Estamos asistiendo, en medio de una sobrecogedora pasividad social, a uno de los fenómenos más monstruosos de la historia humana. Con el argumento de que la expresión de los 'sentimientos' es la expresión de la verdad, se está imponiendo la creencia desquiciada de que podemos prescindir de nuestra realidad biológica, borrar las diferencias sexuales y elegir nuestro 'género' dentro de un supermercado de ofertas tentadoras que atienden nuestros 'sentimientos' específicos. Esta noción aberrante de 'autodeterminación de género', infiltrada venenosamente en las nuevas generaciones a través de la propaganda sistémica, está a punto de ser reconocida legalmente en nuestro país, después de que en otros haya infligido una pavorosa devastación antropológica. Una devastación de la que son plenamente conscientes muchos de nuestros 'intelectuales' progresistas, que sin embargo callan ignominiosamente, por temor a ser estigmatizados.
He estado escuchando testimonios de diversos niños y adolescentes que proclaman su anhelo de escapar de la cárcel de su propio cuerpo. Resulta evidente que todas sus expresiones son estereotipadas e inducidas, como si se hubiesen aprendido de memoria un guion; resulta evidente que son muchachos con carencias afectivas, con graves desequilibrios emocionales, que han hallado en la propaganda sistémica el refugio a sus cuitas que no han podido procurarles una familia, un maestro, un amigo (porque los canallas que manejan la propaganda sistémica se han preocupado antes de destruir todos los vínculos, para poder depredar más fácilmente a estos muchachos desnortados). La conquista de la identidad personal, que siempre ha sido una aventura desgarradora para el adolescente, se resuelve así de un modo aparentemente fácil, brindando un abanico inagotable de 'identidades de género' hechas a la medida de su 'sentimiento'. Y se imbuye en el adolescente la idea quimérica de que, con ayuda de tratamientos hormonales y cirugías 'transformadoras', su 'sentimiento' se hará realidad, imponiéndose sobre la tiránica biología.
Estamos permitiendo -por desidia o por miedo- que una patulea de depredadores, discípulos de Mengele, aprovechen el desconcierto en que vive toda una generación de niños y jóvenes (en quienes, al desconcierto natural propio de la edad, se suma el desconcierto inducido por la demolición de los vínculos) para instilarles 'sentimientos' de disgusto y malestar con su propio cuerpo. Su objetivo es crear una industria de las 'identidades de género', para lo que necesitan 'fidelizar' a sus víctimas desde una edad muy temprana. Primeramente, sometiéndolos a una 'educación sexual' que les imbuya la idea desquiciada de que la expresión de su sexualidad admite una 'diversidad' inagotable de expresiones de 'género' que conviene explorar, que conviene probar, que conviene hacer propias, para que sus 'sentimientos' se expresen plenamente. Pura ingeniería social que, como nos anticipó Huxley, se logra moldeando las conciencias.
Y todo este proceso de ingeniería social se acompaña de medidas legales que se esfuerzan en rebajar la edad permitida para la aplicación de terapias hormonales, incluso bajo riesgo para los padres de perder la tutela de sus hijos si se oponen a su aplicación. Y a la inoculación de hormonas seguirá la práctica de cirugías y amputaciones que conviertan a esos jóvenes en consumidores perpetuos a merced de las empresas farmacéuticas y biomédicas que dan satisfacción a sus 'sentimientos'. Porque el 'transgenerismo' que impulsan estos discípulos de Mengele es la última estación del consumismo desaforado, que se funda siempre en la creación de necesidades artificiosas: y como ya no basta con convertir el planeta entero en pasto de la codicia, necesitan convertir el cuerpo en el último nicho de mercado, ofreciendo un bazar de 'identidades de género' que permitan someter la realidad biológica al capricho de 'sentimientos' que han sido previamente inducidos.
Se trata de exacerbar los desconciertos que jalonan el descubrimiento de la propia sexualidad, para poder luego rentabilizarlos. De ahí que el transgenerismo esté recibiendo el apoyo del reinado plutocrático mundial, que a la vez que aplaude las legislaciones que exaltan el 'sentimiento' se asegura, mediante la propaganda de los medios de cretinización de masas, un clima pastueño de aceptación social que admita una devastación antropológica sin precedentes. Porque nunca debe olvidarse que estos nuevos discípulos de Mengele, envueltos hipócritamente en la bandera de la defensa de las 'minorías', son perros caniches de la plutocracia.