Antonio Fantin el nadador 7 veces campeón del mundo: “Con Dios cerca puedo hacerlo todo”

24 de octubre de 2022

La fe espontánea del campeón paralímpico Antonio Fantin: “Cuando las fuerzas humanas no me dan ese sentido de la vida que mi corazón busca, me apoyo en mi amigo Jesús”

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El olor a cloro, el agua fría, un niño al borde de la piscina que se niega a entrar, no es el final de la historia sino el principio o, mejor aún, el renacimiento. "Para nadar, primero hay que zambullirse. Y la primera inmersión no siempre es memorable". Y, si lo dice Antonio Fantin, de 21 años, de Bibione (Venecia), medalla de oro en los 100 metros libres masculinos de natación en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, hay que creerlo.

 

Porque el Antonio de los récords no existiría si no hubiera existido el pequeño Antonio que "esperaba, luchaba, lloraba, sonreía y... rezaba". Y si no hubiera estado su madre Sandra, que nunca se rindió ante la rarísima malformación arteriovenosa, diagnosticada a su hijo cuando tenía poco más de tres años.

 

Sentado, pero no sentado

 

Si la única forma de que Antonio recuperara el uso residual de sus piernas era la rehabilitación en el agua, entonces Antonio aprendería a nadar, a costa de pasar tardes enteras al lado de la piscina tratando de convencerlo. Mamá y papá Marco querían normalidad para su hijo. "Siempre me instaron a vivir como todos mis amigos. Iba a todas partes, a excursiones, a campamentos escolares, a fiestas, a la parroquia, actuaba en el escenario, jugaba al fútbol. Lo hice todo, sentado, pero no sentado, porque sentarse es el verbo de la rendición. Mi normalidad es ésta: silla de ruedas, aparatos ortopédicos, mis ‘botas milagrosas’ y muletas. Nunca quise que se apreciaran mis éxitos, ni que se compadecieran por mis fracasos, a través del filtro de la discapacidad".

 

El abuelo y la “Comare”

 

Al lado de Antonio han estado médicos, traumatólogos, fisioterapeutas, y muchos, muchos amigos "que nunca han mirado mi silla de ruedas, siempre me han mirado a mí", y su hermana Ana "que entendió y supo ceder la atención de mis padres cuando estaban más centrados en mí".

 

Un lugar especial en el corazón de Antonio pertenece al abuelo Rino. El día en que su nieto fue operado, tocó la campana de la rectoría, pidiendo al párroco, padre Andrea Vena, que rezaran juntos. "El abuelo era devoto de la Virgen, a la que llamaba cariñosamente 'la Comare'. Me transmitió esta devoción. La Virgen nunca me deja solo, me toma en sus brazos y me sostiene. Fui a ‘visitarla’ a Lourdes y a Medjugorje, donde, sobre los hombros de papá, subí a la colina del Podbrdo. Pero no fui yo quien la alcanzó en la colina, fue Ella quien me alcanzó en mi corazón".

 

Y, así, sin perder nunca el entusiasmo Antonio se enfrentó a la enfermedad: "Cuando algo parece imposible, es cuando más hay que creer en ello", arenga.

 

Fatiga y Satisfacción

 

 

Esta experiencia de fuerza, perseverancia y fe en la Providencia "respirada en familia" se ha convertido ahora en el libro Punto. A Capo. Dalla malattia all'Oro paralimpico (ediciones Piemme), que abre con un mensaje del Papa Francisco. "Lo escribí para agradecer a todos quienes están en este viaje conmigo, pero también para que mi historia sirva de apoyo a los que se enfrentan a un proyecto ambicioso, a los que se han caído y quieren volver a levantarse. He aprendido que cuanto más grande y difícil es el reto, más intensa es la satisfacción de ganarlo".

 

De joven, los retos de Antonio eran cotidianos; a partir de los 16 años, el reto se convirtió en la natación de competición. Cuatro horas al día en la piscina, durante unos diez kilómetros, 10 sesiones de entrenamiento a la semana, durante 11 meses del año. Objetivo: Tokio.

 

7 veces campeón del mundo

 

"Se trabaja todo un año para un minuto de carrera. Ese esfuerzo parece desproporcionado, en cambio ese minuto es el más importante de tu vida. Cuando ganas y te subes a un podio mundial, saboreas el himno italiano que suena para ti y ves cómo se eleva la tricolor, te das cuenta de que toda una nación lo celebra contigo. Entonces eres capaz de dar forma a una palabra abstracta como ‘sueño’".

 

Los éxitos han sido muchos -Antonio es siete veces campeón del mundo y ocho veces campeón de Europa-, pero no se siente un héroe, sino todo lo contrario. "Me desagrada cuando no soy capaz de hacer el cambio de ritmo indispensable para mejorar, cuando no me alejo de un ritmo repetitivo. Cuando la fuerza humana por sí sola no puede darme el sentido de la vida que mi corazón busca, me apoyo en Jesús, un amigo para mí. Soy frágil, pero con Él cerca, puedo hacerlo todo".

 

En estos años también se graduó en el instituto científico y se matriculó en la universidad. Pero es al agua donde Antonio pertenece: "Me envuelve, me guarda, me acuna, pero sobre todo sabe adaptarse a mi cuerpo. No hay límites, no hay barreras, ni siquiera mentales, porque en ese mundo azul todo está amortiguado. Cuando te sumerges, el impacto con el agua es violento, a veces incluso doloroso, como toda experiencia nueva. Hay que lanzarse, arriesgarse, dejar de lado el miedo en favor de opciones más grandes y valientes. Con la cabeza bajo el agua, lo veo todo más claro. Entonces la fatiga y el sacrificio se convierten en oportunidades. Y aunque a veces mi cuerpo me dice que me rinda, mi corazón no lo hace".

 

 

Fuente: Credere

 

 

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