De mormonas a carmelitas descalzas: la impactante conversión a Cristo de dos valientes mujeres

23 de septiembre de 2022

Lurlene Romney y Barbara Whipperman, dos estadounidenses que se criaron en influyentes familias de la secta, pero acabaron convirtiéndose al catolicismo y abrazando la vida contemplativa en el Carmelo de Salt Lake City.

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Salt Lake City, la capital de Utah (Estados Unidos), es considerado el corazón del mormonismo. Efectivamente, esta ciudad alberga el templo más importante de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (IJSUD), la secta de origen cristiano que, fundada por el “vidente” Joseph Smith en 1830, se asentó en la zona. De manera que, casi dos siglos después, en torno al 60 % de la población de Utah son mormones.

 

Contemplativas en un “desierto espiritual”

 

 

Según cifras del año 2014, sólo el 5 % de los habitantes del estado son católicos. Sin embargo, se trata de una minoría muy significativa en un contexto tan peculiar. Pero hay un lugar casi desconocido que cobra una importancia singular: el convento del Inmaculado Corazón de María, fundado en 1952 en Salt Lake City por una comunidad de Carmelitas Descalzas procedentes de California.

 

Por la misma época, los Monjes Trapenses se habían establecido en otra ciudad del estado, Huntsville. Según cuentan las monjas, “en aquel tiempo Utah se consideraba un desierto espiritual y la población católica era una minoría”. Con el tiempo pudieron construir su convento actual, que “se erige allí como un ‘árbol de la vida’, humilde pero orgulloso, pobre pero magnífico, oculto pero poderoso”.

 

En efecto, como comunidad cristiana de vida contemplativa, este grupo de mujeres consagradas “permanece allí en el corazón de la Iglesia, enviando el mensaje de amor y oración al mundo entero”. Sí: “permanece allí como imagen del mismo Dios. Casi oculto, el Carmelo continúa su apostolado y misión de oración en la Iglesia”.

 

La monja que fue mormona y es hermana de un “apóstol” mormón

 

 

No es extraño que, en esta zona de mayoría mormona, alguna de las carmelitas hubiera tenido alguna relación con la secta fundada por Smith. Lo que sí resulta sorprendente es el grado de dicha relación: se trata de Lurlene Romney Cheney (1900-1982), la hermana de un importante líder mormón, Marion G. Romney (1897-1988), considerado “apóstol” y miembro de la Primera Presidencia de la IJSUD.

 

Marion y Lurlene nacieron y crecieron en una familia mormona de 10 hermanos. Su padre, George S. Romney (1874-1935), era natural de Utah, pero tuvo que trasladarse a México en su juventud, a las colonias de la secta que se habían establecido en aquel país cuando aumentaron los problemas para seguir viviendo su “matrimonio plural” (es decir, la poligamia) en los EE.UU.; una práctica aberrante que los mormones abolieron en 1890.

 

Ésta es la razón por la que tanto Marion como Lurlene nacieron en territorio mexicano. Él viajó a Australia para ejercer allí su servicio como misionero mormón, y a su regreso a los EE.UU. desempeñó diversos trabajos y realizó estudios superiores. Fue ascendiendo en la secta hasta ser elegido en 1951 miembro del Quórum de los Doce (un órgano de gobierno mormón), y nombrado “apóstol”. En las décadas siguientes llegó a ser consejero de la Primera Presidencia de la secta y, en sus últimos años de vida, presidente del Quórum de los Doce.

 

Una de las monjas fundadoras

 

 

Lurlene se casó con otro miembro de la secta y tuvieron hijos, pero más tarde abandonó el mormonismo para hacerse católica. No sólo eso: fue una de las hermanas fundadoras del Carmelo de Salt Lake City, dedicado al Sagrado Corazón de María, cambiando su nombre por el de sor Mary Catherine, y celebró su profesión perpetua en 1961. Así, a una edad ya avanzada, se entregó a Cristo en la Orden Carmelitana Descalza, siguiendo los pasos de Santa Teresa de Jesús, Santa Teresa de Lisieux y otras grandes figuras de la Historia de la Iglesia. Dos décadas después, en 1982, falleció.

 

Curiosamente, y como revela su apellido, sor Mary Catherine era familiar de uno de los mormones más influyentes en los últimos tiempos: Mitt Romney (n. 1947), que a sus diversos cargos dentro de la secta se unen los de haber sido gobernador de Massachusetts y senador por el Estado de Utah, además de luchar por la candidatura a la presidencia de los EE.UU. en 2008 por el Partido Republicano (que finalmente logró John McCain, quien perdió en las urnas frente a Barack Obama).

 

La enfermera que pensó: “mi Dios es mayor que eso”

 

 

Pero no ha sido la única carmelita descalza de Salt Lake City que procede de la secta de los mormones, IJSUD. En 2009 The Salt Lake Tribune publicó un reportaje muy interesante sobre la historia de otra monja del mismo convento. Se llamaba Barbara Whipperman y nació en 1933 en el seno de una familia convertida al mormonismo. Muy piadosa en su infancia y adolescencia, a los 14 años ya tenía claro que quería entregar su vida a Dios. Estudió Enfermería en la Universidad Brigham Young (propiedad de la secta) y se graduó en 1956.

 

Pero había algo que no le convencía en las doctrinas que le habían enseñado: que los hombres puedan convertirse en dioses en el cielo. En cierta ocasión, un maestro de la secta deslizó en una clase que no había ninguna base bíblica para esa doctrina, y eso le hizo pensar y, con una arrogancia típicamente juvenil, reaccionó de forma crítica con la IJSUD. Aunque el asunto no quedó allí: “Yo no podía aceptar más la doctrina, su concepción de Dios. Mi Dios era mayor que eso”.

 

No se trataba de una cuestión teológica superficial: “una vez que esa doctrina se desmorona, todo lo demás se desmorona”. Por curiosidad, consiguió una traducción católica de la Biblia y empezó a asistir a la Misa dominical en algunas parroquias, pero con el miedo de que al volver a alguna de ellas los feligreses la convencieran de que se quedara. “Tenía un cierto resentimiento. Pensaba: ‘Ya me engañaron una vez’. No volvería a pasar”.

 

El camino a Jesucristo

 

 

Entonces le pidió a un sacerdote que le explicara la doctrina católica y comenzó a estudiar el Catecismo. Así descubrió una fe argumentada en la que no había agujeros, pero cuando en su casa descubrieron la deriva hacia el catolicismo, sus padres reaccionaron con enfado y tristeza. Se fue a vivir sola, pero la idea de dejar a los mormones despertaba en ella los temores del rechazo familiar, la expulsión de la comunidad y hasta la pérdida de su puesto de trabajo.

 

Un domingo de 1957 por la tarde, sus amigos la llevaron a un lugar novedoso en la zona: el convento carmelita de Salt Lake City. Allí conoció a una mujer que la cautivó: sor Mary Catherine Romney. “Su hermano estaba en la Manzana del Templo [el lugar que congrega los principales edificios mormones] y ella estaba aquí… ¡una monja! Y eso era todo lo que necesitaba saber”. En aquel momento, lo tuvo claro: “Di un paso adelante en la fe. Fe ciega”. En la Vigilia Pascual de 1957 recibió el bautismo. Tenía 24 años y sabía que sería religiosa.

 

Su modelo: Teresa de Lisieux

 

 

Finalmente, en 1963 se unió a la Orden, con el nombre de sor Mary Joseph, algo que desconcertó a sus familiares y amigos, pero no la rechazaron. En 1975 hizo sus votos perpetuos. Cuando Kristen Mouton la entrevistó en 2009 para The Salt Lake Tribune, esta antigua mormona aseguraba no haberse arrepentido nunca del paso que dio. “Yo siempre digo: la mejor decisión que he tomado nunca es hacerme católica. La segunda mejor, hacerme monja carmelita”.

 

Preguntada por quién es su santo favorito –obviamente, además de la Virgen María–, sor Mary Joseph lo tenía claro: la monja carmelita francesa del siglo XIX Teresa de Lisieux (Santa Teresita del Niño Jesús). La norteamericana reconocía que se burló la primera vez que leyó sobre ella y conoció su mensaje espiritual. “Pensé: ¡qué almibarado!”. Pero en cuanto profundizó algo más, se dio cuenta de que Santa Teresita no era “ninguna tonta”, sino una santa “real y cotidiana”, “alguien a quien todos pueden emular”.

 

La necesidad de la oración

 

 

Muy popular en su entorno por ser el alma de la Feria Carmelitana, que constituía todo un acontecimiento anual mientras ella la organizó, no desaprovechaba las ocasiones de hablar en público para invitar al encuentro con el Señor, contagiando fe y alegría. En 1999 el periódico Deseret News publicaba declaraciones suyas en ese sentido. “¿Por qué no deberíamos ser felices? Tenemos todas las razones para ser las criaturas más felices”, aseguraba.

 

Dos años después Sor Mary Joseph aseguraba en el mismo rotativo: “Este país necesita oraciones. Necesitamos orar por la paz en el mundo, por la paz en nuestro propio corazón… Dios no necesita nuestras oraciones, obviamente. Nosotros las necesitamos. La oración nos hace conscientes de nuestras necesidades. Nos endereza”.

 

Esta ex mormona que acabó descubriendo a Cristo y uniéndose a él en la consagración religiosa, se reunió definitivamente con Él en 2010, cuando sumaba 77 años. En su funeral, el padre Bill Bonczewski aseguró que pudo oler una fragancia de flores antes de que la llevaran al centro asistencial donde murió. “Miré a mi alrededor para ver si podía ver alguna flor, y no había alguna”, explicó. “Me pareció un indicio de que los del cielo venían a hacer sus preparativos para llevar a Mary Joseph al lugar de su descanso. Poco tiempo después, al morir, se hizo presente en la habitación una fragancia muy fuerte de rosas. Tuvo una hermosa vida y una hermosa muerte”.

 

 

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