El asesinato de 16 personas en Paris por tres uniformados militantes de la Yihad (que luego han caído abatidos) ha elevado a la enésima potencia la preocupación, no solo francesa (España y otros países han elevado su grado de alerta por amenaza terrorista). Pero junto a esta tragedia que llenará los medios de comunicación por un corto espacio de tiempo, hay que recordar que el atentado de Atocha sigue siendo el más pavoroso que se ha registrado en Europa, tanto que dio paso a un cambio de gobierno, y abrió paso a la corta pero desafortunada época Zapatero. También el Reino Unido y otros países han registrado víctimas mortales a lo largo de estos años. Este fenómeno, una especie de guerra de nuevo cuño de baja intensidad, no sería preocupante si la sociedad europea presentara la solidez que tenía en los años cincuenta y sesenta, cuando el “terrorismo rojo” y el “terrorismo negro” llenaron de muerte y destrucción a Italia, Alemania y Francia, y el terrorismo laico de la OLP exportaba a Europa su campo de batalla con Israel. Quiero decir con esto que lo que ahora acaece no es algo inaudito, ni tan siquiera peor. Lo que realmente está mal preparada es nuestra sociedad, y lo está porque ya no posee una cultura común, ni vive bajo la solidez de unos acuerdos fundamentales. Ese es el problema de fondo de Europa, y la forma en que culturalmente se responde al problema nos da pistas sobre la fragilidad europea.
Aún existen muchas voces que, para evitar que las atrocidades de los yihadistas se conviertan en un estigma contra todos los musulmanes, acuden al lugar común reiterado hasta la tontería peligrosa de que “terroristas los hay en todas las religiones, también en los cristianos”. Esto no es solo una infamia y una crueldad, cuando los cristianos son las principales víctimas en Oriente Medio, sino que demuestra la deformación intelectual y moral de una parte de los hacedores de opinión europeos, que les impide asumir que no todas las confesiones religiosas son iguales desde el punto de vista de las consecuencias de lo que predican. Lo resumiré en estos puntos para no dar lugar a confusiones:
• Es una evidencia que una cosa es el Islam y otra la interpretación que hacen los yihadistas, de la misma manera que en el pasado poco tenia de ver el comunismo italiano con el laosiano o chino. El primero era democrático y respetuoso, sin abandonar su punto dogmático, los otros eran simplemente genocidas. El que existan reacciones sociales antimusulmanas no obedece tanto a que la gente confunda ambas cosas, sino a un motivo distinto -que explica el éxito del Frente Nacional en Francia en los antiguos feudos del PC-. Se ve en ellos, como en otros inmigrantes, rumanos, gitanos o de donde sean, unos competidores de los beneficios sociales. Ahí el bulo con una parte de verdad y una gran parte de exageración, no es la Yihad, sino el que reciben mejor trato por parte de las autoridades. Hay un problema social.
• Constatada la diferencia radical entre el Islam como religión y la interpretación de guerra y exterminio que hacen algunos. Hay que decir que, como doctrina, el Islam hace siglos que tiene un problema real de compatibilidad con la libertad. A partir del momento en que el Islam liquida de su seno, desde el siglo XI, la fuerte influencia cultural de los cristianos orientales, el vector que les trasmitió la filosofía griega y en particular Aristóteles, y la religión ocupa el lugar de la política, el error humano, la creencia equivocada, se transforma en un problema penal. El Islam no acepta con facilidad el relato bíblico en el que Dios permite al ser humano el error en razón de su libertad, la condición humana, que el Ángel no posee. Cuando esto sucede, la afirmación en una creencia absoluta tiende a negar los derechos del otro, pero no por el absoluto de la creencia en sí misma, sino porque este absoluto niega la libertad del otro. Por eso Islam y cristianismo no son iguales en sus consecuencias. Ocultar esta evidencia es negar la realidad.
• La mejor verificación de aquella dificultad radica en la falta de libertad religiosa, cuando no persecución, que se da en prácticamente todos los países musulmanes, incluidos regímenes por occidentales y moderados, como Marruecos o Turquía, por no hablar del peligroso extremismo saudí.
• Un sector de la política y la intelectualidad europea sueñan con un “Islam autóctono y liberal”. En realidad ya existe, lo que sucede es que es una ínfima minoría sin ninguna incidencia sobre los suyos, al contrario. Y es que por ahí no vendrá nada.
Creo que la respuesta pasa por los siguientes puntos:
• Europa debe recuperar sus fuentes de tradición cultural y revitalizarlas, y eso significa la tradición bíblica, la filosofía griega y el derecho natural, y sobre todo la bóveda, la construcción que ha hecho posible articular con armonía y grandes resultados tales concepciones, el cristianismo, y de manera especial el que surge de Roma y Bizancio, el catolicismo y la ortodoxia. La Iglesia Latina y las Iglesias Orientales. Eso hoy es muy difícil y esta es la razón de por qué Europa debe sentirse preocupada, por ese vacío, y no por la agresión de unos fanáticos, que no son nada ante una sociedad sólida.
• La segunda cuestión es que el foco de la resolución no está en un marginal Islam liberal europeo, sino en conseguir que los países de régimen musulmanes acepten con plenitud la libertad religiosa. Ese es el gran cambio a impulsar. Y ha de ser allí y no aquí. Y en todo caso los de aquí han de contribuir al convencimiento de los de allí.
• Finalmente, con las actuales políticas económicas y sociales, la integración de las jóvenes generaciones de origen musulmán que nutren la Yihad es imposible. El liberalismo de mercado no únicamente está hundiendo a Europa, sino que convierte al rechazo radical a unos jóvenes que sin futuro en su propio país, España, Francia, Alemania, sin identidad, encuentran en el radicalismo musulmán lo que décadas antes encontraron otros jóvenes antes en la “revolución roja” o la “revolución negra”. Solo una vuelta a los principios que permitieron construir en lo económico una Europa unida, separada por el fratricidio, hará posible que los hijos de los inmigrantes musulmanes y algunos jóvenes conversos encuentren la esperanza que es la barrera definitiva a toda llamada a la destrucción.
Y es que, en definitiva, la respuesta es común para todos: una sociedad de la armonía, dotada de sentido de la vida y por tanto con una economía al servicio de ella.