
por Portaluz
6 Junio de 2014Los vaivenes especulativos de la bolsa, marcaban el ritmo cardíaco de Alberto Núñez. A su título de licenciado en Derecho y Ciencias económicas había sumado un doctorado en Ingeniería Industrial. Gozaba verse en primera fila, bajo la lupa de quienes observaban sus equilibrios, esclavo -aunque sin saberlo- de balances, bonos y sus regalonas acciones en empresas de energía. Sin apenas tomar conciencia habían transcurrido quince años en maratónicas reuniones, filtrando documentos y siempre conectado al celular.
Tenía cuarenta años y sus proyectos habían ocupado demasiado espacio en su vida. Por ello el año 2003, comenzó a esmerarse por pasar más tiempos con su novia... debía hacer familia, se dijo.
En la tragedia afloró la fe
Alberto se veía a sí mismo como un hombre creyente. Pero en lo íntimo sabía que en nada había cultivado el vínculo con Dios. En esas estaba en la vida cuando se enteró que su hermano Gregorio padecía de un cáncer terminal... le dolió, la conciencia le mordía, pero aquél viaje de negocios a Estados Unidos le resultó inevitable. La firma donde trabajaba, estaba tomando acuerdos importantes y en Boston, se enteró de una noticia que prontamente le haría replantear su vida. “Llamé a mi madre para preguntarle qué tal estaba y me dice que acababan de ingresar en urgencias a mi hermano Gregorio... que el pronóstico era muy malo. Lo iban a operar al día siguiente”.
Mientras escuchaba el relato de su madre podía casi sentir que la temperatura de su rostro descendía. Al colgar emociones de tristeza, culpa, angustia comenzaron a jugar sus cartas. Tenía la certeza que eran las últimas horas de su único hermano y él le había abandonado. Fue entonces que reaccionó, “¡necesitaba al menos darle un abrazo!” Delegó sus quehaceres y tomó el primer vuelo de regreso a Madrid. “Tuve la fortuna de conseguir llegar al hospital media hora antes de que mi hermano entrara al quirófano. En ese momento lo levantaron antes de entrar y fue un momento que jamás olvidaré, el abrazo que nos dimos”.
Acompañando a Gregorio experimentó “un amor intenso”
Los médicos no le daban a Gregorio más de una semana de vida, dijeron al terminar la operación. Pero Alberto se aferró con fuerza a la certeza de que ese no sería el final, y así sucedió. “Gregorio era un hombre muy fuerte, que había aguantado y estuvo un poco mal, pero aun así resistió. Su fortaleza le llevó a vivir tres meses más, en los que la enfermedad lo fue literalmente comiendo”.
Durante ese tiempo, compartió todos los días con Gregorio, hasta el 25 de septiembre de 2004. “La víspera de morir los médicos querían seguir haciendo pruebas, más tratamientos, más quimioterapia. Pero mi hermano no soportaba. Entonces en lo duro de la situación, sentí dentro de mi algo tremendamente profundo, un amor intenso que no era simplemente el amor que sentía por mi hermano. Por vez primera experimenté la envolvente presencia de Dios, mostrándome que su amor era mucho más importante que la muerte y que aunque mi hermano muriera, siempre estaría vivo. Este sentimiento fue tan concreto, que supe mi vida no podría seguir siendo la misma desde ese momento. No sabía en qué se iba a concretar, pero fue una llamada tremenda”.
Alberto retornó a sus labores en el consorcio energético, pero ya no era el mismo. “Semanas después de su muerte, me ofrecieron lo que siempre había soñado, que era ser Director de Estrategia. Acepté la oferta pero en el camino, me fui dando cuenta que ese sentimiento en bruto por Dios que había sentido, había que darle forma. Así los años siguientes hice entonces un voluntariado, me mudé a vivir a El Pozo del Tío Raimundo (zona empobrecida de Madrid) donde inicié mi primera etapa de discernimiento vocacional y comencé a estudiar teología por las noches...”
Este proceso de transformación de un activismo secular al servidor que es sostenido por el amor de Dios le llevó finalmente a ingresar a la Compañía de Jesús el 1° de agosto de 2009.