por P. Fernando Pascual es sacerdote, doctor en filoso
Moverse ayuda al cuerpo, permite mejorar la circulación de la sangre, activa la respiración.
Dar una mano en la preparación de la comida, o en la limpieza de la casa, o en trabajo, fomenta en el alma esa alegría que surge del servicio.
Muchos gestos sencillos, asequibles, cambian nuestro modo de pensar, de sentir, de ver el mundo. Incluso mejoran nuestra salud y nos orientan a vivir plenamente.
Hay ocasiones en las que cansancios, enfermedades, fracasos, desencuentros, nos empujan a cerrarnos, nos paralizan con apatías y tristezas dañinas.
En esas ocasiones, necesitamos un esfuerzo de voluntad, a veces pequeño, otras veces casi heroico, para romper el cerco de la tristeza y para abrirnos a los demás.
Sorprendentemente, ese pequeño gesto de llamar a un familiar por teléfono para interesarnos por su salud, o de poner orden en la mesa de trabajo, vence nuestra inercia y nos anima para emprender nuevas metas.
Desde luego, no basta un gesto asequible para desentumecer el cuerpo o el alma. Muchas veces tendremos necesidad de apoyo por parte de personas buenas que nos sostengan en el camino hacia la libertad del corazón.
Sobre todo, necesitamos recurrir a Dios, que es Padre, que nos conoce íntimamente, que susurra en nuestros corazones las palabras más oportunas en cada momento de nuestra vida.
Con la ayuda de Dios y de quienes me acompañan en este día, será posible emprender gestos asequibles de servicio, de entrega, que me saquen de mí mismo y me lancen a horizontes maravillosos de amor, de bien y de belleza.