La Semana Santa convierte el alma. Tú decides: ¿cristianos o paganos?
La Semana Santa convierte el alma. Tú decides: ¿cristianos o paganos?

La Semana Santa convierte el alma. Tú decides: ¿cristianos o paganos?

Las procesiones y otros actos tradicionales en torno a la pasión, muerte y resurrección de Cristo no tienen sentido si pierden su contenido de confesión pública de una fe vivida personalmente y celebrada en la comunidad eclesial.

Con el Domingo de Ramos comienza la Semana Santa, los días centrales del año litúrgico para los católicos. Durante ocho días, la Iglesia celebra los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, acontecimientos que vivió “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”, como recuerda el Credo.

En todos los países de larga tradición cristiana, la celebración de la Semana Santa ha dado lugar a un sinfín de manifestaciones culturales en torno a los días principales, y así es fácil identificar cada una de estas jornadas por sus manifestaciones artísticas y folclóricas (incluso por parte de los no creyentes): el Domingo de Ramos, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; el Jueves Santo, la última cena y su detención en el Huerto de los Olivos, además del juicio nocturno; el Viernes Santo, su condena a muerte, el camino al Calvario, su muerte en la cruz y su sepultura; el Sábado Santo, su permanencia en el sepulcro y su “descenso a los infiernos”, y el Domingo de Pascua, su gloriosa resurrección.

El error de la secularización

En países como España e Italia una parte fundamental de estas celebraciones se desarrolla en las calles, y así se ha heredado en toda Iberoamérica: las procesiones suponen una extensión que hace la piedad popular de lo vivido dentro del templo (sobre todo las celebraciones del llamado Triduo Pascual, entre la Misa vespertina del Jueves Santo y el Domingo de Resurrección).

Sin embargo, con el paso del tiempo, en muchos lugares las procesiones -que organizan desde hace siglos diversas cofradías y hermandades, que son asociaciones de fieles reconocidas por la Iglesia- han ido perdiendo su sentido original, convirtiéndose algunas en meras acciones costumbristas, repetidas como tradición pero sin su contenido cristiano (esto es, la unión a Jesucristo en su pasión, muerte y resurrección). En España, cada vez son más las voces que se alzan alertando de este peligro de secularización.

El decano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, Francisco García Martínez, ha divulgado para el Domingo de Ramos un texto en el que asegura que "la pasión nos llega por los oídos y también por los ojos". Y añade: "pero hemos de preguntarnos si, vista y oída, nos llega al corazón como acontecimiento de vida, porque esto es realmente lo importante y no es tan claro que suceda por más que impregne todo lo que nos rodea".

La línea de separación, en el corazón

Francisco García Martínez (arriba en imagen recitando poemas en honor a Jesús), en un contexto de gran peso de la tradición "semanasantera", como se dice en la tierra de la que procede (la ciudad de Toro, en la provincia española de Zamora), afirma que "en estos días hay dos pasiones que recorren nuestras calles y no siempre es fácil distinguirlas, pues caminan a la par".

Por un lado, explica, está "la pasión de Cristo que quiere mostrarse a los hombres como amor que llega al exceso de soportarnos en nuestra peor cara y así decirnos que el futuro no es de la muerte y del pecado". Por otro lado, "la pasión de siempre de los hombres, que todo lo convertimos en una distracción para olvidarnos de lo fundamental, degradando hasta lo más sagrado".

Obviamente, la reacción personal ante ambas pasiones es muy distinta. "A la primera solo se responde en el silencio del corazón con compunción y gratitud. A la segunda se responde dejándose llevar por una fiesta que no distingue si el motivo es Cristo o nuestro propio deseo de distraernos y exhibirnos", escribe este sacerdote y teólogo.

Y en lugar de poner el centro de atención en lo estético o exterior, Francisco García Martínez deja claro que "la línea de separación entre ambas [pasiones] no se sitúa en lo que hay afuera, en las calles, sino en el centro de nuestro corazón, que decide ser creyente o seguir siendo pagano". Una exhortación directa a no limitarse a las tradiciones heredadas, a las llamadas al simple recogimiento y reflexión... sino al reclamo permanente de la conversión.

La trascendente realidad salvífica pascual

Otro paisano del teólogo se ha manifestado en un sentido semejante. Rafael Ángel García-Lozano, doctor en Historia del Arte y autor de numerosos trabajos en torno a la Semana Santa de Zamora, ha escrito un artículo en la revista IV Estación sobre las representaciones artísticas de Cristo Resucitado. Según este historiador, en la plasmación tradicional de los misterios de la fe cristiana "acabó triunfando la representación de la crucifixión... mientras que la resurrección de Cristo fue un recurso menos extendido en el mundo del arte y su comprensión católica".

Sin embargo, desde esta comprensión -insiste García-Lozano, también licenciado en Teología-, la crucifixión integra "el mismo acontecimiento salvador que la resurrección": el misterio pascual. "El núcleo de la fe cristiana descansa sobre la resurrección de Jesucristo, su anuncio del Reino de Dios como realización del evangelio, y el hecho de su encarnación, es decir, la fe en que el Dios absoluto, eterno, que no vemos y no oímos, todopoderoso, se hizo hombre -poniéndose así a nuestra altura como medio para que pudiéramos comprender su mensaje".

Esta convicción nuclear de la doctrina católica tiene una consecuencia: "el resto, todo lo demás, va como añadidura, y no cambia de forma sustantiva la fe cristiana. Campañas solidarias, celebraciones familiares, procesiones, ritos populares, y un largo etcétera -muestra de la impregnación de la fe en nuestra cultura- son aderezos que, o bien acompañan y son catalizadores de la fe, o bien la tapan, la oscurecen y acaban siendo un lastre. No hay más".

La preocupación del Magisterio de la Iglesia

En 2002, la Santa Sede publicó su Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Este documento reconoce que "es muy intensa la participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa. Algunos muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad popular". Pero también señala que "a lo largo de los siglos, se ha producido en los ritos de la Semana Santa una especie de paralelismo celebrativo, por lo cual se dan prácticamente dos ciclos con planteamiento diverso: uno rigurosamente litúrgico, otro caracterizado por ejercicios de piedad específicos, sobre todo las procesiones".

Dada esta situación de diferencia, la Iglesia pide especialmente para la Semana Santa "una correcta armonización entre las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad", de manera que "el amor y el cuidado de las manifestaciones de piedad tradicionalmente estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a valorar las acciones litúrgicas".

De esta forma, desde el sentido de lo que se celebra dentro del templo, se pueden purificar las costumbres que se han configurado en torno a la pasión, muerte y resurrección de Cristo. El Directorio pone algunos ejemplos concretos. El Domingo de Ramos, "lo verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente procurarse una palma o ramo de olivo; que estos no se conserven como si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser una forma de superstición".

El Jueves Santo, por otro lado, deben evitarse tradiciones que desvirtúan la adoración del Santísimo Sacramento, que se reserva en un lugar significativo de la iglesia tras la Misa de la Cena del Señor. Tiene que realizarse "con austera solemnidad", dado el contexto celebrativo, y "en su disposición no se le debe dar la forma de una sepultura; el sagrario no puede tener la forma de un sepulcro o urna funeraria", como se venía haciendo en algunos lugares.

En gran parte del mundo católico, el Viernes Santo destaca por las procesiones con Cristo muerto. La Iglesia establece que "estas manifestaciones de la piedad popular nunca aparezcan ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de convocatoria, como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas”, los oficios de la Pasión del Señor en la tarde. Además, el Directorio pide que “las representaciones sagradas de la Pasión del Señor no se alejen de este estilo de expresión sincera y gratuita de piedad, para convertirse en manifestaciones folclóricas, que atraen no tanto el espíritu religioso cuanto el interés de los turistas”. Y añade que “hay que rechazar las prácticas penitenciales que consisten en hacerse crucificar con clavos".

En definitiva: los autores católicos, al igual que el Magisterio de la Iglesia, insisten en su llamada a no desvirtuar las celebraciones de la Semana Santa ni olvidar su sentido: el del misterio pascual de Cristo, actualizado en la liturgia (que es "anámnesis", ya que al que lo celebra lo hace contemporáneo de ese misterio) y, en un lugar secundario, representado en las procesiones y otras manifestaciones de religiosidad (que son "mímesis", recuerdo piadoso y afectivo).