Germán y Patricia, en familia

Pacificado por misericordia

Aprendió de su padre los vicios del machismo. Juntos resucitaron

15 de noviembre de 2013

Como millones de hombres en el mundo, para Germán irse de parranda, el egoísmo, agresividad e infidelidad eran lo normal. Sólo el abrazo con su padre, sostenidos por Dios, le enseñaría a ambos el significado del Hombre Nuevo.

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Las cifras en Chile son un fiel reflejo de la catastrófica realidad que ocurre en cientos de países… Cada año mueren más de 40 mujeres víctimas de violencia en la pareja, a manos de machos deformados, entre otras causas, también por el machismo. La infidelidad, ausencia de compromiso, las carencias para una comunicación efectiva sustentada en valores trascendentes y el déficit en la relación con los hijos, hacen parte del ingrato rostro de esa lacra arquetípica que deforma el alma de millones de hombres (sin olvidar tampoco los vicios que importa el feminismo para muchas mujeres).
 
Germán Pavez fue un niño cuya mente y espíritu fue deformado en sus primeros años de infancia por esos arquetipos culturales extendidos en nuestra sociedad latinoamericana. Con valentía que agradecemos a él, su esposa y familia, narra en Portaluz los trazos de su historia…
 
“Provengo de una familia mal constituida -explica Germán-, porque mis padres conviven desde hace más de 45 años. Tengo 6 hermanas y éramos una familia humilde. Pero con un padre que entonces era machista, autoritario, que agredía a mi madre”.
 
El peso del aprendizaje

Reconoce con dolor, que creció con esta cultura y que ello se manifestó también cuando conoció a Patricia e iniciaron un romance. Si bien, al comienzo supo conquistarla con galantería y caballerosidad, su instinto celópata y el egoísmo, señala, lo encaminaron al borde del abismo… “Patricia quedó embarazada y su situación comenzó a detonar miles de cuestionamientos en mí. Recuerdo que en un momento de dije que ese hijo no podía venir a este mundo, pues iba a estropear mi vida y todos mis planes”.
 
Recuerda que llegó incluso a comprar una inyección para abortar al bebé. Pero desistieron pues, según dice, “procuramos tener a nuestro hijo sea como sea”, recuerda hoy con felicidad. En tanto, María Cristina, la madre de Germán y pronta abuela, no quería que su hijo siguiera reflejándose en su marido. “Me dijo emocionada –recuerda el propio Germán- que no quería que otra mujer sufriera lo mismo que ella por convivir. Así las cosas, sin saber siquiera las implicancias del sacramento que estaba adquiriendo, me casé en marzo de 1993. Fue un matrimonio obligado y preocupado más de la fiesta que del mismo hecho”.
 
El hijo salvado del aborto, pero que falleció 

La presión en la pareja provocó malestares en la salud de su esposa Patricia. Poco después del sexto mes de embarazo sufrió una rotura de membrana, obligando a los médicos a intervenir con una cesárea. Así nació el primogénito a quien inscribieron con el mismo nombre de su padre. “Nació prematuro, era muy pequeño, pesó 2 kilos 700 gramos, y estaba conectado a respiración artificial porque nació con insuficiencia respiratoria. Al día siguiente, mi hijo falleció por esta misma enfermedad y no fui capaz de verlo. Patricia llevó su ataúd en su regazo mientras yo manejaba la camioneta rumbo al cementerio y lo sepultamos”.
 
Después de un tiempo tendrían una nueva oportunidad y volvieron a ser padres. Mientras esperaban el nacimiento de Constanza, Germán trabajaba en una empresa de fibra sintética y fue ascendido a jefe de área, lo cual permitía un buen sustento económico. Sin embargo no lograba aplacar su ciego instinto controlador y agresividad. “Era machista, dominante, era el espejo de mi padre, amigo de los amigos, bueno para jugar futbol, salir de juerga con ellos después de los partidos”… Se toma un momento para tomar aire y con voz quebrada, sinceramente arrepentido, señala… “No asumí mi rol de esposo, bebía tragos y salía con mujeres. Pese a que estaba casado todavía pensaba que era soltero, sin valorar a la persona que tenía a mi lado. No me preocupé de los momentos lindos durante la llegada de mi hija”.
 
El abrazo en Dios

El vividor toca fondo. Patricia, por su parte, decide separarse de él. Este episodio fue un terremoto que -por gracia de Dios- lejos de activar el rostro más oscuro del machismo, la violencia, a Germán  lo llevó a mirarse y asumir que estaba destruyendo su vida y la de otros. “Estaba sin un norte, y llevando al fracaso mi matrimonio”. Desolado, se acogió a los consejos de sus hermanas, quienes le propusieron inesperadamente una singular invitación.
 
“Ellas me rogaron asistir a una instancia llamada Retiros de Conversión, organizada por  una parroquia de la comuna de Renca, en Santiago de Chile. Simplemente les respondí «olvídenlo», pues estaba en otra onda. Luego intentaron nuevamente convencerme, pero ahora argumentando que mi padre también quería ir. Y me dijeron «anda, pues así irá él para que cambie de actitud con mi madre». Así fue como ambos fuimos y vivimos una experiencia que nos marcaría para siempre”.
 
Estaba nervioso, hasta incómodo por estar en un lugar tan atípico para su vida y ver también ahí  a su padre… una casa de retiros en el sector costero cercano a la capital chilena. La playa, el paisaje y la vegetación de la zona permitieron recrear un ambiente propicio para despojarse de todas las cargas emocionales. Ocasión en que además experimentó una emotiva situación. “El momento más fuerte fue cuando abordamos la relación de padre e hijo. Mis compañeros de grupo me designaron secretario y tuve que reflexionar sobre el tema. Con nervios, hablé sobre mi infancia y enfrenté a mi padre. Aproveché de decirle algunas cosas en el retiro. ¡Fue fuerte!, porque él estaba en el otro sector de la sala y agachaba su cabeza”.
 
La misericordia del Amor

Como en un juego de espejos el padre se vio en el hijo. Y éste, en su padre, desnudando ambos ante Dios y la comunidad las heridas atávicas que encadenan a millones de hombres que desde el egoísmo sepultan la fidelidad al auténtico amor. “Esa intervención después dio espacio para que conversáramos, nos abrazáramos y expresáramos ese cariño, ese amor que por rutina en la vida diaria o por el machismo no nos permitíamos. Pese a la dureza de mis palabras, logró entender que fue él quien me enseñó a ser padre y que todos cometemos errores. Aprendimos a darnos la oportunidad de cambiar nuestra manera de ser”.
 
Llegado del retiro, no contuvo sus deseos de contarle a Patricia todo lo que había descubierto y de rodillas, le pidió perdón. “Le prometí que íbamos a salir adelante, que todo iba a cambiar… y así ocurrió. Al año siguiente logré convencerla para que participe ella y juntos hemos perseverado hasta hoy. He sido encargado, apoyo, he guiado retiros en las jornadas nacionales, ¡participo en misa todos los domingos! Ahora, mi señora es secretaria de todo el movimiento de la comunidad El Señor de Renca y mi hija participa en Eje, mientras que otro de mis hijos está preparándose para hacer su Primera Comunión y la menor nos acompaña en todas las reuniones. ¡El Señor se metió en la familia y no lo hemos sacado!… nos acompaña día a día”.
 
Desde entonces no ha habido fin de semana en que Germán Pavez pueda olvidar disfrutar de la compañía de sus padres. Aunque deben viajar kilómetros, han consolidado esta bella tradición de encuentro regular en familia.
 
Al mirar su historia, Germán y Patricia sólo tienen gratitud con Dios por la nueva oportunidad de vivir asumiendo como propio el llamado a evangelizar. “Seguimos tratando de hacer crecer este movimiento que nos permitió a nosotros conocer a Cristo. Creo que acercarse a la Iglesia, acoger al Señor, dejar a Cristo para que esté en nuestro matrimonio, en nuestra vida, con nuestros hijos, hace la vida más plena, te permite ver que en realidad aferrarse a las cosas terrenales, a las cosas mundanas te trae desgracia y desdicha, te parte el alma”, concluye.

 

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