Tres conceptos distintos pero unidos por una corriente de fondo, Yihad, Estado Islámico (EI) e Islam, que generan confusión entre nosotros, algo que por otra parte no debe extrañarnos porque es una característica de nuestra cultura desvinculada. La Yihad es ciertamente una llamada a la guerra santa contra el infiel, es decir nosotros, pero también significa una vía de perfección personal y pacífica, de esfuerzo y sacrificio. Como en casi toda la interpretación determina la práctica. Existe por consiguiente un rostro bifronte, en el que la exigencia pasa por la sumisión del otro, o el esfuerzo de uno mismo.
El Estado Islámico es mucho más que terrorismo. Es un proyecto real de reinstauración del califato a partir de un territorio determinado y que tiene la pretensión de implantar un nuevo orden mundial. Cuando se habla de 30 a 40 mil contendientes se ignoran muchas cosas básicas, como que se asienta sobre un territorio que equivale a un estado medio europeo, que impera sobre algunos millones de habitantes de confesión sunita. También ha integrado en el orden cualitativo altos mandos del antiguo régimen del partido Baaz de Sadam Hussein, desmantelado por Estados Unidos, especialmente militares. El Baaz era árabe socialista y laico, lo que constata que el atractivo del EI no es solo religioso sino también de poder sunita, al menos a escala regional. Esta fuerza está construyendo una administración que busca, a su manera, ser modélica: sanidad, escuelas, servicios públicos básicos como agua y electricidad, trabajo y seguridad ciudadana, al servicio de una población homogéneamente sunita. Los demás grupos, cristianos, chiitas y otros de menores, son expulsados, oprimidos, o asesinados. El EI pretende ser una referencia para, por una parte, crear nuevos focos en África, en Asia, con una atenta mirada en el mayor país musulmán del mundo, Indonesia, actúa con adoctrinamiento y terrorismo en la débil Europa; y por otra parte, persigue crear un flujo de inmigrantes hacia los territorios conquistados para fortalecerlos con brazos armados y con mujeres reproductivas, El Estado Islámico tiende a reproducir, bajo otra cultura -radicalmente antioccidental- el modelo de Israel como patria de los judíos. Es a todos estos retos que se juegan en nuestras mismas fronteras exteriores e interiores a los que nos enfrentamos. Libia, Túnez, Argelia y las periferias urbanas y sociales del musulmán inmigrado.
De todo ello se desprende la utilidad de reflexionar sobre la historia del Islam. Su expansión inicial, a diferencia del cristianismo, estuvo basada en la conquista militar. Primero, la lucha entre las distintas facciones árabes en torno a la Meca y Medina; después, la unificación, a la que siguió la expansión militar, a caballo de la fuerza cohesionadora de la nueva fe, un mando unificado y el fin de las diferencia tribales árabes, por una parte, y por otra, unas circunstancias históricas favorables.
El Islam se lanza a la conquista de los territorios cristianos del Imperio de Bizancio, Siria, Jerusalén, Egipto, hasta el norte de África, y llega a amenazar a la propia Bizancio en el siglo VII. En el 640 se había desmoronado todo el espacio bizantino occidental de África y de Oriente Medio, y en el 673 la flota árabe bloqueó Bizancio a lo largo de tres años, una asfixia que solo una nueva tecnología de guerra, el “fuego griego”, consiguió superar. Pero esta expansión y conquista fue facilitada por la conjunción de tres factores: las diferencias religiosas, entre monofisitas, muy importantes en las iglesias africanas y el Imperio, que de acuerdo con el Concilio de Calcedonia estableció que Jesucristo era portador de dos naturalezas, humana y divina. Las conquistas árabes también vinieron precedidas de un largo periodo de inestabilidad y mal gobierno en Bizancio, todo ello culminado por la eterna guerra entre dos imperios exangües, el bizantino y el persa de los Sasánidas, que fue ocupado por el Islam y sobre cuya cultura cabalgó en los siglos posteriores. Sus restos perduran en el Irán actual, musulmán pero no árabe.
Seria relativamente fácil buscar paralelismos con la situación actual. Un periodo de mal gobierno europeo, con causas estructurales facilitadas por la falta de liderazgos con visión histórica, el ultimo, sin duda, fue el de Kohl; la desunión interna europea, cuyo único juego parece estar solo guiado por los avatares del mercado; el fracaso de la política exterior de Estados Unidos, que enlaza con los errores de Bush, con la nulidad autocomplaciente de Obama, y para terminar de complicarlo todo el estúpido conflicto entre Europa y Rusia, que desgasta y roba energías para una mejor causa. Pero todo y su facilidad (que tentación el paralelismo entre Europa y Rusia, con el Imperio Romano y Persia, batallando durante siglos para derrumbarse al final a manos de un tercero), tiendo a desconfiar de estas semejanzas históricas, sobre todo leídas bajo el signo del determinismo. Por debajo de la voluntad de Dios nada está escrito, y la suya la desconocemos.
El factor subyacente a la Yihad y al Estado Islámico es el Islam, como una religión de fuerte deriva fundamentalista a causa de la interpretación literal de un libro que deja poco espacio para la libertad interior y para la convivencia con los que considera errados, donde la separación entre Estado y confesión es muy difícil. De hecho, los rasgos, en una versión más tenue del Estado Islámico, se encuentran en la mayoría de los países musulmanes, solo que aquellos los han exacerbado, radicalizado, hasta sus últimas consecuencias, pero son eso, últimas consecuencias de algo previo.
Cualquier comparación de este sustrato con el cristianismo, sobre todo el católico, es una estupidez o forma parte de la mala intención. Las diferencias en su ontología son inefables, no permiten comparación ni paralelismos. Creo que lo he escrito en otra ocasión. El Islam, no solo carece de la figura de Jesucristo y lo que significa, las Bienaventuranzas, el amor al otro, incluso al enemigo, sino que detona la dificultad de disponer de un pensamiento parecido al de San Pablo y San Agustín sobre la importancia de la interioridad, de la conciencia humana -en este sentido, y en muchos otros, el Islam es precristiano- y de la razón de la mano de Santo Toma de Aquino.
Afrontar esta nueva situación es un reto histórico que me parece difícilmente superable, al menos a largo plazo, si Europa no es capaz de ofrecer algo mucho más sólido, una razón objetiva, un relato superior que dé sentido a todas las vidas individuales. Algo que el laicismo de la exclusión religiosa, materialista hedonista e híperindividualista, el liberalismo progre de mercado, la ideología de género y el homosexualismo político, artistas de la atomización interior, son incapaces de ofrecer; pero al tiempo marcan la pauta de nuestro sistema de creencias colectivas. Esa es la cuestión, la gran cuestión histórica ante la que todas las demás pasan a un segundo plano.