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El silencio de Dios ante el mal

El silencio de Dios ante el mal

P. Ronald Rolheiser por P. Ronald Rolheiser

3 Abril de 2024

A veces, los teólogos intentan expresar en una frase el significado de la resurrección de Jesús: En la resurrección, Dios reivindicó a Jesús, su vida, su mensaje y su fidelidad. ¿Qué significa esto?

Jesús entró en nuestro mundo predicando la fe, el amor y el perdón, pero el mundo no lo aceptó. Por el contrario, lo crucificó y con ello, aparentemente, desacreditó su mensaje. Lo vemos con mayor claridad en la cruz, cuando se burlan de Jesús, se mofan de él y lo desafían: ¡Si eres el hijo de Dios, baja de ahí! Si tu mensaje es verdadero, pues que Dios lo demuestre ahora mismo. Si tu fidelidad es algo más que simple terquedad e ignorancia humana, ¿por qué mueres humillado?

¿Cuál fue la respuesta de Dios a esas burlas? Aparentemente se quedó en silencio, sin comentarios, sin defensa, sin apología, sin rebatir. Jesús muere en silencio. Ni él ni el Dios en el que creía trataron de llenar ese insoportable vacío con palabras consoladoras o explicaciones que retaran a la gente a ver el panorama general o a ver el lado bueno de las cosas. Nada de eso. Sólo silencio.

Jesús murió en silencio, dentro del silencio de Dios y dentro de la incomprensión del mundo. Y nos escandalizamos de ese silencio, como nos escandalizamos del aparente triunfo del mal, del dolor y del sufrimiento en nuestro mundo. El aparente silencio de Dios ante el mal y la muerte puede escandalizarnos para siempre: en el holocausto judío, en los genocidios étnicos, en las guerras brutales y sin sentido, en los terremotos y tsunamis que matan a miles de personas y devastan países enteros, en la muerte de innumerables personas arrebatadas de esta vida por el cáncer y la violencia, en lo injusta que puede ser a veces la vida, y en la manera despreocupada en que quienes carecen de conciencia pueden violar ámbitos enteros de la vida aparentemente sin consecuencias. ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Cuál es la respuesta de Dios?

La respuesta de Dios es la resurrección, la resurrección de Jesús y la permanente resurrección de la bondad dentro de la vida misma. Pero la resurrección no es necesariamente un rescate. Dios no nos rescata necesariamente de los efectos del mal, ni siquiera de la muerte. El mal hace lo que hace, los desastres naturales son lo que son, y quienes carecen de conciencia pueden violar incluso mientras se alimentan del fuego sagrado de la vida. Normalmente, Dios no interviene. La división del Mar Rojo no es un acontecimiento semanal. Dios deja que sus seres queridos sufran y mueran, igual que Jesús dejó morir a su querido amigo Lázaro, y Dios dejó morir a Jesús. Dios nos redime, nos resucita después, en una vindicación más profunda y duradera. Además, la verdad de esta afirmación puede incluso comprobarse empíricamente.

Aunque a veces parezca lo contrario, al final el amor triunfa sobre el odio. La paz triunfa sobre el caos. El perdón triunfa sobre la amargura. La esperanza triunfa sobre el cinismo. La fidelidad triunfa sobre la desesperación. La virtud triunfa sobre el pecado. La conciencia triunfa sobre la insensibilidad. La vida triunfa sobre la muerte y el bien triunfa sobre el mal, siempre. Mohandas K. Gandhi escribió una vez: "Cuando me desespero, recuerdo que a lo largo de la historia, el camino de la verdad y el amor siempre ha ganado. Han existido asesinos y tiranos, y durante un tiempo han parecido invencibles. Pero al final siempre caen. Piensa en ello, siempre".

La resurrección, de forma más contundente, deja claro este punto. Al final, Dios tiene la última palabra. La resurrección de Jesús es esa última palabra. De las cenizas de la humillación, de la aparente derrota, del fracaso y de la muerte, brota siempre una vida nueva, más profunda y eterna. Nuestra fe comienza en el mismo punto donde parece que debería terminar, en el aparente silencio de Dios ante el mal.

¿Y qué nos pide esto?

En primer lugar, simplemente que confiemos en la verdad de la resurrección. La resurrección nos pide que creamos lo que Gandhi afirmó, a saber, que al final el mal no tendrá la última palabra. Fracasará. El bien acabará triunfando.

Dicho de un modo más concreto, nos pide que apostemos por la confianza y la verdad, es decir, que confiemos en que lo que Jesús enseñó es verdad. La virtud no es ingenua, ni siquiera cuando se avergüenza. El pecado y el cinismo son ingenuos, incluso cuando parecen triunfar. Los que hacen genuflexión ante Dios y ante los demás en conciencia encontrarán sentido y alegría, incluso cuando se vean privados de algunos de los placeres del mundo. Los que beben y manipulan la energía sagrada sin conciencia no encontrarán sentido a la vida, aunque saboreen el placer. Los que viven en la honestidad, cueste lo que cueste, encontrarán la libertad. Los que mienten y racionalizan se encontrarán prisioneros del odio a sí mismos. Los que viven en la confianza encontrarán el amor. Se puede confiar en el silencio de Dios, incluso cuando morimos dentro de él. Necesitamos permanecer fieles en el amor, el perdón y la conciencia, a pesar de todo lo que sugiere que estos valores sean ilusorios. Nos llevarán a lo más profundo de la vida. En última instancia, Dios reivindica la virtud. Dios reivindica el amor. Dios reivindica la conciencia. Dios reivindica el perdón. Dios reivindica la fidelidad. En definitiva, Dios reivindicó a Jesús y nos reivindicará también a nosotros si permanecemos fieles.

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