ataque", recuerda Natalia.
Los invasores disparaban sobre sus cabezas
Ante el desastre ella rápidamente comenzó a pensar en opciones donde podría esconder a los niños sin exponerlos al peligro. El refugio más cercano era la Iglesia de la Trinidad, donde ya se escondían unos 600 habitantes de las aldeas cercanas. "Estuvimos escondidos en la iglesia durante 11 días. Nos mudamos allí con los niños entre los bombardeos. Nos dieron una habitación de 16 metros cuadrados. Los niños dormían en parejas en cinco camas litera. Los niños mayores dormían en el suelo, que estaba cubierto con colchones. Se cortó la conexión telefónica", recuerda.
Después de que la planta de energía local y el sistema de suministro de agua fueran destruidos por los misiles, la gente se quedó sin calefacción, luz ni agua. No fue fácil pasar por este calvario en la iglesia con niños que sufrían de enuresis. Era imposible lavar a los niños o llevarlos al baño a tiempo. Las toallitas húmedas se acabaron rápidamente. Personas solidarias y voluntarios dieron comida a los niños. Las sopas llegaban dos veces al día. Cuando era posible, también llevaban manzanas y galletas al refugio. "A las puertas de la iglesia, los invasores instalaron un tanque y disparaban sobre nuestras cabezas. Volaron proyectiles y fragmentos. Un hombre salió del refugio de la iglesia por la mañana y su pierna fue cortada por un fragmento. Entendimos que era peligroso salir", relata la educadora.
Los días parecían interminables. Vitalik de nueve años -cuenta Natalia- terminó de leer dos libros. Otros escuchaban cuentos de hadas, historias de santos, pintaban y rezaban. En la iglesia, todos se apiñaban juntos. Se confesaron y comulgaron.
Nada quedó atrás
Como los invasores rusos no proporcionaban el necesario corredor humanitario para salvar a los niños fueron rescatados por dos militares ucranianos. Tomó 15 minutos preparar a los niños. Los sacaron en autobuses escolares. "De los educadores, yo era la única. Mis hijos y mi esposo también estaban conmigo, así es que no tenía miedo. Sabía que no quedaba nada en el lugar del que nos íbamos", recuerda Natalia.
Se necesitaron 9 horas para llegar a Kyiv desde Chernígov, ya que los autobuses transportaban los niños pasando por campos y áreas en ruinas. Los conductores no hicieron ninguna parada porque tenían miedo de ser atacados.
Algunos voluntarios, alertados de la llegada del grupo, se encontraron con los niños y la educadora en la estación de tren de Kyiv. Se les preguntó si estaban de acuerdo en tomar un tren a la región de Ivano-Frankivsk, que estaba a punto de partir en 15 minutos. Todos gritaron unánimemente: «¡Vamos!»
"Lo más difícil para mí no fue en el sótano, sino cuando subimos al tren, porque tenía miedo de perder a los niños. Nos olvidamos de algunas cosas en la estación: todo fue muy rápido, los niños recién empezaban a comer algo. Los tomábamos de la mano, los contábamos constantemente, verificábamos si todos estaban en su lugar... En nuestro camino, recibimos una llamada telefónica del Centro de Salud de Prykarpattia. Nos estaban esperando".
"¿Cómo estamos aquí? Muy bien. Nos sentimos como en casa. Una profunda reverencia al director del sanatorio, a los empleados", dice la educadora.
Tras 20 días de infierno, sobreviviendo a los impactos de misiles, escapando de sus hogares, Natalia y los niños son hoy una gran familia. Ya no tienen un lugar donde poder regresar. El edificio de varios pisos en Chernígov, donde vivía Natalia con su esposo e hijos, fue destruido. El bombardeo también destruyó el Centro de Rehabilitación de Chernígov, que albergaba a los 30 niños...
Desde que comenzó la guerra, Prykarpattia ha recibido a 294 niños de orfanatos de las regiones de Lugansk, Donetsk, Járkiv, Chernígov y Kyiv.
Fuente: Ukrinform