Mientras crecía en un suburbio de Chicago, los padres de Chad Torgerson lo educaron en la fe luterana. No eran personas espirituales ni de mucha práctica religiosa, pero querían asegurarse de que sus hijos tuviesen algún vínculo con la fe. Básicamente su idea era que los hijos recibieran algunas nociones del cristianismo y pudieran luego tomar sus propias decisiones.
A medida que pasaron los años de escuela, Chad no tuvo dudas de que -en el mejor de los casos- él era agnóstico. “La religión no tenía ningún sentido para mí. La ciencia se había convertido en mi religión, y la ciencia parecía completamente opuesta a lo que había aprendido en la escuela dominical. Mi mente analítica me llevó más cerca de la ciencia y más lejos de la fe. Para creer en Dios, necesitaba pruebas de que existía. Al no encontrarlas, cuando terminé el instituto, pasé de agnóstico a cínico en todo el sentido de la palabra”, escribe en un texto autobiográfico que publicó en Why I’m Catholic.
El desafío
Al terminar el instituto una serie de “errores y malas decisiones”, dice, lo tenían sumido en la desesperación. Luchaba contra la depresión, pero seguía siendo tan testarudo como siempre hasta que, un día, una amiga le propuso un reto.
Ella era una cristiana devota, de quien Chad solía burlarse… “la ridiculizaba por su fe y cuestionaba sus creencias”. Finalmente, la chica lo desafió preguntándole si alguna vez había leído la Biblia; algo incómodo Chad reconoció que no. Y entonces su amiga le respondió… "bueno, en cuanto termines de leerla, podrás cuestionar mis creencias". Sabias palabras que tendrían un profundo impacto en Chad.
“Como todo veinteañero testarudo y egocéntrico, estaba decidido a demostrarle que estaba equivocada. Decidí leer la Biblia de principio a fin y volver con más argumentos. En lugar de encontrar munición contra ella, encontré una verdad que nunca había visto antes”, recuerda.
Un lugar al que llamar hogar
En otoño de 1997, Chad se declaró cristiano por primera vez y durante los doce años siguientes estuvo dando tumbos por todo el mundo. Durante ese tiempo saltó además de una iglesia a otra, “y con cada mudanza venía la búsqueda de una nueva iglesia a la que intentaba llamar hogar”.
Después de pasar la mitad de esos doce años en el ejército, finalmente regresó a su ciudad natal y estaba feliz, pero también allí -recuerda- seguía sin encontrar una comunidad, una fe, una iglesia a la que llamar hogar.
“Siempre había sido bastante cínico respecto a la Iglesia católica. Muchas de las personas que conozco en mi vida son católicas, y nuestras discusiones a menudo se convertían en debates religiosos. En mi testarudez, nunca escuchaba nada de lo que decían. Era tan testarudo que acuñaron el término "Chad-ismos". Yo tenía mis creencias y nadie iba a cambiarlas”, confidencia.
Pero la paciencia de Dios es infinita en amor, al igual que el misterio de los pequeños detalles con los cuales no se cansa de llamar a sus hijos. Y había un detalle que a Dios no se le iba a escapar… Chad es un gran aficionado al fútbol y un fin de semana fue con su cuñado a ver un partido de Notre Dame. Viviendo en Chicago, South Bend estaba a un corto trayecto en coche. Cuando llegaron al campus, lo impactó la bella arquitectura, las hermosas pinturas y murales del interior de los edificios eran sobrecogedores. Sin embargo, a pesar del arte y la arquitectura, lo que realmente lo inspiró fue la comunidad del campus. “Grandes multitudes se reunían para rezar en la Gruta. Católicos de todo el país compartieron historias de fe. Incluso los jugadores asistieron a misa antes del partido. ¿Era ésta la comunidad de creyentes que yo había estado buscando? No diré que ese día cambié de opinión, pero me abrió a las posibilidades”.
Su sencillo y sólido camino de fe
El viaje hacia la Iglesia Católica no terminó en South Bend. Aquello fue sólo el principio y decidió "probar" la formación en la fe del Rito de Iniciación Cristiana de Adultos (RCIA). “Si no me gustaba, lo dejaría y no pasaría nada”, pensó.
Estaba lleno de preguntas y todas fueron teniendo una respuesta que le dejaba en paz. Y entonces surgían nuevas dudas, tentaciones a siempre buscar algún “fallo fatal” en la doctrina de la Iglesia, reconoce. “Nunca ocurrió”.
Finalmente, completó el proceso de RCIA. Todavía tenía preguntas, pero muchas de ellas habían sido respondidas. La Pascua se acercaba rápidamente y todavía tenía que tomar una decisión. “La decisión de hacerse católico no ocurre cuando empiezas el RCIA; ocurre cuando lo terminas. Recé mucho. ¿Qué hacer? Al final, no había un gran letrero de neón que dijera: ¡Sé católico! En su lugar, había un suave susurro en mi alma. Son esos suaves susurros los que pueden tener el impacto más dramático en nuestras vidas”, recuerda.
Tras ese período de oración y discernimiento Chad llegó hasta el Viernes Santo de 2009. “Decidí esperar a propósito para tener tiempo de discernir lo que Cristo quería que hiciera… dejé que el Espíritu Santo me guiara hacia mi lugar. Al día siguiente, en la Vigilia Pascual, me dieron la bienvenida a la Iglesia Católica”.
El viaje de Chad hacia el misterio de Dios ha continuado y años después cuando descubrió la Espiritualidad Ignaciana, tuvo un impacto inmediato en su vida. “Me enseñó a discernir la voluntad de Dios para mi vida; primero en las grandes decisiones de la vida que parecen surgir, pero luego empecé a ver cómo también podría tocar mi vida diaria”.
Hoy Chad lidera “Directional Faith”, un programa de acompañamiento que al abrigo de la espiritualidad de San Ignacio de Loyola -dice- “busca enseñarte a encontrar a Dios en todas las cosas, a desarrollar una espiritualidad práctica que puedas aplicar a todos los aspectos de tu vida, y a discernir la voluntad de Dios para ti”.